Oremos para que el Señor nos conceda la lluvia

La fe cristiana debe iluminar y orientar los comportamientos personales y sociales de todo cristiano. Pero, tendríamos que preguntarnos: ¿tiene algo que decir la fe ante la situación de sequía que estamos experimentando en muchos lugares de la tierra? La fe, en principio, nos enseña a ver la sequía con una mirada de solidaridad, pues nos obliga a ponernos en el lugar de quienes sufren con más dureza sus efectos: los agricultores, ganaderos y los países desertizados que ya no tienen agua potable. El amor al prójimo nos exige ver las cosas desde los demás, desde quienes sufren más que nosotros.

Además, la fe nos recuerda también que hemos de ser previsores, responsables y sobrios, pues el ahorro de agua es un ejercicio de justicia y de amor al prójimo. La sequía nos está recordando que no somos los dueños del mundo y que no podemos cambiarlo a nuestro gusto y según nuestros criterios. Todo lo visible y lo invisible ha sido creado por Dios. Por eso sería un grave error el olvidar nuestra condición de criaturas.

En los planes de Dios está la capacidad y responsabilidad del hombre de cuidar el planeta y de organizar las realidades terrenas para el bien de todos. Esto quiere decir que los seres humanos no podemos actuar de cualquier manera pues, cuando nos apartamos de la ley de Dios con nuestras actitudes y comportamientos, podemos cometer errores irreparables. En concreto, según los científicos, en la actual sequía tienen mucho que ver las emisiones de humos, los incendios, la utilización de insecticidas, la falta de cuidado de la masa forestal y de una buena política hidrológica.

La verdadera sabiduría humana consiste en secundar las leyes de la naturaleza, que son las leyes de Dios a favor de la vida. Cuando actuamos sin el debido respeto a estas leyes, además de cometer un pecado de soberbia y de codicia, con el paso del tiempo nuestras acciones también se vuelven contra nosotros. De hecho, la lección profunda que la sequía nos deja es que, en el desarrollo de nuestra vida, también en las cosas naturales, dependemos de la providencia divina.

Dios ha creado el mundo para nuestro bien y no deja de cuidar con sabiduría y amor de la marcha de las cosas. Él está en el origen del mundo, lo sostiene y dirige para nuestro bien por medio de las leyes ordinarias que lo rigen y que Él mismo ha establecido. Todo esto debe estar presente cuanto le pedimos que nos conceda la lluvia y alivie los males de la sequía. Rezamos para dar gracias a Dios por sus dones, para aprender a usarlos correctamente, para colaborar con Él con sabiduría y acierto, mediante el trabajo, y para que Él nos ayude con su gracia en la correcta ejecución de todas estas cosas.

Ante la sequía y la desertización del planeta, muchas personas consideran que no merece la pena rezar pidiendo a Dios la lluvia. Piensan que el mundo funciona ciegamente y que no hay nadie por encima de nosotros a quien debamos recurrir. Ante esta mentalidad, los cristianos pensamos que Dios creador preside la marcha del mundo y que, por tanto, como Padre bueno, no deja de acoger nuestras peticiones por aquellas cosas que necesitan tantas personas para vivir, como puede ser la lluvia.

Sabemos que nosotros debemos intervenir en la marcha de las cosas con nuestras iniciativas, pero hemos de hacerlo todo según las leyes naturales y la sabiduría de Dios, pues Él dirige sabiamente el orden del mundo a favor nuestro. Por eso, le rezamos y confiamos en su misericordia, pues sabemos que muchos males y catástrofes podrían haberse evitado, si hubiésemos actuado con planteamientos más sabios y solidarios.

Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara