Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

(Septeto doble)

                                                                                   

Elévate despacio, catedral seguntina
que a los cielos asciendes y hacia las nubes claras,
hacia la azul esfera tu piedra se encamina
como si ya a otro ámbito diferente entraras.
Cada nube que pasa ante tus torres se inclina
parece que trajese la paz que tú clamaras. 
La paz, la paz, la paz, la paz que tú nos buscaras.

La torre de las campanas sube a la derecha
de la principal puerta, románica. Y soñaras
que tocando el cielo con su aldaba le abre brecha
de sonido, que más allá del cielo escucharas
subiendo hacia lo más alto, como aguda flecha.
Paz, paz, paz… sembla tañer en armonías claras.
Sea siempre mi rezo éste por todas las Guadalajaras.

 

 

Acerca del autor

 

 

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencia de Santa María la Real en Guadalajara)

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Dolor y felicidad

“Si amo a alguien que sufre o que es tratado injustamente,

se despertará en mí la inventiva. Entonces tengo que prestarle mi ayuda.

 y el espíritu de consejo y de fortaleza, el espíritu de consuelo,

no se cierra a esa necesidad de ayudar”[i].

 

Releyendo un viejo texto del Cardenal Martini, he sentido que me transportaba al dolor tantas veces sentido en mi Conferencia a lo largo de ya casi toda una vida vivida siempre dentro de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Dolor diverso y para diversos seres humanos.

Estoy sinceramente convencido que ese conocimiento de las Conferencias fue un regalo que recibí del Buen Dios a través de dos buenos amigos de mi adolescencia: Antonio y Ángel. Ellos me descubrieron el grupo de amigos, todos ellos mayores, que habían a su vez descubierto y en el que se sentían escuchados, enseñados y amparados y en el que poco a poco, irían conociendo esta última sensación: la de estar amparados cristianamente. Todo ello desde la modestia que implicaba la utilización de unos medios humildes en todos los sentidos. Medios humildes que se intentaban, fueran lo mejor utilizados posible con las discretas fuerzas a nuestro alcance.

Esta vinculación con las Conferencias me ha ayudado a ir descubriendo el dolor y las múltiples formas que este puede adoptar. También a cómo un grupo de cristianos comprometidos, humanamente sin apenas fuerzas, pueden alcanzar las necesarias para primero compartir y más tarde ayudar a aminorar el sufrimiento de nuestros hermanos. De aquellos que caminan la vida en la cercanía con cada uno de nosotros y que sufren tantas veces en silencio.

Pero si gracias a ellas – a las Conferencias – he conocido tantas formas de dolor, no quiero dejar de indicar que también y con mucha frecuencia, he gozado de la felicidad de amigos muy cercanos y a los que sigo conservando como tales, después de tantos años. Amigos con los que me encuentro después de muchos años con la sensación de haber dejado de vernos sólo la tarde anterior. Todavía me veía hace unos días, - estoy escribiendo en pleno otoño – con un muy querido amigo con el que no coincidía al menos en los últimos cinco o diez años. Daba igual, la facilidad de relación, los recuerdos comunes, nos asaltaban de tan benéfica manera que, reunidos para una comida, no dábamos fin a la misma por el placer que nos producía el encuentro.

Hay una gran diferencia, entre la amistad surgida en las más variadas circunstancias y la encontrada en las instituciones cristianas.  El poso que queda en unos casos y otros no es, me parece, el mismo. No lo es.

Vuelvo para terminar, haciendo mías sus palabras y salvando todas las distancias, de nuevo al libro del cardenal Martini:

“Quien ha vivido y trabajado tanto tiempo en la Iglesia como yo,

seguramente ha tenido que tratar con muchos

hombres difíciles.

Pero a pesar de todos los problemas

prefiero dirigir la mirada a los

muchos hermanos a los que debo horas y años hermosos”

 

Pues por ello y dado que todos habremos sentido parecidas experiencias amicales, demos gracias al Buen Dios.

Deseo para todos los amigos con los que me comunico cada mes con estos pequeños artículos, un buen año nuevo en el que nos encontremos en el servicio al ser humano que sufre.

