A don Atilano, obispo, en sus bodas de oro sacerdotales

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

 

Brinca el ciervo ligero en la montaña,

busca el agua fresca del manantial.

Corre joven el corzo por los prados,

segada la hierba del pastizal.

 

Quiebra el rumbo la trucha en la corriente,

al sentir la sombra del pescador.

Muge la vacada en el prado verde,

al presentir próxima la tormenta.

 

En los montes se cría al natural

entre reses mansas y más traviesas,

quien conoce la luz del horizonte

y adelanta los trabajos de la siega.

 

Así creció quien vino a ser pastor,

de otras crías y madres más urbanas,

sin olvidar nunca sus orígenes,

que diéronle agudeza de mirada.

 

Siempre es ágil quien nace montañero,

sobrio, austero, recio, alegre, sereno,

sabe dar a cada cosa su tiempo.

La nieve no se va sin el tempero.

 

Ha aprendido el vaquero la medida

del ritmo de las horas y los días,

conoce la bonanza y el invierno,

y eleva su mirada siempre al cielo.

 

No pierde dignidad quien se mantiene

amante de su origen campesino,

y sabe que las cosas de este mundo

son pasajeras como la hierba seca.

 

Das ejemplo, Pastor, de lo esencial,

de aquello que no pasa, permanente,

de la bondad del corazón, creyente,

de esperar y confiar en Dios, siempre.

 

Gracias por ser limpio, noble, sincero,

como el pico nevado en las alturas,

porque avistas los hechos trascendente,

y no tienes otro afán que darnos vida.

 

No cabe verso que cante a un astur

Sin hacer referencia a la Santina,

que ella te guarde siempre en tus senderos

Pues en día mariano fuiste ungido.

 

Hoy, aquí, aunque lejos de tu tierra

Recibe el homenaje merecido,

que no se llega al oro de los años,

Sin haber el camino recorrido.

                                                 

 

 

  Ángel Moreno, 15 de agosto, 2020