Travesía del lago de Galilea

Ángel Moreno de Buenafuente

(Vicaría para la Vida Religiosa)

 

 

Quisiera, Señor, apresar el instante de luz amable, el beso de la brisa suave, el frescor de la mañana, al alba, el reflejo de mis ojos en las aguas de este mar bendecido de presencia. 

Quisiera, Señor, detener la travesía, y permanecer sintiendo el eco de la llamada, la resonancia de la confesión de Pedro, la experiencia de tu pan partido, el abrazo cálido de tu Palabra. 

Pero será mejor acallar el deseo, y escuchar lo que Tú quieres de mí. Será mejor esperar la indicación de tu enseñanza, esperar a escuchar la pregunta que cambia por entero la vida: “¿Me amas?” 

No puedo retener la travesía, ni provocar el éxtasis. No puedo anclar el alma en embeleso, ni permanecer absorto sobre las aguas. Y sin embargo me llevo el destello, el beso, el rumor, la luz, el sentimiento, la certeza de tu paso, y la seguridad de tu mirada permanente. 

Galilea no es nostalgia, sino envío; no es un final, sino un comienzo; no es huida, sino testigo; no en secuestro, sino mensaje y testigo. 

Galilea es seno materno, memoria del nombre pronunciado, escuchado de nuevo; es envío universal, hito ungido en la historia del seguimiento. Es rescate del amor primero, bautismo de deseo enamorado, banquete de Pascua, fe consolidada, por la experiencia interior, hecha certeza. 

Galilea es memoria de llamada, tierra nativa de todo discípulo, referencia consoladora, y confirmación de la esperanza, al tiempo que también es punto de partida, encuentro de amistad, reflejo de la belleza extasiada. 

Quiero, Señor, grabar en mi alma Galilea, el código pascual que me demuestra que a la noche sigue el alba, y la calma, a la tormenta. Quiero guardar en la memoria, que aquí quisiste dejarte acompañar por tus amigos, por ello, quiero que seas Tú quien mantenga la mirada en mi pequeña historia y, si es preciso atravesar la noche, la tormenta, que suscita miedo, por la sensación de hundimiento, que no me falte nunca tu Palabra, y tus manos alargadas, que me saquen de mi torpe valimiento. 

Quiero, Señor, agradecer el privilegio de saberme pronunciado por ti en Galilea, y pasar de mis contantes fugas, y así poder volver siempre a la orilla del mar, donde tu presencia generosa mantenga las ascuas encendidas, y la invitación a tomar juntos el almuerzo de Pascua.

 

Gracias, de nuevo, por esta travesía, que culmina siempre, más allá de la nostalgia, en la luz del alba.