A Cristo siempre por y con María

 

 

 

José Ramón Díaz-Torremocha

Conferencia Santa María la Mayor

Guadalajara, España

 

 

 

 

Sorrow and happiness

"If I love someone who suffers or who is treated wrongly,

then inventiveness will be awakened in me, and I have to help him. 

and the spirit of counsel and strength, the spirit of comfort,

does not exclude this need to help".

 

Rereading an old text of Cardinal Martini, I felt that it brought me back to the suffering I have felt so many times in my Conference throughout almost a whole life lived in the Conferences of St. Vincent de Paul. Different kinds of suffering for different human beings.

I am sincerely convinced that this knowledge of the Conferences was a gift from the Good Lord through two good friends of my adolescence: Antonio and Ángel. They introduced me to the group of friends, all of them older, who had discovered in their turn that group where they felt listened to, taught and supported, and where they would gradually come to know this ultimate feeling: that of being supported in a Christian way. All this was achieved with the humble means, in all senses of the word, that were used. With the limited force at our disposal, we tried to make the best possible use of those modest means.

This involvement with the Conferences has helped me to discover pain and the many forms it can take. It has also helped me to see how a group of committed Christians, without much human strength, can find the necessary resources to first share and then help to alleviate the suffering of our brothers and sisters. The suffering of those who walk through life close to each one of us and who suffer so often in silence.

But if thanks to them - to the Conferences - I have known so many forms of sorrow, I must point out that I have also, and very often, enjoyed the happiness of very close friends whom I still keep as such, after so many years. Friends with whom I meet after many years with the feeling of having seen each other just the evening before. Just a few days ago - I am writing in the middle of autumn - I met a very dear friend with whom I had not coincided for at least the last five or ten years. It didn't matter, the ease of relationship, the common memories, assaulted us in such a beneficial way that, gathered for a meal, we didn't manage to put an end to it because of the pleasure we took in the encounter.

There is a great difference between the friendship that arises in the most varied circumstances and the one we find in Christian institutions.  The aftertaste that remains in one case or the other is not, it seems to me, the same. It is not.

In conclusion, I would like to go back, once again, to Cardinal Martini's book, making his words my own, with all due respect to it:

 

"Anyone who has lived and worked in the Church for as long as I have,

surely he or she had to deal with many difficult men.

But in spite of all the problems

I prefer to look at the many

brothers to whom I owe many beautiful hours and years".

 

For this, and since we will all have had similar experiences of friendship, let us give thanks to the Good Lord.

I wish all the friends with whom I am in contact every month through these short articles, a good new year where we will meet in the service of the suffering human being.

To Christ always through and with Mary

 

 

José Ramón Díaz-Torremocha

Conference of Santa María la Mayor

Guadalajara, Spain


[1] Carlo Maria, Cardenal Martini, “Coloquios nocturnos en Jerusalén” Editorial San Pablo

Carlo Maria, Cardenal Martini, “Night Talks in Jerusalem” St. Paul’s Publishing House 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

Del 18 al 25 de enero, desde 1908 en todas las Iglesias y comunidades cristianas, se celebra la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que este recuerda

 

 

 

 

Se entiende por ecumenismo "el conjunto de esfuerzos realizados bajo el impulso del Espíritu Santo con el fin de restaurar la unidad de todos los cristianos". El movimiento ecuménico tiene más de un siglo de existencia y nace como respuesta a la división de los seguidores de Jesucristo en distintas Iglesias y Confesiones. En todo el mundo hay, en la actualidad, cerca de dos quinientos millones de cristianos, lo que supone el 33% de la población mundial, por delante de los musulmanes, que aglutinaban el 23%.

Sin embargo, y también en el islamismo y en las otras religiones, el cristianismo no está unido: 1.375 millones son católicos, cerca de millones son ortodoxos y el resto pertenecen, muy fragmentados, a las Iglesia nacida de la Reforma Protestante, entre ellas, la Comunión Anglicana.

