Presentación del calendario propio de la Diócesis

  1. Introducción

 

Cualquier exorcista nos podría hablar de la eficacia que tienen en el rito del exorcismo las letanías de los santos y las reliquias de los santos. Hace tan sólo una semana pasó por mi casa el exorcista de una diócesis española, hombre bien formado, prudente y ponderado, y me habló de cómo Satanás se revuelve, y no precisamente de alegría, ante la presencia de los santos. Es la eficacia medicinal o sanante de los santos, bien a través de sus letanías o bien a través de sus reliquias.

 

Conozco, además, personas buenas que viven no precisamente en el claustro, sino “en la mitad de las ocasiones” (cf. F 5, 15), que diría Santa Teresa, personas que tienen verdaderos deseos y sólida determinación de ir adelante en la vida espiritual, que todas las mañanas recitan a primera hora las letanías de los santos para recorrer así, bien acompañados, la nueva etapa diaria de su peregrinación cristiana, pues saben que la cercanía de los santos es garantía de acierto y de progreso espiritual. Es la eficacia elevante de los santos, bien, como en la situación anterior, a través de sus letanías o bien a través de sus reliquias,.

 

Se comprueba así la rica eficacia de los santos, la eficacia completa de su compañía, tanto la eficacia sanante como la eficacia elevante. Al fin toda gracia tiene esa doble propiedad benéfica, la eficacia medicinal y la eficacia santificadora.

 

La presentación del calendario propio actualizado de los santos de nuestra diócesis nos sirve para actualizar también la consoladora verdad de la cercanía, el ejemplo y la intercesión de los santos y muy particularmente de “nuestros” santos. Nos dice el Catecismo: “Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria e los mártires y los demás santos “proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con Él; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los beneficios divinos” (SC 104; cf. SC 108 y 111) (CCE1173).

 

  1. Ocasión para integrar el culto a los santos

 

La actualización de nuestro calendario propio diocesano nos ofrece la ocasión estimulante para integrar el culto a los santos, especialmente a “nuestros” santos en nuestra vida cristiana ordinaria, corriente y común. Hemos de vivir el culto a nuestros santos y la relación con ellos como una “instancia interna” de nuestra vida cristiana y no sólo como un apéndice ocasional, externo y rutinario.

 

La integración del culto a los santos en nuestra vida ordinaria común es un acto de sabiduría, un acto de sintonía con los modos divinos de obrar, un acto de eficacia santificadora y un acto de veracidad.

 

Es un acto de sabiduría. La elección de los amigos es un tema de capital importancia, ya que su influjo es más que notable, para bien o para mal. “Si pudiéramos cuantificar las principales causas influyentes en los extravíos morales de los jóvenes, señalaríamos que en el noventa por ciento de los casos son las malas compañías” (A. Navarro, Conferencia en Pastrana a mitad del año teresiano). Recordemos, ya que estamos en el año teresiano, el ejemplo de Santa Teresa y cómo el primero de sus tres retrocesos se debió, precisamente, a las malas compañías; por eso dejó escrito en el libro de su Vida: “Espántame algunas veces el daño que  hace una mala compañía, y si no hubiera pasado por ello, no lo pudiera creer” (Vida 5). Por el contrario, muchos han dado pasos decisivos hacia la santidad por encontrar al amigo justo, en el momento justo y con la propuesta justa. Escribe la misma Santa Teresa en el último capítulo de las séptimas moradas: “Si acá dice David que con los santos seremos santos (Sal 17, 26), no hay que dudar sino que estando hecha una cosa con el fuerte por la unión tan soberana de espíritu con espíritu, se le ha de pegar fortaleza” (7M 4, 10). Otro gran santo español del siglo de oro, San Ignacio de Loyola, da fe del acierto que supone tomar a los santos como referencia y compañía. En la provechosa segunda lectura que leemos en el Oficio de su fiesta, San Ignacio, que se hizo amigo de San Francisco y de Santo Domingo durante la convalecencia de las heridas recibidas en la ciudadela de Pamplona, nos da un buen criterio para valorar las compañías y, por tanto, para estimar o desestimar dichas compañías. Le contaba al propio San Ignacio a Luis Consalves de Cámara que “cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría” (Hechos de San Ignacio 1, 5-9). Las buenas compañías, como es el caso de los santos, nos dejan siempre con deseos de ser mejores. Hacerse amigo de los santos es un acto de gran sabiduría.

