Santos de la puerta de al lado

Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

Tienen nombre, pero en muchas ocasiones pasan totalmente inadvertidos. Los vemos habitualmente, pero sin embargo son anónimos. Pasan junto a nosotros y no somos capaces de descubrirlos. No se esconden a nuestros ojos, pero no los vemos. Tienen rostro concreto, pero no aparece en ninguna estampa.

En su Exhortación Gaudete et Exultate, el papa Francisco, habla de “los santos de la puerta de al lado”, que son hombres y mujeres normales: “los padres que crían con tanto amor a sus hijos, los hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, los enfermos, las religiosas ancianas que siguen sonriendo (…) son aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios”.

Cada año celebramos en la Iglesia la solemnidad de Todos los Santos, y me pregunto si aún es posible la santidad en este momento histórico. Si a alguien le interesa ser santo, dichoso, bienaventurado, feliz. Y eso me lleva a plantearme dónde buscamos los que habitamos en este momento la tierra esa felicidad. Tenemos planes y proyectos, pero muchas veces no los hacemos coincidir con los planes y proyectos que Dios tiene para nosotros. Avivamos el júbilo, pero no escudriñamos hasta descubrir la felicidad completa.

La santidad es un don de Dios. De nosotros depende acoger el don o no. De nosotros depende, en gran parte, ser felices o no, ser dichosos y bienaventurados, ser santos o no. No se aprende doctrinalmente a ser santo, ni lo somos por nuestras solas fuerzas, por un ejercicio de nuestra propia voluntad. Lo seremos si acogemos el don de Dios, si vivimos los mandamientos, si nos dejamos guiar por las bienaventuranzas, si nuestro estilo de vida es la misericordia infinita.

A todos los santos conocidos, con nombre y rostro en estampa, y a los desconocidos, los de la puerta de al lado, que acogieron y siguen acogiendo el don de Dios y velan por nosotros, y buscan la felicidad en la entrega, les pedimos fortaleza para vencer las dificultades; tesón para no decaer en el seguimiento, ánimo para dar testimonio alegre de nuestra fe y un amor sincero a Dios que nos ofrece como regalo una dicha sin igual, que nos garantiza la felicidad terrena y la bienaventuranza para la vida eterna.