Esta realidad de separación y de división contradice abierta y escandalosamente la voluntad de Jesucristo, el fundador de la única Iglesia, perjudica la obra evangelizadora, resta credibilidad y dispersa fuerza. Es una situación que hay que superar. Es ineludible la unidad, la plena comunión de todos los discípulos de Jesucristo, que quiere todos seamos uno y que haya un solo Pastor y en un solo Rebaño.

 

 

Orígenes de la Semana de la Unidad

En 1908, por iniciativa del reverendo Paul Wattson, comenzó una semana de oración por la unidad de los cristianos, con invitación a sumarse a ella a todas las Iglesias, comunidades y confesiones cristiana.

La iniciativa se llamó inicialmente Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, que pasa a denominarse de manera común y conjunta Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos en 1968 y siempre desde el 18 al 25 de enero.  Incluso, ya desde 1935, en Francia, con el abad Paul Couturier empezó la denominación de Semana.

Desde 1968 los lemas y textos comunes para todos los cristianos de la Semana de oración por la unidad son elaborados por la Comisión Fe y Constitución del Consejo Ecuménicos de las Iglesias y por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los cristianos. La Semana de oración por la unidad es celebrada por todas las Iglesias, confesiones y comunidades cristianas del 18 al 25 de enero. Lemas, materiales, fechas y compromiso comunes son símbolo y siembra de unidad. Sus enunciados -siempre frase de la Biblia, sobre todo del Nuevo Testamento- nos muestran extraordinarios e interpeladoras caminos para la necesaria, anhelada e inaplazable unidad de los cristianos, cuya alma es la oración.

 

«Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo»

La elección de los textos bíblicos y litúrgicos se inspira en la imagen del buen samaritano de la parábola evangélica (Lucas 10,25-37). Para comprender en profundidad la intención de la oración de este año, es muy interesante conocer quién ha preparado el material y por qué. Es decir, nos puede ayudar a desentrañar su sentido saber que la Semana de oración ha sido propuesto por un equipo ecuménico de Burkina Faso. En aquel país, en términos religiosos, aproximadamente el 64% de la población es musulmana. El país atraviesa actualmente -después del gran ataque diarista de 2016- una grave crisis de seguridad, que afecta a todas las comunidades de fe. Las Iglesias cristianas han sido expresamente blanco de ataques armados. Estas circunstancias ayudan a los cristianos de distintas iglesias y comunidades eclesiales a volver a lo esencial: el amor, que es el ADN de la fe cristiana.

 

La oración ecuménica, primer camino ecuménico

La importancia de la oración ecuménica es reconocida universalmente. Es camino fecundo y privilegiado para lograr la meta de la unidad. La oración es el camino; la meta, la unidad. Pero son camino que meta.

La oración por la unidad es, en efecto, uno de los seis caminos del ecumenismo enumerados por el Concilio Vaticano II, en su decreto "Unitatis redintegratio", uno de los documentos más emblemáticos de la última asamblea conciliar católica. Estos seis caminos del ecumenismo son: 1.- La reforma de la Iglesia. 2.- La conversión del corazón. 3.- La oración constante y unánime. 4.- El conocimiento mutuo de los hermanos. 5.- La formación ecuménica y 6.- La cooperación entre los hermanos cristianos.

 

Seis dimensiones esenciales del ecumenismo

Hoy día también se habla de dimensiones y aspectos del ecumenismo como los llamados ecumenismo del Pueblo de Dios, ecumenismo de la santidad y ecumenismo espiritual, ecumenismo apostólico, ecumenismo de la verdad y ecumenismo del amor.

El primero de ellos, el ecumenismo del Pueblo de Dios, sería el más directamente relativo a la acción pastoral dentro de las propias comunidades. Se trata de suscitar en el pueblo cristiano la necesidad de orar, trabajar y servir la unidad de los cristianos. Si el pueblo no se sensibilizara y motivara en este sentido, la comunión plena podría ser papel mojado, como ya ocurrió en la primera mitad del siglo XV, tras la fallida unidad entre las Iglesia griegas y latina, decretada por el Concilio de Florencia y rechazada por el pueblo. Para fomentar el ecumenismo del Pueblo de Dios hay que intensificar la oración, el conocimiento mutuo, la formación y la cooperación intercristiana.

