La cruz, escuela y cátedra de la vida y de la salvación

"Pero ¿cómo, clavado, enseñas tanto? Debe ser que siempre estás abierto, ¡oh Cristo, oh ciencia eterna, oh libro santo!", meditación para el Viernes Santo

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

El camino cuaresmal termina con el comienzo del Triduo pascual, es decir, con la celebración de la Misa de la Cena del Señor, de la tarde del Jueves Santo. Comienza, a su vez, el Triduo pascual, en el que emerge con fuerza y gracia salvadora el misterio de la Cruz de Cristo.

Es la Cruz donde murió el Señor, el Viernes Santo, dedicado a celebrar su pasión y muerte, el día por excelencia para la adoración de la Santa Cruz. A su vez, con la Vigilia Pascual y la misa solemne y festiva de la Pascua, la Cruz es luz, florece, es la Pascua florida. ¿Cuál es el significado, pues, de la Cruz, su escuela, sus enseñanzas?

 

“Tu Cruz adoramos, Señor…”

 

Contemplando al Salvador crucificado captan más fácilmente el significado del dolor inmenso e injusto que Jesús, el Santo, el Inocente, padeció por la salvación del hombre, y comprenden también el valor de su amor solidario y la eficacia de su sacrificio redentor.

En las manifestaciones de devoción a Cristo crucificado, los elementos acostumbrados de la piedad popular como cantos y oraciones, gestos como la ostensión y el beso de la cruz, la procesión y la bendición con la cruz, se combinan de diversas maneras, dando lugar a ejercicios de piedad que a veces resultan preciosos por su contenido y por su forma.

No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad de ser iluminada. Se debe mostrar a los fieles la referencia esencial de la Cruz al acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la Muerte y la Resurrección de Cristo, son inseparables en la narración evangélica y en el designio salvífico de Dios.

 

“… Y tu santa resurrección glorificamos”

 

En la fe cristiana, la Cruz es expresión del triunfo sobre el poder de las tinieblas, y por esto se la presenta adornada con gemas y convertida en signo de bendición, tanto cuando se traza sobre uno mismo, como cuando se traza sobre otras personas y objetos.

El texto evangélico, particularmente detallado en la narración de los diversos episodios de la Pasión, y la tendencia a especificar y a diferenciar, propia de la piedad popular, ha hecho que los fieles dirijan su atención, también, a aspectos particulares de la Pasión de Cristo y hayan hecho de ellos objeto de diferentes devociones: el "Ecce homo", el Cristo vilipendiado, "con la corona de espinas y el manto de púrpura" (Jn 19, 5), que Pilato muestra al pueblo; las llagas del Señor, sobre todo la herida del costado y la sangre vivificadora que brota de allí (cfr. Jn 19,34); los instrumentos de la Pasión, como la columna de la flagelación, la escalera del pretorio, la corona de espinas, los clavos, la lanza de la transfixión; la sábana santa o lienza de la deposición. 

Estas expresiones de piedad, promovidas en ocasiones por personas de santidad eminente, son legítimas. Sin embargo, para evitar una división excesiva en la contemplación del misterio de la Cruz, será conveniente subrayar la consideración de conjunto de todo el Triduo Pascual.

 

Cristo crucificado en el retablo mayor de la catedral de Sigüenza

 

El Vía Crucis, el camino de la Misericordia

 

El Vía Crucis es el camino de la misericordia. Es el camino de la bondad, de la verdad, de la valentía, del amor. No es simplemente una lista de lo oscuro y triste del mundo, no es tampoco un moralismo ineficiente, y no es un grito de protesta que no cambia nada; por el contrario, es el camino de la misericordia, la misericordia que pone un límite al mal. Es el camino de la misericordia y así es el camino de la salvación. Y nos invita a emprender el camino de la misericordia y a poner con Jesús un límite al mal” (Benedicto XVI).

El Vía Crucis es, en efecto, memoria viva de la historia más sagrada, escuela de fe y de virtudes e interpelación para el compromiso y el testimonio de la vida cristiana. Es contemplar y mirar al que atravesaron. Es reproducción vivida, escenificada y sentida de los misterios de la pasión y muerte de Jesucristo. Es compartir y completar en nosotros lo que le falta a la Pasión de Cristo. Es inmersión en la historia de fe y de devoción del pueblo cristiano. Es apurar la compañía de Jesús y pregustar y presentir los mismos sentimientos de Cristo, Quien a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, despojándose de su rango, actuando con un hombre cualquier y sometiéndose a una muerte y muerte de cruz.

El Vía Crucis es celebrar y anticipar la Pascua. Es hogar de contemplación y unción. Es escuela de perdón, de arrepentimiento y de conversión. Es horno de caridad. Es hontanar de vida y de compromiso. Es fuente de transformación y de apostolado. Es una de las más bellas plegarias que ha brotado del alma del pueblo fiel y una de las más extraordinarias, oportunas y fecundas praxis de Cuaresma.

El Vía Crucis es la Vía Dolorosa jerosolimitana, traspasada y trasplantada a nuestros templos, a nuestras comunidades, a nuestras calles y a nuestras plazas. Es recorrer las estaciones del dolor y del amor más grandes: del Pretorio de la condena nuestra de cada al jardín de la vida y del sepulcro abierto, vacío y resucitado; del Getsemaní del Cristo y del hombre que permanecen en agonía hasta el final de los tiempos hasta la tumba florecida en la Pascua sin ocaso.

 

Decálogo de actitudes ante la Cruz de Cristo

 

1.- Una actitud de respeto, de veneración y de amor. La Santa Cruz es la señal de los cristianos. Porque en ella –decían los viejos y siempre necesarios catecismos- murió por nosotros Nuestro Señor Jesucristo. Con la liturgia hemos de decir, de proclamar, de sentir y de vivir, Aun desde el misterio: “¡Tu cruz adoramos, Señor; y tu santa resurrección glorificamos! ¡Por el madero ha venido la alegría al mundo entero!”.

