Despreciados y Navidad

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

 

¿Seremos capaces este año, esta Navidad, de dejarnos de frases manidas, incluso no exentas en tantos casos de puras simplezas y nos atreveremos a hacer verdaderamente nuestra la Navidad y sus exigencias? Exigencias que no pasan solo por cantar piadosos villancicos y felicitarnos “las fiestas”. 

Cualquier ser humano, por el simple hecho de ser hijo de Dios y templo del Espíritu Santo, merece toda nuestra consideración y respeto. Recuerdo, cuando siendo aún niño, mi padre me explicaba la razón por la cual cuando alguien entraba en el lugar en el que nos encontrábamos, nos poníamos inmediatamente en pie. Me preguntaba mi buen padre: ¿sabes la explicación para ello? Como es natural, como niño sin muchas luces, (circunstancia en la que no he cambiado casi nada), le contestaba que lo hacíamos pues éramos personas “bien educadas”. 

Evidentemente, no era esa la respuesta. La respuesta como bien sabe el querido lector es que, nos levantábamos por respeto, me explicaba, dado que entraba en el cuarto o en el sitio en el que le recibiéramos, un ser humano que era “templo del Espíritu Santo”. Ni que decir tiene que tenemos olvidada esta explicación y que nos encontramos muy “finos” y elegantes ante la presencia de otro ser humano cuando nos levantamos, sin darle el verdadero y bello valor a nuestro gesto que dejamos convertido en una simple cortesía. Como si se tratase de saber cuándo utilizar la pala o el cuchillo mientras comemos.  Olvidada, como tantas preciosidades que parten, que tienen su origen, en la vivencia de la Fe.  

Como tiene su origen en la vivencia de Fe la acogida del extranjero. ¿Lo hacemos siempre bien? También en las Conferencias de San Vicente.  ¿Acogemos bien al que viene de fuera? Rotundamente no. Al menos no siempre. ¿Nos acordamos que avisado José, partió con María y el Salvador de emigrantes a Egipto? Con frecuencia no. ¿Nos acordamos lo que nos señala y exige el Deuteronomio cuando nos dice: Amarán al emigrante, porque ustedes fueron emigrantes en Egipto? (Dt 10, 19) 

Me apena cuando escucho que se señala a alguien como “sudaca” o es del “este” con aire despectivo. Sin embargo, los veo sirviendo por todas partes. Sí, sirviendo los “sudacas” o los del “este”. Sirviendo la mayoría de las veces a tantos de nuestros ancianos a los que hemos dejado solos. Haciéndoles la compañía de la que nosotros, sus compatriotas, hemos desistido en ocasiones. Limpiando, tantas veces, su ancianidad. 

¿Se ha fijado el querido lector quienes cuidan en su mayoría a nuestros mayores en las Residencias en las que los tenemos frecuentemente aparcados y alejados de las familias a las que han dedicado todo el esfuerzo de sus vidas? ¿Quiénes les acompañan en sus paseos a los que todavía pueden hacerlo? Pues precisamente, en la mayoría de los casos, hermanos nuestros de Sudamérica o de Europa del Este. En trabajos humildes, sí: seguramente como aquellos que los emigrantes de la Sagrada Familia, tuvieron que aceptar en tierra de Egipto. ¿Somos conscientes que son frecuentemente la imagen hoy de la Sagrada Familia? ¡Nuestras particulares y próximas Sagradas Familias! 

Es de bien nacidos ser agradecidos, dice el refrán tan español. En las Conferencias, vemos a muchos de estos hermanos que sirven a nuestros mayores. Recordemos, además, que han tenido en tantos casos, que abandonar a sus familias, buscando un futuro mejor para ellos y para sus hijos, que se les negaba allá donde nacieron. 

Recordemos, permítanme que lo repita, que el Salvador y sus padres, fueron emigrantes en Egipto, cuando sintamos la perversa manía de motejarlos para así sentirnos superiores. 

¿Nos acordaremos, además al hacerlo, de tantos de nuestros compatriotas emigrantes por el mundo? ¿Cómo les motejarán aquellos que actúen con la misma falta de caridad con la que lo hacemos, a veces, algunos de nosotros? 

Que María, nuestra Madre, nos ayude a verlos como los hermanos necesitados que es lo que realmente son. Hermanos que sufren. Que Ella nos ayude, en estos tiempos de Navidad, a recibirlos sin frialdad de corazón. Sin corazón de piedra.    

Querido lector: gracias por su compañía a lo largo del año que está a punto de acabar y ¡Feliz y caritativa Navidad!