Apostolado del Mar

 

Domingo 12 de julio de 2015

 

MENSAJE DEL PONTIFICIO CONSEJO PARA LAS MIGRACIONES

Para transportar mercancías y productos por todo el mundo, la economía global se confía en gran medida en la industria marítima, apoyada por una fuerza de trabajo de alrededor de 1,2 millones de marineros que, en los mares y en los océanos, gobiernan las naves de todo tipos y dimensión y, a menudo, se enfrentan a las poderosas fuerzas de la naturaleza.

Por el hecho de que los puertos se han construido lejos de las ciudades y por la rapidez de la carga y descarga de las mercancías, las tripulaciones de estos barcos son personas invisibles. Como individuos no reconocemos la importancia y los beneficios que la profesión marítima ofrece a nuestras vidas, pero somos conscientes de su trabajo y de sus sacrificios sólo cuando ocurre alguna tragedia.

A pesar del desarrollo tecnológico que hace más cómoda la vida a bordo y facilita la comunicación con los seres queridos, los marineros se ven obligados a pasar largos meses en un espacio cerrado, lejos de sus familias. Normas restrictivas e injustas a menudo les impiden bajar a tierra cuando están en puerto y la continua amenaza de la piratería en numerosas rutas marítimas añade estrés durante la navegación. Estamos convencidos de que la ratificación y entrada en vigor de la Convención sobre el trabajo marítimo (2006) en un número creciente de países, acompañadas por controles eficaces por parte de cada gobierno, se traducirá en una mejora tangible de las condiciones laborales a bordo de todas las naves.

La situación actual de guerra, violencia e inestabilidad política en diversos países ha creado un nuevo fenómeno que está afectando al sector de los transportes marítimos. Desde el año pasado, junto con las Guardias costeras y las fuerzas navales de Italia, Malta y la Unión Europea, los buques mercantes que transitan por el mar Mediterráneo participan activamente en lo que se ha convertido en un rescate cotidiano de miles y miles de emigrantes, que buscan alcanzar sobre todo las costas italianas en todo tipo de embarcaciones abarrotadas e inapropiadas para la navegación.

Desde tiempo inmemorial los marineros cumplen con la obligación de prestar asistencia a las personas en peligro en el mar, en cualquier condición. Sin embargo, como se ha señalado por otras organizaciones marítimas, para los buques mercantes rescatar emigrantes en el mar representa un riesgo para la salud, el bienestar y la seguridad de sus tripulaciones. Los buques comerciales están diseñados para el transporte de mercancías (contenedores, petróleo, gas, etc.), mientras que los servicios de a bordo (alojamiento, cocina, baños, etc.) están construidos de acuerdo con el número limitado de miembros de la tripulación. Por lo tanto, estas naves no están equipadas para prestar asistencia a un gran número de emigrantes.

Los marineros están profesionalmente cualificados para su trabajo y están capacitados para gestionar algunas situaciones de emergencia, pero el rescate de cientos de hombres, mujeres y niños que intentan frenéticamente subir a bordo para estar seguros, es algo para lo que ningún curso de formación de la escuela marítima los ha preparado. Por otra parte, el esfuerzo realizado para salvar a tantas personas como sea posible y, a veces, la visión de cuerpos sin vida flotando en el mar, representan una experiencia traumática que deja a los miembros de la tripulación exhaustos y psicológicamente estresados, hasta el punto de necesitar un apoyo psicológico y espiritual específica.

En el Domingo del Mar, como Iglesia católica, queremos expresar nuestra gratitud a los marineros en general, por su fundamental contribución al comercio internacional. Este año en particular, queremos reconocer el gran esfuerzo humanitario realizado por las tripulaciones de los buques mercantes que, sin dudarlo, y a veces con riesgo para sus vidas, se han implicado en numerosas operaciones de rescate, salvando las vidas de miles de emigrantes.

Nuestro reconocimiento también se dirige a todos los capellanes y voluntarios del Apostolado del Mar por su compromiso cotidiano al servicio de la gente del mar; su presencia en los puertos es signo de la Iglesia en medio de ellos y muestra el rostro compasivo y misericordioso de Cristo.