“Oh cruz fiel, árbol único en nobleza. Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol, donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza! Cantemos la nobleza de esta guerra, el triunfo de la sangre y del madero; y un Redentor, que, en trance de cordero, sacrificado en cruz, salvó la tierra”. “¡Tu cruz, adoramos, Señor!”

2.- Una actitud de imitación a Jesucristo. Ser cristiano es ser discípulo de Jesucristo. Es conocer a Jesús, es amar a Jesús, es seguir a Jesús, es imitar a Jesús. Y el Jesús total, el Cristo global es el crucificado. No hay dicotomías en Él. Es siempre el mismo. Es siempre el Niño de Belén, el adolescente de Nazaret, el joven de Galilea, el que anduvo por las aguas del lago de Tiberiades, el que predicó y enseñó como nunca nadie hasta entonces y después de entonces, el que realizó los más maravillosos signos y prodigios y el que crucificado, muerto y sepultado, resucitó para siempre y ascendió a los cielos. La cruz es Jesús, este Jesús Nuestro Señor, nuestro Dios, nuestro hermano, nuestro amigo, nuestro camino.

3.- Una actitud de solidaridad y de misericordia. De solidaridad con Jesucristo y de solidaridad con toda la humanidad doliente. El Calvario sigue presente –tan presente en nuestro mundo-, con tantos escenarios, con tanto dolor y sufrimiento. Basta que dirijamos nuestra mirada, por ejemplo, en tan largos y duros años de crisis económica de una década; o los dos años de furia de la pandemia de coronavirus; la actual guerra en Ucrania; las interminables filas y listas del paro y de la pobreza. Basta con que nos pasemos por nuestros hospitales, por tantas residencias de ancianos. Basta con pensar en el Tercer Mundo. Cristo sigue clavado en la cruz en estos hermanos nuestros.

4.- Una actitud de verdadera sabiduría. La sombra de la cruz es siempre alargada para todos. Nadie se “libra” de ella, de su reflejo. No son otros, no son los otros quienes sufren. La cruz en cualquiera de sus expresiones planea sobre la vida de todos. De este modo, estaremos prevenidos. De este modo completaremos en nosotros lo que le falta a la Pasión de Cristo.

5.- Una actitud de humildad. La cruz nos “humilla”, nos golpea, nos duele, nos hiere. La cruz muestra la debilidad de nuestra condición humana. La cruz demuestra que no lo podemos todo, que no somos como dioses. La cruz nos iguala. La cruz nos deja desprovistos de tantas de nuestras seguridades, vanaglorias y grandezas. La cruz nos hace más humanos y más divinos si aprendemos su lección de humildad.

6.- Una actitud de paciencia. La cruz nos prueba, nos aquilata, nos purifica, nos sana. Pero cuesta. Y dura. Y permanece. La cruz es la es la forja, el yunque de las virtudes. Y la paciencia es una virtud capital para toda la vida y para todas las vidas.

7.- Una actitud de trascendencia. Miremos el palo vertical de la cruz, disparándose hacia el cielo. La cruz de Cristo nos recuerda que “hemos sido comprados, que hemos sido redimidos a precio no de oro o de plata corruptibles, sino en la sangre preciosa de Jesucristo”. La cruz de Jesucristo testimonia que “no hay remisión sin efusión de sangre”, “que hemos de tomar la cruz cada día”, que el árbol de la cruz es el único que da frutos de salvación.

8.- Una actitud de nueva, de renovada humanidad, transida de caridad. Es el palo horizontal de la cruz: “Los brazos en abrazo hacia la tierra”. “El dio su vida por nosotros y nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos”, afirma Pablo. Ya nos lo dijo el mismo Señor de la Cruz y de la Gloria: “en esto conocerán que sois discípulos en que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. ¡Y ya sabemos cómo nos ha amado El, crucificado!

La dimensión horizontal es tan ineludible en la vida cristiana como el palo horizontal lo es en la cruz. El verdadero cristiano es el que ha descubierto que el amor de Dios, manifestado en Jesucristo, se encarna en los hombres y mujeres, especialmente en los más pobres y necesitados. Nuestro cristianismo será tanto más verdadero cuanto más solidario sea, cuanto más fraterno se manifieste, cuanto más atento esté al llanto y al ruego del hermano que sufre, que no es otra persona sino Jesucristo y éste crucificado.

 9.- Una actitud de imitación de los santos. Los santos han sido a lo largo de los siglos los grandes amantes y los grandes descubridores de la cruz de Jesucristo. Y han sido, a su vez, los grandes defensores y promotores de la cruz de los necesitados. En el cristianismo no existen contraposición entre el amor a Dios y el servicio al prójimo. Es más, la prueba de nuestro amor a Dios, la certidumbre de nuestro amor a Jesucristo, es la caridad, es la acogida y el servicio a los hermanos.

10.- Y por todo ello, una actitud de acogida y de constante descubrimiento y redescubrimiento. La cruz es el árbol, el compendio de todas las virtudes, el resumen de los mandamientos. Recordemos, por ejemplo, los distintos títulos y nombres con que la religiosidad popular se aproxima y llama a la cruz, los títulos y los nombres de nuestros Cristos Crucificados. En ellos encontramos la mejor descripción y definición de la cruz. La cruz es camino, misericordia, esperanza, amparo, salud, consideración, fe, agonía, inspiración, guijarro, agua, perdón, milagro, paz, serenidad, consuelo, fortaleza y victoria. La cruz es amor. Es el Amor.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 13 de abril de 2022