Cristo, nuestra esperanza de gloria (Col 1,27)

El mes de Noviembre, mes de la Esperanza cristiana

 

Por Juan José Plaza

(Delegación de Misiones)

 

 

Ha sido habitual, y sigue siéndolo, que al mes de Noviembre se le llame el mes de los difuntos. Esto hace que lo miremos con cierta  tristeza, al recordarnos el cementerio, las tumbas, el recuerdo de nuestros familiares fallecidos… Es un mes, también, en el que se nos invita a ejercitar intensamente una de las obras de misericordia espirituales: “Rogar a Dios por vivos y muertos”

Hace unos días, asistiendo a un retiro, se nos habló sobre la Esperanza. De improviso vino a mi mente esta reflexión: así como llamamos al mes de Mayo el mes de las flores o de María, al mes de Junio el mes del Sagrado Corazón de Jesús,  al mes de Octubre el me del Rosario o de las Misiones, etc…, al mes de Noviembre bien se le podría denominar el mes de la Esperanza Cristiana.

Según Santo Tomas: La Virtud de la Esperanza es la «virtud infusa que capacita al hombre para tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y los medios, tanto sobrenaturales como naturales, necesarios para alcanzarla, apoyado en el auxilio omnipotente de Dios».1(es decir apoyados en su gracia).

La virtud de la  Esperanza es necesaria tanto como virtud humana, como virtud sobrenatural para  el desarrollo de la vida del hombre.

Víktor Frankl famoso médico psiquiatra, nacido en Viena de familia judía, fue deportado por los nazis al campo de Theresienstadh y  más tarde al de  Auschwitz. Allí desarrollo una terapia psicológica, la logoterapia. Consiste en la sanación a través del diálogo y la escucha. V.F. constató en aquellos campos de prisioneros inhumanos que sobrevivían  sólo los que mantenían viva la llama de la esperanza.

Un superviviente,  tras ser liberado del campo de exterminio y repuesto de su lamentable estado físico en el hospital, volvió a su pueblo con la esperanza (esto es lo que le había mantenido vivo en sus tribulaciones) de encontrar  su casa  y abrazar a su esposa y a sus hijos. Al llegar al pueblo, en el lugar donde se levantaba su vivienda, se encontró un solar lleno de escombros. Preguntó  por su familia y lo que había pasado. Le dijeron que los nazis habían destruido su casa y  asesinado a  todos los suyos. A los pocos días murió. La esperanza que le había sostenido ya no encontraba un fundamento  para mantenerse  con vida.

 En la antropología o visión cristiana de la vida es esencial la Virtud teologal de la Esperanza, pues ella es la que mantiene viva en el hombre la confianza de alcanzar la casa del Padre, el cielo, donde,  una vez liberados de los sufrimientos y limitaciones de la vida terrena, quedarán  satisfechas esas ansias de felicidad que Dios ha imprimido en nosotros, al crearnos  a su imagen y semejanza.

La seguridad de que, cuando seamos liberados de las limitaciones de la vida terrena (con la muerte), no nos vamos a encontrar con “ un solar”, es decir, con que ese cielo y esa vida feliz y eterna a que aspiramos no existe, nos lo garantiza nuestra fe en Cristo resucitado y sus  promesa: “ Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre” (Jn. 11,25). Y también: “No se turbe vuestro corazón, creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo, volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn.14,1-3).

Por tanto, cuando llegue el momento de nuestra liberación final, no nos pasará lo que al superviviente del campo nazi, que al no tener respuesta la esperanza que le había sostenido, murió. Nosotros, al contrario, tenemos asegurada la respuesta a nuestra Esperanza,  por eso viviremos para siempre.

Aún reciente la celebración del Domúnd del 2016, cuyo lema era: “Sal de tu tierra”, hemos de subrayar que los misioneros, al predicar el Evangelio, dan razón  de su ESPERANZA  a los demás, es decir, de que la vida tiene sentido, de que Cristo resucitado es garantía de nuestra resurrección y de que la vida terrena presente tendrá continuidad en una vida eterna y feliz en el cielo.

Sí, “Cristo es nuestra esperanza de Gloria” (Col 1,27). ¡Aleluya!.

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