La Virgen con el Niño, y un libro

Por la Dra. Laura Lara y  la Dra. María Lara

(Profesoras universitarias, escritoras y académicas de la Televisión) (*)

 

 

 

Dice el refrán popular que todo niño nace con un pan debajo del brazo. Pues a la vista de un cuadro del Museo del Prado, que hace unos meses ha cumplido 200 años, Jesús trajo también un libro. Y, por cierto, cada 3 de enero la Iglesia celebra el Día del Santísimo Nombre de Jesús.

Todos los niños suscitan ternura. Pensemos que esto sucede en cualquier momento con independencia de las circunstancias que arropan al yo: cuando se hallan fuertes, al mostrarse risueños e, incluso, cuando lloran por una rabieta o tuercen el gesto en los momentos en que se enfadan.

Pese a la riqueza de la Historia del arte, capaz de trasladarnos con millones de estampas al escenario o a la ruta de los hechos (el portal, la huida a Egipto o el hogar de Nazaret), pocos cuadros pueden competir con la Virgen con el Niño de Pedro Berruguete en cuanto a enigma y juego de miradas. Y es que las pupilas hablan entre los brocados, el velo, el salmo pendiente de la pared y la golondrina.

Jesús, con apenas tres meses, se presenta despierto y despabilado, sentado sobre un cojín en el regazo de María. Además, posee destreza en las manos para acariciar las hojas, complejo gesto, el de la precisión digital, que no le resta concentración, es más, pareciera que leyera al tacto: su nombre resonó desde antiguo en el pregón de los profetas… Él era el Mesías, la Palabra Revelada.

Esta tabla del siglo XV perteneció a la colección Golferich, de Barcelona, con la consideración de obra florentina. Actualmente, se encuentra en la pinacoteca madrileña. Pretendientes no le han faltado al cuadro. La composición recuerda al pintor flamenco Justo de Gante quien ideó otras con la mujer y el libro como argumento, tal es el caso de la alegoría de la Retórica, donde un joven, posiblemente Federico de Montefeltro, duque de Urbino, recibe lecciones de una dama (National Gallery, Londres).

Sin embargo, se atribuye ahora al palentino Pedro Berruguete (1445-1503) que, tras formarse con Fernando Gallego en Salamanca, viajó a Italia. Allí está documentado su trabajo como “Pietro Spagnuolo” bajo el mecenazgo del aristócrata citado. En ese período conoció a los principales artistas del Quattrocento, como Melozzo da Forlì.

Además, se empapó del estudio de la anatomía, de la naturalidad en la actitud y de los elementos arquitectónicos. No obstante, de regreso a Castilla, hacia 1483, estos rasgos no serían tan evidentes en su pintura, todavía apegada a la rígida solemnidad gótica. Pedro fue padre de Alonso, el célebre escultor renacentista, buena parte de su obra se encuentra reunida en Valladolid.

Pero, volviendo a la obra pictórica que nos ocupa, sobre la mano izquierda, la Virgen tiene un libro abierto. El volumen está ornado con perlas en el lomo. Con la derecha, acaricia la cabeza del Hijo. Por la ventana se trasluce un paisaje con río, marco repetido por doquier como escenario de los Pesebres.

Y lo que más llama la atención es el rostro del retoño, con ojos transparentes y gesto pensativo. Quizás, anduviera transitando la mente del Infante el miedo por aquel triste presagio que la Madre escucha en lontananza como si, a las puertas de la casa, se cantara el villancico Carita divina: “estoy viendo en la frente de mi Dios una corona de espinas”. Mas, aún así, sin comprender el destino, Jesús sostiene el peso del tomo y coloca el marcapáginas.

 

(*) Las Doctoras Laura Lara y María Lara son Profesoras de la UDIMA, Primer Premio Nacional de Fin de Carrera en Historia del Gobierno de España, académicas de la Televisión, historiadoras del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire y Escritoras, con el Premio Algaba entre otros galardones.