De Saulo a Pablo, de perseguidor a apóstol

Evocación de san Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles y el mayor misionero de la historia, tras Jesucristo, en la fiesta, el 25 de enero de su conversión

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

El calendario litúrgico de la Iglesia reserva para el 25 de enero, este año sábado, la festividad de la conversión del apóstol san Pablo, llamado también el heraldo de Jesucristo, el apóstol de los gentiles, el autor de un importantísimo “corpus” doctrinal en el Nuevo Testamento con sus cartas apostólicas.   San Pablo es también celebrado, junto a san Pedro, con fiesta conjunta, que evoca el martirio en ambos, con rango de solemnidad y con celebración el 29 de junio.

Los santos apóstoles Pedro y Pablo son las dos columnas de la Iglesia y como se reza en el prefacio de esta  misión a un doble ministerio, aunado en Jesucristo y la implantación y consolidación de la Iglesia: “Pedro fue el primero en confesar la fe, Pablo, el maestro insigne que la interpretó; Pedro fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, Pablo la extendió a todas las gentes. De esta forma, por caminos diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a los dos, coronados por el martirio en Roma, celebra hoy el pueblo santo de Dios con una misma veneración”.

Por su parte, en la liturgia de la fiesta del 25 de enero, mañana, festividad litúrgica de la conversión de san Pablo, la oración colecta (la expresa el sentido de la celebración) de la misa se reza: “Oh, Dios, que has instruido al mundo entero con la predicación de san Pablo, apóstol, concede a cuantos celebramos hoy su conversión, avanzar hacia ti, siguiendo su ejemplo, y ser en el mundo testigos de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén”.

La conversión de san Pablo,  y su caída del caballo camino de Damasco para perseguir cristianos,  cuenta en la historia del arte con una amplia y hermosa iconografía de autores como Murillo, Parmigianino, Miguel Ángel, Brueghel, Marcos Gama, Ignacio de RiesPalma el Joven y nuestro Juan Bautista Maíno. De todos estos cuadros, sobresale la recreación que de la escena de la conversión de Pablo realizó, con la técnica barroca del claroscuro y del tenebrismo, el tan gran pintor italiano como personaje polémico y atormentado Michelangelo Merisi da Caravaggio (1571-1610). Su espléndido óleo sobre este tema, que ilustra este artículo, data de 1610 y se puede ver en la iglesia de Santa María del Pópolo de Roma.

 

Año 8 en Tarso, en la actual Turquía

En el año 8 de la era cristiana, en la ciudad Tarso (actualmente Turquía) nació el apóstol san Pablo. El evangelista san Lucas, con seguridad discípulo suyo, nos informa, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, del que también es autor,  de que su nombre original era Saulo  –en hebreo Saúl, como el rey Saúl–, y que era un judío de la diáspora, dado que la ciudad de Tarso está situada entre Anatolia y Siria. Muy joven, estudió en Jerusalén la ley mosaica a los pies del gran rabino Gamaliel. Había aprendido también un trabajo manual y rudo, la fabricación de tiendas.

La primera referencia que de él tenemos en el Nuevo Testamento (Hechos de los Apóstoles, 7, 54-60) es su asistencia al martirio del diácono san Esteban. Tendría unos 30 años. Como judío celoso y observante, consideraba el mensaje cristiano inaceptable y escandaloso. Por eso, sintió el deber de perseguir a los discípulos de Cristo, incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue "alcanzado por Cristo Jesús

 

“Soy lo que soy por la gracia de Dios”

Mientras san Lucas cuenta, en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hechos de los Apóstoles, 9, 1-18) la conversión de Pablo con abundancia de detalles –cómo la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando radicalmente toda su vida–, él en sus cartas ​ (I Carta a los Corintios 15, 8-9) va a lo esencial y no habla solo de una visión, sino también de una iluminación y sobre todo de una revelación y una vocación en el encuentro con el Resucitado. De hecho, se definirá "apóstol por vocación"  o "apóstol por voluntad de Dios" para subrayar que su conversión no fue resultado de pensamientos o reflexiones, sino fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible.

“Soy lo que soy por la gracia de Dios” (I Carta a los Corintios 15, 10), exclamará, para añadir en otra ocasión: “Me basta tu gracia. La fuerza se realiza en la debilidad” (Segunda epístola a los Corintios 12, 8). A partir de este supremo y sublime momento de gracia, todo lo que antes tenía valor para él se convirtió,  en pérdida y basura. Y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su vida fue ya sin reservas la de un apóstol deseoso de "hacerse todo a todos" (I Carta a los Corintios 9, 22).

 

“Para mí, la vida es Cristo”

Identidad esencial de san Pablo, el sentido de su vida tras la conversión, fue la radicalidad incondicional en el seguimiento a Jesucristo. Cristo será desde la conversión el único centro de su existencia. Lo que cuenta es poner en el centro de la vida a Jesucristo, de manera que su propio ser y actuar se caracterizó esencialmente por el encuentro, por la comunión con Cristo. A su luz, cualquier otro valor se recupera y a la vez se purifica de posibles escorias. Pablo es el apasionado por excelencia de Jesucristo.

