Carta a Nuestra Señora de Fátima

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

Muy querida Madre de Jesús, y madre nuestra:

Quiero agradecerte que hayas podido llegar a nuestra tierra y visitar nuestros pueblos y comunidades. Estoy seguro de que a tu paso se llenan de alegría los corazones de los sencillos, especialmente de los que no tienen ya más esperanza que saberse mirados por ti.

Sin embargo, me llegan algunos comentarios, si no en contra de tu visita, sí con desaprobación del modo en que hemos planificado tu peregrinación, como si olvidáramos los nuevos métodos de evangelización y volviéramos a esquemas trasnochados un tanto pietistas. Alguno me ha llegado a decir ante tanta manifestación de tu imagen que desviamos la mirada de quien debe ser el centro, tu Hijo, Jesucristo.

¿Será verdad que al recurrir a tu mediación, nos desviamos de tu Hijo?

Tengo certeza de que fue voluntad del Crucificado que te recibiéramos en nuestra casa, como también que tú dijiste a los sirvientes de Caná: “Haced lo que Él os diga”. Estoy seguro de que una verdadera devoción y respeto a tu persona, nunca nos puede apartar de Aquel que te escogió para madre suya.

No quiero caer en la trampa de pensar que me quedo en la sensiblería emocional al estremecerme ante tu mirada, por sentir tu ternura y tu belleza. Acabo de escuchar al papa Francisco que “cuando falta la mujer en la sociedad, falta la armonía”. Y en una sociedad dominada por el varón, Tú eres por voluntad divina la que introduce en el mundo y en la Iglesia la belleza, la armonía, la expresión más entrañable del amor de Dios.

Si por una expresión creyente, pretendidamente adulta, me apartara de tu mediación, me privaría de sentir el puerto franco en mis travesías azarosas, la referencia de la luz del alba, que precede al sol naciente, la claridad de la luna en la noche más oscura.

Tú fuiste, por voluntad de Dios, mediación necesaria para que su Hijo tomara nuestra naturaleza y se convirtiera en uno de nosotros. Tú fuiste, por designio divino, la mediación del amor del Padre a su Hijo amado, a quien tú nos diste en Belén. Tú fuiste la que adelantó la hora de la entrega total de Jesús.

Señora nuestra, perdona mis titubeos, mis dudas. Quizá se confirma una vez más que hay verdades que quedan ocultas a los sabios y entendidos, y Dios se las revela a los pequeños y sencillos, como sucedió con los pastorcitos en Fátima, a quienes revelaste secretos profundos.

No permitas, Señora, que tu paso se quede en espectáculo, convierte nuestro corazón, hazlo dócil al querer de tu Hijo, y que contigo pueda responder: “Hágase en mí según tu Palabra”.

A pesar de todo, te reitero mi agradecimiento por haber aceptado estar con nosotros de la manera que tú sabes: discreta, humilde, entrañable, orante, gozosa, arrancando del corazón el cántico de alabanza, y la adoración a tu Hijo Jesucristo, nuestro Dios y Señor, razón de nuestra fe, de nuestra esperanza, y de nuestra capacidad de amar. Gracias, Señora, y no dejes de interceder por nosotros.

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