¿Voluntarios o comisionados?

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl de Guadalajara)

 

 

En el pequeño grupo de las Conferencias de Guadalajara, con el que comparto con alguna frecuencia ratos de charla con los consocios que las forman, difícilmente me refiero a ellos calificándolos de Voluntarios. Algún buen amigo que conoce sobradamente cómo pienso en este asunto, pensará a su vez que ya "estoy con el tema". No le faltará razón, pues es asunto al que me refiero a veces con machacona insistencia. Pero es que me preocupa y lo que preocupa, antes o después, aparece siempre en las conversaciones entre amigos. Pero: ¿cómo voy a referirme a Voluntarios en las Conferencias, si estimo que entre los cristianos no puede haber voluntarios, en lo que se refiera a todo lo relativo a su servicio en la Iglesia? 

Para empezar debo aclarar que, en las Conferencias, no hay más que cristianos católicos. No se unen habitualmente ateos, mulsumanes o miembros de otras religiones, para ayudarnos en nuestras tareas de ayudas materiales ya que, como es fácil entender, sería imposible su concurso en las espirituales que para nosotros son las fundamentales. Cuando lo hacen, cuando en algún caso podemos contar excepcionalmente con personas no cristianas en alguna de nuestras obras materiales, no tengo el menor problema en llamarlos Voluntarios. Realmente lo son, pues no tienen la menor obligación de colaborar con una Institución cristiana. 

Pero para los católicos, para los bautizados, para los cristianos en general, entiendo que no podemos hablar de voluntariado cuando nos unimos a una obra eclesial. Tenemos que hablar, en mi opinión, de cristianos que lo que hacen es dar respuesta a un compromiso grave, personal y adquirido legítimamente. Asumiendo que después de adquirido ese compromiso personal, ya no está sujeto a su voluntad trabajar o no para el Pueblo de Dios. Es un compromiso aceptado como bautizado y más tarde como confirmado, al que tenemos que dar respuesta. ¿Pensamos alguna vez en ello? Sinceramente creo que pocas veces. Con frecuencia parece que estamos trabajando para cualquier ONG. Ya nos advirtió el Santo Padre en cuanto a lo que no somos, al principio de su Pontificado. No somos ONG´s. 

Tampoco hay solidaridad que valga en lo que hacemos desde las Instituciones eclesiales si se me permite una afirmación tan tajante, pero para mí absolutamente cierta. 

Tengo que hablar con mis consocios, que lo que están haciendo,  que lo que estamos haciendo juntos, de manera imperfecta sin duda, lo hacen, lo hacemos, deseando corresponder al Amor de Dios: Al Amor que Dios nos ha manifestado previamente y que intentamos devolverle de la imperfecta manera a la que antes me he referido. Pero devolverle algo que es Suyo, cumpliendo un compromiso gozosamente adquirido. 

Ese ejercicio, además de partir de la Fe y que la simple solidaridad no tiene por qué exigirnos, se llama Caridad y no Solidaridad. 

Me entristece ver cómo hemos dejado que nos venzan las palabras y nos alcancen aquellas que no son nuestras y podamos perder lo más profundo del lenguaje espiritual que tenemos y nos quedemos con las que, vuelvo a señalar, no son nuestras: son de otros. Palabras que se utilizan frecuentemente para socavar, ya sea consciente o inconscientemente, la propia manifestación de la Fe que proclamamos nos alumbra en nuestros trabajos por lo demás. Para dejar nuestras acciones en una respuesta puramente humana a las necesidades de otros, pero alejada de toda manifestación de espiritualidad cristiana, de respuesta presidida por la Fe en Jesucristo. Presidida por la Caridad: por el amor. 

La solidaridad no es una definición adecuada para un cristiano. Nuestra palabra es la Caridad como aquella que preside y nos empuja en nuestras acciones. Caridad, nada menos que aquello que se hace por amor a/y de Dios. Esa palabra, que parece avergonzarnos a veces pronunciar, tan injustamente empleada con frecuencia, es la  que habremos de volver a utilizar y dignificar con nuestro trabajo bien hecho y en el que pongamos, repito que aún de manera imperfecta, el Amor de Dios que se derrama por el mundo. Aunque nos cueste tantas veces verlo. Esa debe ser la aspiración del consocio en las Conferencias. No puede ser otra. 

Es mi convencimiento íntimo, querido lector que me siguiera hasta este punto. No soy un experto en nada. Sólo me gustaría que todos tuviéramos las ideas claras y defendiéramos y utilizáramos la palabra que define lo hecho por Amor a Dios y de Dios: Caridad. Una de las virtudes teologales y la que, de las tres, la única que permanecerá viva y operante en el Reino de los Cielos. 

Habremos de hacer, seguramente, un ejercicio de enseñanza entre nuestro propio Pueblo de la diferencia de lo realizado por Caridad o por Solidaridad. Sin desmerecer como es natural, ésta última, lo nuestro, lo cristiano, es el actuar por amor a Dios y al prójimo como a nosotros mismos a lo largo de toda nuestra vida. No la "adhesión circunstancial a la causa o empresa de otros", como define la Real Academia de la Lengua a la Solidaridad propia del ejercicio del voluntario. 

Más bien somos enviados, mandatados, "comisionados". Hemos recibido un encargo, una comisión: la de llevar al mundo el mandato de amarnos los unos a los otros como Él, que entregó su vida por nosotros, nos indicó. El mandato de evangelizar, de llevar la Buena Nueva, nunca puede ser para nosotros los cristianos, una "adhesión circunstancial". Algo voluntario. Es una feliz y grave obligación para toda nuestra vida creyente. 

Ni quiero ser pedante, ni presumir de conocimientos que son, por otra parte, harto pobres y limitados. Pero sí permítaseme recomendar una relectura de los artículos  209-2; 211 y 222 del Código de Derecho Canónico o el artículo 900 del Catecismo. Quizás, nos ayuden a recordar hasta qué punto estamos obligados a ser eficaces colaboradores en la misión encomendada al Pueblo de Dios. La de llevar a buen puerto, esa "comisión de servicio por Amor" que el mismo Amor nos solicitó  hace más de dos milenios. 

Podremos ser comisionados, mandatados, incluso pequeños o grandes apóstoles. Pero, en ningún caso, entiendo, deberemos atribuirnos una voluntariedad, que hemos de emplear para otros casos y causas

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