 

Es, además, un acto de sintonía con los modos divinos. Dios ha querido salvar a la Humanidad por la Humanidad. Dios ha salvado y salva “per viam Incarnationis”, por la vinculación de las criaturas a su obra de salvación. Las criaturas, de esta forma, no sólo son salvadas sino que se convierten en “salvadoras-con-el-Salvador”. Cuando decimos, por ejemplo, que “el mundo se salvará por María”, no estamos pensando en alternativas a la salvación de Cristo o insuficiencias de la salvación de Cristo o de usurpación de funciones propias de Cristo, sino de una vinculación de la santísima Virgen a la obra de la salvación de Cristo, vinculación querida, dispuesta y ordenada por Dios mismo. “Así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la misma fuente. La Iglesia no duda en atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin cesar y la recomienda al corazón de sus fieles” (LG 62). En similar sentido, salvadas las lógicas distancias, hay que hablar de los santos y su vinculación a la obra de nuestra santificación: hay una vinculación, un compromiso y una misión santificadora por su especial unión con Cristo, el Redentor del hombre.

 

Es, además, un acto de eficacia santificadora. El culto a los santo es culto eficaz. Nos dice el Catecismo en uno de sus números: “Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores (cf. LG 40; 48-51). “Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia” (CL 16, 3). En efecto, “la santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero” (CL 17, 3) (CCE 828).

 

Es, además, un acto de veracidad. El culto a los santos, aprobado y regulado por la Iglesia, nos hace “andar en verdad” (cf. 6M 10, 7) y, por tanto, nos hace humildes. La veracidad que lleva consigo el culto a los santos tiene tres notas: veracidad espiritual, veracidad histórica y veracidad jurídica. Precisamente estas tres notas son las que han servido para articular las tres intervenciones en esta jornada de Formación: la veracidad espiritual, que está desarrollando un servidor, la veracidad histórica, que desarrollará Don Julián García y la veracidad jurídica que desarrollará Don José Luis Perucha.

 

  1. La triple veracidad

 

Primero, veracidad espiritual. Andar en verdad espiritual significa reconocer que las realidades sobrenaturales o espirituales no son enunciados abstractos sino personas vivas e influyentes. Los ángeles y los santos son personas vivas, ejemplares e influyentes. Hay que pasar de lo pintado a lo vivo. Los santos no son sólo conceptos elevados o principios básicos o valores apreciados o cuadros bien pintados o estatuas bien esculpidas sino personas vivas. Se ha de pasar “de lo pintado a lo vivo”, por emplear una de las expresiones más queridas por Santa Teresa. Podríamos añadir como complemento que también hay influjo negativo de otras personas angélicas. Hay determinados signos en algunos modos de pensar y de actuar que son indicadores de una clara influencia diabólica. “La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama “homicida desde el principio” (Jn 8, 44) (CCE 394).  En tal caso lo que hay que hacer es salir de esos ambientes. “Salid de ella, pueblo mío, no sea que os hagáis cómplices de sus pecados” (Ap 18, 4), dice una voz desde el cielo más alto del Apocalipsis. “Sal de ella, hijo mío, sal de ese modo de pensar y de obrar”, nos dice muchas veces una voz amante y paternal desde el centro más profundo del cielo de nuestra alma, es la voz de Dios nuestro Padre, voz que hacen suya sus ángeles y sus santos.

