Paso de la imagen peregrina de la Virgen de Fátima por la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

Cuando estamos cruzando el ecuador del mes de mayo, y ya han sido visitados numerosos pueblos por la imagen de Nuestra Señora de Fátima, al haber recorrido las tierras del Señorío de Molina, del Alto Tajo, las riberas del Tajuña y la Baja Alcarria, algunos pueblos de la Campiña, Guadalajara y cercanías, Sigüenza, Barbatona y las tierras altas de Atienza, no podemos silenciar el canto de alabanza, y con los versos del Magnificat bendecir al Señor, por la gracia que se está derramando sobre nuestra Diócesis, al paso de la imagen peregrina de Nuestra Señora de Fátima.

Sin duda que los momentos más significativos los hemos celebrado con ocasión del centenario de las apariciones, del 12 al 15 de mayo, en Guadalajara y Sigüenza. Pero solo Dios sabe, y Nuestra Señora, dónde ha acontecido el vuelco del corazón de los muchos fieles que han acudido a invocar a la Madre de Dios.

Comunidades rurales, residencias de ancianos, monasterios y comunidades religiosas, colegios y parroquias, lugares poblados y desiertos están siendo mirados por los ojos de la Reina de misericordia.

He visto llorar, arrodillarse, signarse con la cruz, acercarse sigilosamente a tocar la imagen, pero sobre todo soy testigo de la oración incesante que se está elevando por todos los pueblos y comunidades por donde pasa la imagen de la Virgen. Tiempos de adoración al Santísimo, de ofrenda de vigilias nocturnas, de confesiones, del rezo del santo rosario, de procesiones y romerías, de escuchar la Palabra de Dios, tiempos de estar en silencio ante la mirada llena de ternura de la Virgen vestida de luz, participación en la Eucairstía...

Dicen que nos personalizamos mirando el rostro de otro, nuestra Diócesis se está personalizando al mirar con piedad el rostro de Nuestra Señora, y son muchos los que como respuesta del cruce de miradas con los ojos de la Virgen, perciben paz interior, consuelo, alegría, fuerza, acompañamiento, respuesta a sus preguntas más existenciales, certeza de no estar solos, afianzados en su fe, esperanza y caridad.

Una ráfaga de belleza, de dulzura, de esperanza, recorre por nuestros pueblos y sus gentes al paso de la Virgen. Ella que se dejó ver por los pastorcitos de Fátima, sigue dejándose sentir en el corazón de los pequeños, los enfermos, los ancianos, los más necesitados, los peregrinos, y he visto cómo también los pastores, los sacerdotes, han recibido consuelo y fortaleza al ver a tantos fieles acercarse a la Virgen y rezar ante ella.

Están siendo muchos los gestos, detalles, ofrendas que de manera íntima acontecen y transforman el corazón, la vida de las personas, produciéndose un hecho innegable que impregna a muchos de alegría, de paz, de consuelo, de fortaleza, de ilusión, y de comunión.

Estamos seguros que ella escucha, acoge y guarda en su corazón los anhelos y esperanzas de nuestra Diócesis, necesitada de vocaciones, y de una renovación espiritual que aflore, como estos días, en la colaboración de tantos laicos, que se han ofrecido para acoger el paso de la Virgen.

Con los santos pastorcitos recemos: “¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo!”