Al finalizar el Jubileo de la Misericordia

Agustín Bugeda Sanz

(vicario general)

 

Queridos amigos:

Estamos a un mes de finalizar oficialmente el Jubileo de la Misericordia con la clausura de las Puertas Santas en todo el mundo. Y al llegar a esta recta final nos podemos preguntar: ¿Qué ha quedado de dicho Jubileo? ¿Qué ha supuesto en la vida eclesial y personal de cada cristiano y comunidad? ¿Cuál serán sus frutos? ¿Cómo aprovechar bien el tiempo que nos queda?

Son preguntas que todos nos hacemos y que seguro tienen una clara y cierta respuesta. Yo también me las estoy haciendo e intento respondérlas desde la reflexión y oración.

¿Qué ha quedado de este Jubileo? Creo sinceramente que nos ha ayudado profundamente a colocar la Misericordia divina en el centro de nuestra fe. Una Misericordia auténtica, una Misericordia que nace desde el mismo ser de Dios, es Dios mismo. Esta experiencia de Misericordia, en definitiva, la experiencia del Amor de Dios creo que muchos la hemos tenido a lo largo de esta Jubileo de una u otra forma. Tantas personas que se han acercado al sacramento de la reconciliación, que han experimentado de forma particular el perdón divino, que han “tocado” el amor de Dios en las diversas celebraciones y peregrinacines, que han descubierto el rostro misericordioso de Jesús manifestado de tantas maneras.

Por otro lado, ha habido tanta reflexión, artículos, homilías, encuentros… sobre la Misericordia que creo que al menos teóricamente nos ha ayudado a aclarar conceptos y situar exactamente lo que la Misericordia significa, para no caer en extremismos o posturas interesadas de la misma. La Bula de convocatoria del Jubileo, las catequesis de los miércoles del Papa y otros documentos del magisterio quedarán en la reflexión como un hito al que siempre volver. ¿No pasó así con la Exhortación final del Gran Jubileo del 2000, “Tertio Milennio Adveniente”, a la que continuamente estamos volviendo?

Y como no, todos hemos recordado y hasta aprendido la Obras de Misericordia, que quizá estaban un poco olvidadas. Y no solo las hemos recordado como un ejercicio de catecismo, sino que ciertamente ha sido un despertar de las mismas en la comunidad creyente, que se ha visto y se ve en tantas obras de ternura, de misericordia, de acercamiento al hombre de hoy en su circunstancia concreta. Un acercamiento y caridad al más pobre, estar pendiente del mismo. Es un deber, un hecho, una actitud de la Iglesia que siempre debemos tener y tendremos.

Creo que hemos adquirido un hábito, en el sentido ético de la palabra, un hábito de “ser misericordiosos como el Padre”, de vivir en tal experiencia y manifestarla, que quedará en la comunidad creyente, en cada uno de nosotros ya para siempre. Además, ese es el estilo de nuestro Papa y lo que quiere trasmitir a nuestro mundo en nombre de Jesucristo, por lo que su palabra y persona constantemente nos lo recordarán y nos hará a todos vivir en la “tensión de la Misericordia”.

Vivamos este mes que nos queda con una gran disposición a acoger las gracias que el Señor nos quiera dar. Tengamos tiempo para preguntarnos y orar, sobre lo que ha supuesto el Jubileo de la Misericordia en mi vida, en la vida de los hombres mis hermanos.

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