En conclusión, al tiempo que hacemos un llamamiento a los gobiernos europeos y a los de proveniencia de los flujos migratorios, así como a las organizaciones internacionales para que colaboren en la búsqueda de una solución política duradera y definitiva, que ponga fin a la inestabilidad existente en aquellos países, también solicitamos que se comprometan más recursos no sólo para misiones de búsqueda y rescate, sino también para prevenir la trata y la explotación de personas que huyen de condiciones de conflicto y pobreza.

 

Antonio María Card. Veglió

Presidente

 

 

A los hombres y mujeres del mar en la festividad de nuestra patrona, nuestra Señora la Virgen del Carmen

 

«Estrella luciente, amparadnos vos»

 

Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: solo Dios basta.

 

Por nuestra propia experiencia comprendemos bien las gentes del mar estas palabras de santa Teresa. Sublimes palabras que son la ex­presión de la más honda seguridad que un creyente alcanza en la vida y que en los momentos difíciles de nuestras familias son la única cer­teza que no nos abandona. Son, a la vez, la constatación de que la vida tiene un componente esencial de inseguridad y de preocupación y de que solo Dios puede satisfacer nuestras ansias infinitas de paz.

Santa Teresa, cuyo V Centenario del nacimiento estamos celebran­do, tuvo la gracia de vivir un camino de fe que desde una infancia ale­gre y piadosa la llevó a los planteamientos más profundos de la vida. Fue una mujer que tuvo el coraje de no arrugarse ante los difíciles re­tos que la realidad de su tiempo le planteaba. Es una santa encarnada en su tiempo y que miró de frente a los miedos de la vida. Por eso toda su persona nos trasmite una experiencia de fe en la que pudo sentir que la vida solo tiene sentido cuando está fundamentada en Dios.

La gran misión que Dios le tenía reservada a Teresa de Ávila fue la reforma de la Orden del Carmelo. Por eso es una santa a la que nos sentimos tan unidos todos los hombres y mujeres del mar. Y la fies­ta de la santísima Virgen del Carmen, nuestra patrona común, es la ocasión que la Iglesia nos ofrece para unirnos de una manera muy singular a este gran gozo del Año Jubilar del nacimiento de santa Te­resa de Jesús.

Para nosotros, los hombres y mujeres del mar, la fiesta de Nuestra Señora, la Virgen del Carmen, es la celebración que nos une de un modo especialísimo cada año en nuestros gozos y necesidades. De un modo especial sentiremos, en este año, con toda la Orden del Car­melo, el maravilloso regalo de luz y de fe que la Virgen nos hizo en santa Teresa. Por eso, también nosotros, como ella, nos ponemos en el regazo de la Madre del Carmelo y le decimos: «Estrella luciente, amparadnos Vos».

Con santa Teresa le pedimos a la santísima Virgen del Carmen que los hombres y mujeres del mar seamos en nuestros días y en nuestros pueblos testigos vivos de esa fe que nuestra vida ligada al mar nos descubre. Porque también las gentes del mar tenemos el don de una fe que nos dice, como a Teresa de Ávila, que en los momentos definitivos de la vida solo Dios basta.

Quiero con todos vosotros recordar en nuestra fiesta del Carmen a los náufragos de todos los mares, especialmente a los muchos que han perdido la vida en nuestros mares en este año. Para ellos va nuestro recuerdo más doloroso y nuestra oración más sentida. Que descansen en paz en el Señor de sus muchas fatigas.

También le pedimos a la Virgen del Carmen por todas las gentes del mar que están pasando dificultades, bien sea por enfermedad, por fal­ta de trabajo o por cualquier otro problema personal o familiar.

Un año más gritamos a toda nuestra sociedad y a nuestros gober­nantes para que volvamos nuestros ojos a los grandes problemas de las gentes del mar. El trabajo en el mar es el más duro de nuestra so­ciedad, tanto para el trabajador como para su familia. Todavía queda una ingente tarea que realizar en la dignificación de las condiciones de vida de los hombres y mujeres del mar.

 Que vivamos todos una feliz fiesta de nuestra patrona y que, como cada año, nuestras parroquias y nuestros puertos marineros expresen en ese día la ale­gría de sentir el cariño y la protección de nuestra Madre del cielo.

Unidos a todos desde el corazón, os bendigo en el Señor.

 

Luis Quinteiro Fiuza Obispo de Tui-Vigo y Obispo Promotor del Apostolado del Mar de la Conferencia Episcopal Española

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