 

Segundo, veracidad histórica. Andar en verdad histórica es reconocer que la presencia y la acción de Dios Uno y Trino y de sus santos acontece en el realismo histórico, común, ordinario y cotidiano del “aquí” y el “ahora” de nuestro ser y de nuestro existir. Con la Encarnación, Dios ha entrado en la historia y se ha quedado en ella, de tal manera que los santos vienen a ser la confirmación de la presencia y de la acción de Dios en la historia. Este realismo histórico, concreto y veraz, hace que la Iglesia esté empeñada en la verdad objetiva de las vidas de los santos. Advertía el último Concilio: “Devuélvase su verdad histórica a las pasiones o vidas de los santos” (SC 92c). De este trabajo de la veracidad histórica en nuestro calendario propio se ha ocupado Don Julián García, en un trabajo paciente y minucioso, lleno de amor a la vez a nuestra tierra y a la verdad.

 

Tercero, veracidad eclesial. Andar en verdad eclesial significa reconocer que todo ha de pasar por el organismo romano pertinente para que así la vida en nuestra Iglesia particular vaya sobre seguro. También aquí debemos aplicar la regla decimotercera que da San Ignacio en los Ejercicios para sentir con la Iglesia: “Debemos siempre tener para en todo acercar que lo blanco que yo veo creer que es negro si la Iglesia jerárquica así lo determina” (EE 365). Lo espiritual y lo jurídico han de andar a la par. Recordemos, por ejemplo, que en Plan de Estudios Eclesiásticos están en la misma área (la cuarta) y en la misma sección (la segunda) tanto la asignatura de Derecho Canónico como de Teología Espiritual. Lo espiritual y lo jurídico se benefician mutuamente. Ninguno de los dos niveles se basta por sí mismo. Lo espiritual encuentra en lo jurídico solidez y seguridad; lo jurídico encuentra en lo espiritual vitalidad y atracción. Del nivel jurídico de nuestro calendario propio se ha ocupado Don José Luis Perucha; él ha tramitado todo el proceso de reconocimiento y ajuste de nuestro santoral a los dictámenes que nos llegaban de Roma, en un trabajo igualmente paciente y detallado, lleno asimismo de amor a nuestra tierra y a la verdad del ordenamiento jurídico eclesial.

 

  1. El calendario propio, obra sinfónica

 

El resultado final del trabajo que nos llegará no tardando en forma de cuaderno o pequeño libro impreso, viene a ser como una obra sinfónica. Son varios los que han intervenido, a algunos de los cuales escucharemos en esta misma jornada de formación. Mis palabras, por tanto, tienen sólo la función de las oberturas en las grandes obras musicales. Saben que la obertura es una introducción instrumental en la que se anticipan brevemente los temas o pasajes esenciales que irán apareciendo después, ya desarrollados con más amplitud, en los distintos movimientos o actos de la obra. A medida que se desarrolla la obra, se va olvidando la obertura; así deseo que ocurra con mis palabras: a medida que vayamos escuchando las próximas intervenciones en la jornada de hoy y, sobre todo, a medida que vayamos celebrando a nuestros santos en las jornadas de nuestro calendario cristiano, vayan quedando en el olvido estas palabras introductorias.

 

Intervendrá, como en un primer movimiento de la sinfonía, Don Julián García con el relato breve y veraz de los distintos santos de nuestro calendario. Justo es reconocer su trabajo y el del resto de colaboradores, que ha sido mayor que el de un servidor. Es preciso que ellos crezcan y yo mengüe (cf. Jn 3, 30).

 

Intervendrá, como en un segundo movimiento de la sinfonía, Don José Luis Perucha con la narración de los pasos dados hasta la aprobación del propio por parte de la Congregación Romana para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Justo es reconocer su trabajo, un trabajo de alta precisión, como el del resto de colaboradores, que ha sido ciertamente un trabajo mayor que el que un servidor haya podido realizar. Es preciso que ellos crezcan y yo mengüe (cf. Jn 3, 30).

