Lo que no es y lo que sí es la Semana Santa. O de cómo nada necesitamos más que la Pascua

Por Jesús de las Heras

(Sacerdote y periodista)

 

 

La Semana Santa es corazón de la fe cristiana. A lo largo de estos días, hacemos memoria y actualización de los misterios más grandes del amor del Dios de Jesucristo. La Semana Santa no son vacaciones de primavera, ni tan solo tradición y cultura.  No se trata de descalificar con ello el necesario y oportuno descanso, siempre preciso para recuperar fuerzas y para potenciar otras dimensiones de la vida como la familia y el ocio y tiempo libre. Se trata de decir y recordar que si son vacaciones, lo son precisamente por ser Semana Santa y para así poder dedicar también más tiempo a la verdad de la Semana Santa.

Bienvenidas sean las procesiones que durante estas jornadas recorren los cuatro puntos de nuestra geografía. Bienvenidas sean las declaraciones de interés turístico de los distintos ámbitos, y todo el afán y el empeño que en ellas ponen hermandades y cofradías. Bienvenidos sean los jóvenes que a ellas se suman, prologando de este modo una venerable historia sagrada. Y ojalá que, entre todos, sepamos hacer de ellas –seguir haciendo de ellas, las procesiones- profesiones públicas de fe en medio de un mundo que tantas veces se obstina en vivir como si Dios no existiera.

Pero Semana Santa es también mucho más. Semana Santa es celebración. La riqueza, la hondura, la sobriedad y a la par solemnidad de los oficios litúrgicos de la Semana Santa son caminos indispensables para vivir la verdad de estos días sacros. No habrá Semana Santa, no habrá Pascua, sin la asistencia y participación en las celebraciones litúrgicas de estas intensas y hermosísimas jornadas. Una celebración sentida, participativa, sosegada, fructuosa.  Los sacerdotes deberán esmerarse, con celo y olfato pastoral, en la preparación y en el desarrollo de estos cultos, que los fieles deberán secundar con veneración, prontitud y apertura. Jamás son más de lo mismo, lo mismo que otros años. Los días del amor más grande se actualizarán, de nuevo, en estas celebraciones litúrgicas, y no debemos perdernos su inagotable potencial de gracia.

Semana Santa es igual y esencialmente caridad. Es la historia del amor más grande jamás contada. Es la gran caridad de Dios hacia con nosotros, que tanto nos amó que nos entregó a su propio Hijo y lo hizo, por nuestra salvación, hasta su muerte y muerte de cruz. No hace, pues,  faltar “reinventar” la caridad en Semana Santa. Es preciso, sí, implementarla, aplicarla, vivirla.  Desde que el Jueves Santo es, es el día del amor fraterno. Y el amor fraterno y la caridad son más necesarios que nunca.

De aquí, que también Semana Santa –mediante iniciativas como la del emergente “cofrade solidario” u otras- haya de ser tiempo de justicia social y de caridad. Y tiempo de la solidaridad, una solidaridad que encuentra tantos y tantos motivos en la actualidad y en la vida de cada para que nos la apliquemos. ¿Un ejemplo? Ojalá que en esta Semana Santa 2015 practiquemos la solidaridad recordando y extrayendo lecciones de la reciente desastre aérea.

¿A qué lecciones me refiero?  A ser respetuosos con el dolor ajeno, a acercarnos y a compartir de corazón el llanto y el gemidos ajenos, a poner todos los medios para evitar las desgracias naturales, técnicas o provocadas, a socorrer a los necesitados y, en definitiva, a saber hallar las respuestas, humanamente inexplicables –más allá de la locura suicida y homicida de su autoría, sin ir más lejos en la catástrofe aérea del martes 24 de marzo en los Alpes o en la barbarie que no cesa del yihadismo- que sucesos como estos demandan, precisamente en Aquel sin el cual no habría Semana Santa: en Jesucristo crucificado y resucitado.  Y es que nada necesitamos nada que la Pascua, nada necesitamos que a Jesucristo crucificado y resucitado.

Buena y cristiana Semana Santa.