Y su obra apostólica es solo y todo expresión de este amor a Jesucristo, de su configuración con Él, quizás hasta en haber recibido sus mismos estigmas de la cruz: “Pues yo he muerto a la ley por medio de la ley, con el fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. No anulo la gracia de Dios; pero si la justificación es por medio de la ley, Cristo habría muerto en vano” (Gálatas, 2, 20).

Sintiendo agudamente el problema del acceso de los gentiles –los paganos– a Dios, que en Jesucristo crucificado y resucitado ofrece la salvación a todos los hombres sin excepción, se dedicó a dar a conocer este Evangelio, es decir, el anuncio de gracia destinado a reconciliar al hombre con Dios, consigo mismo y con los demás. Desde el primer momento Pablo comprende que esta realidad no estaba destinada solo a los judíos, sino que tenía un valor universal y afectaba a todos, porque Cristo nos ha salvado a  todos.

 

Apóstol de las gentes por mares y caminos

Y esta vocación universal de la condición cristiana, Pablo la vivió en primera persona, predicándola con el ejemplo. Es el apóstol itinerante y viajero por excelencia. El punto de partida de sus viajes paulinos fue la Iglesia de Antioquía de Siria. Desde allí, en un primer momento, se dirigió a Chipre; luego, en diferentes ocasiones, a las regiones de Asia Menor (Pisidia, Licaonia, Galacia); y después a las de Europa (Macedonia, Grecia).

Pablo acudió asimismo  más importantes ciudades de entonces, todas ellas en la orilla norte del Mediterráneo: Éfeso, Filipos, Tesalónica, Corinto, sin olvidar Berea, Atenas y Mileto. Incluso pudo viajar a España, en el extremo occidental del Imperio.

 

Apóstol de las gentes con  trabajos, cárceles, azotes

En el apostolado itinerante de san Pablo no faltaron dificultades, que afrontó con valentía, decisión y perseverancia por amor a Cristo, el eje radial de su vida y ministerio. Él mismo recuerda que tuvo que soportar "trabajos, cárceles, azotes”…; muchas veces peligros de muerte (Segunda epístola a los Corintios, 6, 5).

“Tres veces fui azotado con varas; una vez lapidado; tres veces naufragué. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias” (Segunda epístola a los Corintios, 11, 23-28).

 

“¡Ay de mí si no evangelizare!”

La acción evangelizadora de San Pablo encontró en las cartas a las distintas comunidades y discípulos suyos una de sus principales y más fecundas herramientas. La tradición cristiana atribuye a Pablo trece cartas o epístolas, una vez que la crítica moderna descarta su autoría de la carta o epístola a los Hebreos.

La exégesis actual considera incuestionablemente como del propio Pablo las siguientes Cartas: a los Tesalonicenses,  las dos a los Corintios, las escritas a los Gálatas y a los Romanos, la carta a los Filipenses y la dirigida a Filemón. El resto si un día se pudiera demostrar que no salieron directamente de sus manos, lo indudable es que nacieron en muy próximos entornos y círculos paulinos.

Las cartas paulinas son textos de importancia teológica, histórica, espiritual y pastoral de primera magnitud. Quizás el más relevante de todos ellos –muy vinculado con la epístola a los Gálatas– es la Carta a los Romanos, a modo de testamento del apóstol y de síntesis de su vida y predicación: solo Jesús salva, y su Evangelio es fuerza de salvación para todos cuantos lo acogen por la fe.

Y todo ello para hacer realidad en su vida lo que escribió en la I Carta a los Corintios, 9, 17-17: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!”.

 

La corona de la gloria que no se marchita

Don Quijote de la Mancha –escribe Miguel de Cervantes– viendo un retrato en lienzo de san Pablo exclamó: “Fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios nuestro Señor en su tiempo, y el mayor defensor suyo que tendrá jamás, caballero andante por la vida y santo a pie por la muerte, trabajador incansable de la viña del Señor, doctor de las gentes a quienes sirvieron de escuela los cielos, y de catedrático y maestro el mismo Jesucristo”.

Pablo, sí, brilla como una estrella de primera magnitud en la historia de la Iglesia, y no solo en sus los orígenes. San Juan Crisóstomo lo exalta como personaje superior incluso a muchos ángeles y arcángeles. Dante Alighieri, en la “Divina Comedia”, lo define como "vaso de elección",  como  instrumento escogido por Dios.

Denominado también el "decimotercer apóstol", él insiste mucho en que es un verdadero apóstol, habiendo sido llamado por el Resucitado e incluso "el primero después del Único".  Tras Jesús, es el personaje de los orígenes del que tenemos más información, y probablemente el de mayor influencia en toda la historia del cristianismo.

Fue martirizado en Roma, a espada, en torno al año 68 o 69 de nuestra. Pablo había, sí, corrido bien la carrera, había mantenido la fe y le esperaba y le llegó la corona de la gloria que no se marchita, como el mismo había escrito (I Carta a los Corintios 9, 16-19. 22b-27).

 

Texto publicado en NUEVA ALCARRIA el viernes 24 de enero de 2020