 

El tercer movimiento de esta obra sinfónica que es el propio de la diócesis le corresponde al grupo de sacerdotes y también a algunas comunidades religiosas que redactaron hace ya bastantes años las introducciones a cada uno de los santos. De varios de ellos recuerdo los nombres, pero de otros no podría hacerlo y habrían de quedar forzosamente omitidos; por tanto, los dejamos a todos en el anonimato ante los hombres y en el recuerdo ante Dios. Les podemos aplicar a ellos los versos del poeta Manuel Machado, el hermano de Antonio, menos conocido que su hermano pero igualmente gran poeta: “Procura tú que tus cantos/ vayan al pueblo a para/ aunque dejen de ser tuyos/ para ser de los demás./ Tal es la gloria, Guillén,/ de los que escriben cantares:/ oir decir a la gente/ que no los escribe nadie./ Que al fundir el corazón/ en el alma popular/ lo que se pierde de nombre/ se gana de eternidad”. Aunque hayamos perdido sus nombres, ellos han hecho posible que nuestro libro cuente con unas magníficas introducciones; su trabajo ha sido más importante que el mío y, por tanto, es preciso que ellos crezcan y yo mengüe (cf. Jn 3, 30).

 

Toda sinfonía tiene cuatro movimientos y el cuarto, por simpatía, se lo asignamos al grupo de seis sacerdotes que forman parte de la Delegación de Liturgia para todo lo que haga falta. Son ellos los que están sacando adelante en estos últimos años las principales celebraciones diocesanas: José Luis, Alfonso, Julio, Sergio, Ángel y Raúl. Siempre a punto, siempre dispuestos, siempre sonando bien. El guitarrista Narciso Yepes introdujo en los conciertos la guitarra de diez cuerdas y cuando le preguntaban que por qué había añadido esas cuatro cuerdas a las seis habituales si apenas las podía pulsar, respondía que aunque no las pulsase sonaban por simpatía. Así ocurre con este grupo de buenos colaboradores: siempre disponibles y colaborando para lo que haga falta, para trabajos previos a la celebración, para trabajos posteriores a la celebración, para quehaceres litúrgicos visibles y para otros quehaceres litúrgicos ignorados. Ahora que ya no está lejano el día en que, como le dice San Pablo a Timoteo, yo vaya a ser derramado en libación (cf. 2Tm 4, 6), es un gozo grande para mí el ver la entrega de estos seis sacerdotes y su buen espíritu al servicio del culto divino. Puesto que son ellos los que últimamente están llevando el peso de las celebraciones y otros trabajos de la Delegación, es preciso que ellos crezcan y que yo mengüe (cf. Jn 3, 30).

 

  1. Es preciso que él crezca

 

En el esquema sinfónico que hemos elegido para ilustrar los trabajos y la presentación del calendario, venimos acabando el párrafo de cada uno de los cuatro movimientos con la evocación de la frase joánica de que es preciso que ellos crezcan y que yo mengüe. En realidad, mejor que decir que ellos crezcan, hemos de decir que Él crezca.

 

Todo el sentido de nuestros trabajos está en que Él, Jesucristo, crezca. Este es el sentido de la celebración de los propios de la diócesis y de los trabajos que van a hacer posible una celebración de calidad. El objetivo es que Él crezca.

 

El objetivo último y sentido final de todos nuestros trabajos sacerdotales es que Él, Jesucristo, crezca. El término de todo es nuestra transformación en Cristo. Y nuestro único deseo es poder decir con verdad lo que con verdad decía el apóstol San Pablo: “Vivo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

 

Ese es el sentido de todo, Jesucristo, nuestra transformación en Cristo, el seguimiento de Cristo, la imitación de Cristo, “pues esta vida, si no es para imitarle, no es buena” (San Juan de la Cruz, Carta 25).

 

Comenzábamos esta breve intervención con el saludo litúrgico recordando a los santos. Justo es que la finalicemos con algunos de los elementos de la bendición solemne de la solemnidad de Todos los santos:

 

V/ El Dios, gloria y felicidad de los santos, que nos concede celebrar en la tierra sus fiestas, os otorgue sus bendiciones eternas. R/ Amén.

 

V/ Que por intercesión de los santos os veáis libres de todo mal, y, alentados por el ejemplo de su vida, perseveréis constantes en el servicio de Dios y de los hermanos. R/ Amén.

 

V/ Y que Dios os conceda reuniros con los santos en la felicidad del reino, donde la Iglesia contempla con gozo a sus hijos entre los moradores de la Jerusalén celeste. R/ Amén.

 

El Señor nos bendiga y nos guarde, nos muestre su rostro y nos conceda la paz. Amén.