Apoyar lo naciente

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

 

Ya que me interesa mucho aprender y si es posible hasta aportar pequeñas soluciones a los problemas que puedan presentarse, estudio con interés y sigo hasta con cierta impaciencia, lo que ocurre con el crecimiento, o lo contrario, en las Conferencias de San Vicente de Paúl en los diversos países en los que estamos implantados y con los que mantengo una muy buena relación que ni la diferencia de idioma, obstaculiza. Con esa inquietud y tomando las notas adecuadas para seguir su desarrollo, conozco con relativa frecuencia por mis amigos los Presidentes de cada uno de los países en los que se crean, que sólo un año después y a veces en menor plazo, han dejado de funcionar bastantes de aquellas que se fundaron con la mayor ilusión o que languidecen.  ¿Cuál o cuáles pueden ser las causas de estas desapariciones o “languidecciónes”? si el buen lector me permite usar esta especie de neologismo. Unas desapariciones o directamente fracasos apostólicos, que sufrimos casi todos los Movimientos católicos en Occidente. 

Que en España, en nuestras Conferencias no estamos exentos de ese fenómeno, huelga decirlo. Incluso a veces en los últimos años, con mayor intensidad que en otros países de nuestro entorno cultural. No nos salvamos. No somos más listos o más aplicados que nuestros amigos y consocios próximos. Sin embargo, hay lugares en donde las Conferencias, no sólo se crean algunas: se crean bastantes y además, permanecen. ¿Cuál puede ser el motivo? Creo fundamentalmente que hay dos causas en mi opinión que someto al criterio del paciente lector interesado. 

En primer lugar, Guadalajara, que conozco bien por proximidad, puede ser un buen ejemplo para ambas causas. En primer lugar repito, para las que se están creando en esa Diócesis española, los encuentros que al igual que en la original nacida en 1833 en París, se aspira a que sean lugares donde los componentes de cada Conferencia, alcancen un espacio comunitario de oración, meditación y fraterna amistad. 

Es decir, antes que cualquier otra pretensión, respecto a la ayuda a terceros, se aspira a que se busque la fraternidad cristiana sentida y vivida entre los consocios. Es – la fraternidad/amistad – un sentimiento que difícilmente puede existir sin la oración comunitaria entre los miembros de cada una de ellas. Punto fundamental que creo explica, si se medita en profundidad en todo su significado, la perdurabilidad del grupo de la Conferencia en el tiempo. Después de la oración y la meditación frecuente en común a la luz de la Palabra de Dios, ya no son unos desconocidos, son un grupo de hermanos cristianos, de amigos unidos para poder servir, colegiadamente, a aquellos que sufren. 

Pero me había referido a dos causas. Vayamos a la segunda, tan importante que puede convertirse también en fundamental en los tiempos que nos han tocado vivir. Permítaseme una pequeña reflexión antes de entrar en ella. 

Estamos viviendo una época de pensamiento débil. Una época en la que con frecuencia, lo que nos parecía ayer inalterable en el mundo del pensamiento o en el de las creencias, ahora no lo es y simplemente lo que nos parecía razonable y bueno para el bien, no sólo de nuestras almas, también de nuestro modo de vida, de lo que habíamos recibido de nuestra cultura ancestral, ya no nos lo parece tanto. Ya no nos parece ni tan bueno ni tan fundamental para nuestras vidas. A veces y con la mayor facilidad y ligereza, cambiamos de criterio sin la menor reflexión previa. Seguimos corrientes que sólo unas décadas atrás, a veces meses atrás, nos hubieran parecido un absoluto despropósito. Ahora no. Ahí veo una de las causas de esas desapariciones de Conferencias o la explicación del porqué languidecen: no se les ha mostrado con la suficiente fuerza, con la suficiente intensidad, con la suficiente sencillez, la filosofía básica que debe presidir la vida de cualquier Conferencia.   

Es decir y sin olvidar que el hombre tiende al bien y volviendo a lo indicado más arriba, por ese “pensamiento débil”, al igual que se aceptan con facilidad, las ideas o los buenos compromisos que sólo hace cuarenta o cincuenta años quedaban fijadas en el individuo de manera firme y en la mayoría de los casos para siempre, hoy no es así. Ahora cualquier nueva idea, cualquier nuevo “descubrimiento”, por peregrino que sea, en ocasiones, puede ser aceptado como mejor que el contrario asumido sólo hasta unos meses o incluso unos días antes. La volubilidad que trae el pensamiento débil, nos ha llevado a ello. 

Conocedores de este gran defecto de nuestra era, los que tutelaron el nacimiento de las Conferencias de Guadalajara, fueron conscientes de que, al menos en una temporada que había de ser más o menos larga, según las circunstancias, había necesidad de acompañar a cada nueva Conferencia con visitas regulares y con alguna proximidad en el tiempo, con una formación continuada. Una formación simple y a la vez profunda, pero sin pretender crear “nuevos teólogos”. (Una formación continuada como nos insiste tantas veces nuestro señor Obispo). Unas visitas, que les recordara a los consocios que compongan cada una de ellas, el verdadero alcance intra y extra del objetivo de nuestra fraterna unión ayudando a cada grupo, a encontrar el auténtico valor de su unión fraterna, a través de la oración y la meditación en común. 

Recuerdo ahora al Santo Padre Benedicto XVI cuando afirmaba: “El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás” (Spe Salvi, 33) 

Esas visitas a los amigos de cada nueva Conferencia y recibidas siempre, de lo que soy testigo, con verdadera alegría fraterna, han ayudado a superar desconocimientos, pequeñas diferencias de criterio e incluso algunas veces, también algún enfrentamiento. La fraternidad no se alcanza como por ensalmo, hay que ayudarla, hay que trabajarla. No es un regalo Somos diferentes y con frecuencia, cada uno, pensamos que únicamente lo nuestro es lo bueno, incluso en la vida espiritual o sobretodo en ella. Hay que ayudar,  a estos grupos que nacen a encontrar el verdadero camino de fraternidad, de oración y de respeto mutuo que las Conferencias les ofrecen. 

Sin duda, en mi opinión, en ambas causas está el secreto de la permanencia y crecimiento de las Conferencias. Tiempo habrá para dejarlas que caminen solas. Pero fundarlas y dejarlas solas, además de algo cercano a la falta de Caridad, es la mejor forma de que sólo pervivan algunas y se malogre el enorme esfuerzo e ilusión que costó fundarlas. Una actitud de acompañamiento que, entiendo, se hace hoy más que nunca necesario, en todo grupo apostólico naciente y no sólo en las Conferencias de San Vicente de Paúl. 

Creo que por caridad, repito y también por asegurar el esfuerzo de lo conseguido, sería bueno crear la figura en cada uno de nuestros Consejos, de un “Mantenedor” o “Visitante” para las nuevas Conferencias que las ayude a conocer y a profundizar en el rico espíritu que las anima. Que debe animarlas. No es difícil. Es como todo: trabajoso. Exigente. Incluso costoso. Pero no ha de asustarnos ni el trabajo ni su coste. ¡A veces de lo único que andamos sobrados los cristianos, es de dinero! 

María, si se lo pedimos y a Ella nos encomendamos, nos ayudará a bien servir a nuestros consocios y a aquellos potenciales que esperan nuestra atención con frecuencia sin ellos mismos ser conscientes. Un servicio dirigido primero a ellos, a los nuevos consocios, para prepararles a que puedan mañana, servir bien y con diligencia a los que sufren y a los que deberán entregarse.