 

Ecumenismo de la santidad y apostólico

El ejemplo quizás más significativo del llamado ecumenismo de la santidad lo ha constituido durante su vida hasta 2025 y después de ella el hermano Roger de Taizé, el fundador de la Comunidad Ecuménica Internacional de esta pequeña villa francesa. El ecumenismo de la santidad se logrará, ante todo, a través de la conversión del corazón y de la oración. En la base de la separación de los cristianos están los pecados de las distintas partes afectadas en estas rupturas. La separación de los cristianos es un pecado grave, que se ha de superar por la vía de la santidad. En el ecumenismo de la santidad se engloba y encuentra su más plena identificación el también llamado ecumenismo espiritual.

El ecuménico apostólico parte de la necesidad evangelizadora que debemos experimentar todos los cristianos para el mundo crea. El ecumenismo apostólico significa mostrar con palabras y con obras la verdadera imagen de Dios, relevada y encarnada en Jesucristo. El ecumenismo apostólico habrá de constatar cómo la actual separación es un obstáculo para la mayor eficacia de la acción evangelizadora, máxime en medio de un mundo como el nuestro que vive, particularmente en Occidente, bajo el estigma del neopaganismo, del relativismo y de la secularización.

El ecumenismo apostólico viene ahora particularmente demandado ante la sociedad de la movilidad y de las migraciones, dos de las realidades que más poderosamente están configurando en la hora presente a la humanidad.

 

Ecumenismo de la verdad y del amor

El ecumenismo de la verdad es una llamada a evitar la tentación fácil de sincretismo, del irenismo, del relativismo, que no culminarán la búsqueda ecuménica, sino, al contrario, la tergiversarán y desorientarán. Y es que, en materia ecuménica, también la verdad nos hace libres y nos acerca a la unidad tan anhelada. El ecumenismo de la verdad supone el conocimiento mutuo de los hermanos y la formación ecuménica.

El ecumenismo de la verdad no consiste en diluir la propia identidad, ni en atenuar -y mucho menos ocultar- la propia confesión de la fe, sino en potenciarlas desde la búsqueda de la voluntad de Jesucristo. Para vivir este aspecto, debemos recorrer el primero de los caminos ecuménicos propuesto por el Concilio Vaticano II: la reforma de la Iglesia para ésta sea cada vez más fiel a su único Señor y Salvador.

Por último, el ecumenismo del amor es como la síntesis y la suma de todas las dimensiones anteriores. "Desciende directamente del mandamiento que Jesús legó sus discípulos. El amor acompañado de gestos coherentes genera confianza y abre el corazón y los ojos. Por su propia naturaleza, el diálogo de la caridad fomenta y alumbra el diálogo de la verdad: y es que precisamente en la plena verdad tendrá lugar el encuentro definitivo al que conduce el Espíritu de Cristo", tal y como afirmaba el Papa Benedicto XVI. El ecumenismo del amor encuentra realizaciones en la cooperación práctica entre los cristianos, que, según afirma el Concilio Vaticano II, "expresa vivamente aquella conjunción por la cual están ya unidos entre sí y presenta bajo una luz más plena el rostro de Cristo siervo".

 

Una mirada a la actual situación ecuménica

Junto al objetivo escándalo y pecado de la división, que contradice la voluntad de Jesucristo que todos seamos uno, la necesidad ecuménica la apremia la creciente necesidad compartida de la urgencia evangelizadora ante la actual situación de secularización tan generalizada, máxime también en la actual sociedad de la movilidad y de las migraciones.

El diálogo ecuménico con las Iglesias de la ortodoxia es más fácil. Hay menos escollos; en la realidad, la distinta concepción del Primado papal es la única, grave y, a día de hoy, insalvable diferencia. Tampoco son excesivas las diferencias doctrinales con la Comunión Anglicana, si bien a ellas ahora se han añadido decisiones de carácter moral y disciplinar, causa también de división dentro del mismo anglicanismo.

Hablar de protestantismo o luteranismo como si se tratara de una unidad compacta y homogénea es falso y precisamente en esta pluralidad, que deriva en atomización, radica razón añadida que dificulta aún más la unidad.

Con todo, las luces y con las sombras descritas, hemos de ser conscientes de que todavía queda muchísimo por recorrer. En los 60 años discurridos desde del Concilio Vaticano II, se ha avanzado mucho más que durante los siglos precedentes desde las distintas rupturas y divisiones. El camino se ha hace al andar. Hay que seguir caminando, orando, dialogando, cooperando juntos, persuadidos de que la actual situación de división es inaceptable. La unidad no puede esperar.

Y en medio de todo esto y como insiste tanto el Papa Francisco, hay otro camino ecuménico, que es el ecumenismo de la sangre. Más de seis de cada diez cristianos en el mundo, en distinta proporción, son perseguidos. No se le persigue por ser católicos, anglicanos, ortodoxos o luterano, sino por ser cristiano. Luego la sangre de la sangre de los mártires ha de ser semilla de unidad y vida cristiana.

 

 

Publicado en Nueva Alcarria el 19 enero de 2024

Por Rafael Amo

(Delegación de Ecumenismo)

 

 

Como cada año, del 18 al 25 de enero, todas las Iglesias y comunidades eclesiales -también la Iglesia Católica- estamos convocados a rezar por la unidad de la Iglesia. Este año el lema del octavario es “«Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo»” (Lc 10, 27). La elección de los textos bíblicos y litúrgicos se inspira en la imagen del buen samaritano de la parábola evangélica (Lc 10,25-37).

Para comprender en profundidad la intención de la oración de este año, es muy interesante conocer quién ha preparado el material y por qué. Nos puede ayudar a desentrañar su sentido saber que el Octavario de oración ha sido propuesto por un equipo ecuménico de Burkina Faso.

En aquel país, en términos religiosos, aproximadamente el 64 % de la población es musulmana. El país atraviesa actualmente -después del gran ataque yihadista de 2016- una grave crisis de seguridad, que afecta a todas las comunidades de fe.

Las Iglesias cristianas han sido expresamente blanco de ataques armados. Sacerdotes, pastores y catequistas han sido asesinados durante el culto y se desconoce el destino de otros que fueron secuestrados. Aproximadamente, más del 22 % del territorio nacional está fuera del control del Estado. Los cristianos ya no pueden practicar abiertamente su fe en estas áreas. Debido al terrorismo, la mayoría de las Iglesias cristianas en el norte, este y noroeste del país han sido cerradas. Ya no hay ningún culto cristiano público en muchas de estas áreas. Y allí donde todavía es posible el culto, se ha de realizar con protección policial y ha sido necesario acortar los servicios debido a los problemas de seguridad.

Estas circunstancias ayudan a los cristianos de distintas iglesias y comunidades eclesiales a volver a lo esencial: el amor, que es el ADN de la fe cristiana. Dios es Amor y «el amor de Cristo nos ha reunido en uno». Nuestra identidad común se encuentra en la experiencia del amor de Dios (cf. Jn 3,16) y revelamos esa identidad al mundo en el modo en que nos amamos unos a otros (Jn 13,35).

Puede parecer que nuestra parroquia, o grupo de oración, es pequeño; que poco podemos hacer. Sin embargo, Jesús nos prometió que cuando dos o tres nos reunimos en su nombre, Él está en medio de nosotros (Mt 18, 20). Y también, que, si le pedimos algo con fe, aunque fuera tan pequeña como un granito de mostaza (Mt 17, 20), Dios nos lo concederá.

La Iglesia de Cristo es un solo Cuerpo, Él es la cabeza y nosotros los miembros, lo que le pase a cualquiera de los miembros nos afecta a todos. El dolor de los cristianos perseguidos, de la confesión que sean, es nuestro dolor. La oración en común, o individual, que podamos hacer es su consuelo.

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