Por Jesús de las Heras Muela
(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)
Es una exhortación apostólica, comenzada a redactar por el Papa Francisco, que completa y hace suya León XIV y mediante la cual apremia al amor hacia los pobres
Como ya adelantaba esta misma página de Religión de NUEVA ALCARRIA del 10 de octubre, el Papa León XIV acaba de publicar su primer gran documento, una exhortación apostólica, un texto empezado a preparar por el Papa Francisco y en conexión directa con la última encíclica de este, 24 de octubre de 2024, «Dilexit nos» («Nos amó») sobre el amor divino y humano del Corazón de Jesucristo. Y es que precisamente desde el amor del Corazón de Cristo se entiende mejor la ineludible obligación del cristiano de su amor y servicio hacia los pobres, entendidos estos en sentido amplio (ancianos, enfermos, marginados, migrantes, transeúntes, etc.).
Es, en suma, una nueva verificación de que la verdad de la fe cristiana, el compendio de los mandamientos es el amor a Dios y al amor al prójimo, especialmente hacia el más vulnerable y necesitado. No hay ni debe haber dicotomías al respecto en el contenido y en la práctica de la fe en la vida cristiana: el amor a los pobres es una exigencia de la vida cristiana, que solo es posible y factible desde el amor a Dios.
El título de la exhortación apostólica de León XIV, «Dilexi te» («Te he amado»), está tomado de unas palabras que Cristo dirige, en el libro del Apocalipsis (3, 9), a una comunidad cristiana poco relevante y expuesta al desprecio. El Papa señala que el documento retoma un texto preparado por Francisco, «imaginando que Cristo se dirigiera a cada uno de ellos diciendo: no tienes poder ni fuerza, pero “yo te he amado”».

Amar a los necesitados, camino de santidad
Partiendo de estas bases, León XIV establece de modo claro el objetivo principal del documento que es proponer el amor a los necesitados como camino de santificación, una llamada y realidad cristiana de fuerte raigambre evangélica. Dicho con otras palabras: la santidad consiste en reconocer a Cristo en los necesitados para configurarse con Cristo.
En el primer capítulo del documento, «Algunas palabras indispensables», León XIV señala cómo el Señor se identifica con los necesitados (cfr. sobre todo Mateo 25, 40). «En el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo». Y por ello confiesa el Papa: «Estoy convencido de que la opción preferencial por los pobres genera una renovación extraordinaria tanto en la Iglesia como en la sociedad, cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos escuchar su grito». Esto pide un cambio de mentalidad sin dejarse engañar por burlas, argumentaciones interesadas y pseudocientíficas.
En la Palabra de Dios
La Sagrada Escritura (cfr. capítulo II) enseña que «no se puede rezar ni ofrecer sacrificios mientras se oprime a los más débiles y a los más pobres». Jesús se hizo pobre para revelarnos el amor del Padre. Su pobreza y su amor a los pobres es signo de su vínculo con el Padre y de la entrega que pide también a sus discípulos. Por eso, «no se puede amar a Dios sin extender el propio amor a los pobres» y de ahí que se recomiendan las obras de misericordia, como signo de la autenticidad del culto a Dios.
Es significativo que el apóstol Santiago, en su epístola, para ejemplificar la necesaria unión entre la fe y las obras, ponga como ejemplos la relación con los necesitados (cfr. Santiago 5, 3-5). De hecho, la primera comunidad cristiana de Jerusalén se cuidaba cotidianamente de compartir los bienes y asistir a los pobres (concretamente a las viudas, cfr. Hechos de los Apóstoles, 1-6) y San Pablo recibió la indicación de que no se olvidase de los pobres (cfr. Gálatas 2, 10).
Los Santos Padres
Los padres de la Iglesia (cfr. capítulo III) vieron en la caridad hacia los necesitados una expresión concreta de la fe en el Verbo encarnado. Con fuertes acentos impulsaron a reconocer a Cristo no solo en la Eucaristía sino también en los necesitados.
Para San Agustín, el pobre no es solo alguien a quien se ayuda, sino la presencia sacramental del Señor. Todo ello teniendo ahora en cuenta la diversificación de las formas de pobreza: moral, espiritual, cultural, «la del que se encuentra en una condición de debilidad o fragilidad personal o social, la pobreza del que no tiene derechos, ni espacio, ni libertad».
«Sobre este aspecto –señala el Papa- se puede afirmar que la teología patrística fue práctica, apuntando a una Iglesia pobre y para los pobres, recordando que el Evangelio solo se anuncia bien cuando llega a tocar la carne de los últimos, y advirtiendo que el rigor doctrinal sin misericordia es una palabra vacía» (48). Y en esta línea se multiplican las obras de tantos santos y santas, concretamente en la vida religiosa.
Los pobres y la educación
En cuanto a la educación de los pobres, para la Iglesia no se trata de un favor, sino de un deber. Merece la pena citar este entero párrafo: «Los pequeños tienen derecho a la sabiduría, como exigencia básica para el reconocimiento de la dignidad humana. Enseñarles es afirmar su valor, darles las herramientas para transformar su realidad. La tradición cristiana entiende que el conocimiento es un don de Dios y una responsabilidad comunitaria. La educación cristiana forma no sólo profesionales, sino personas abiertas al bien, a la belleza y a la verdad. Por eso, la escuela católica, cuando es fiel a su nombre, se convierte en un espacio de inclusión, formación integral y promoción humana. Así, conjugando fe y cultura, se siembra futuro, se honra la imagen de Dios y se construye una sociedad mejor».
Todo ello afecta, por tanto, no solo a la vida personal sino también a la vida social y política, con la ayuda de las ciencias y de la técnica. Hay que luchar contra las causas estructurales de la pobreza, las estructuras de pecado y las desigualdades extremas. También las instituciones de la Iglesia han de implicarse en el esfuerzo por erradicar la pobreza.
El magisterio y concretamente la Doctrina social de la Iglesia (cf. capítulo IV) viene insistiendo en la atención a los pobres no solo por motivos sociológicos y de justicia, sino también por motivos cristológicos. Pablo VI insistió en que todo pobre representa y refleja a Cristo. Y los papas siguientes han subrayado la primacía del criterio del destino universal de los bienes y la necesidad de trabajar por el bien común.
Compromiso social ineludible
«Siempre debe recordarse que la propuesta del Evangelio no es solo la de una relación individual e íntima con el Señor. (…) En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales».
Haciendo eco al Papa Francisco, insiste León XIV en que «los pobres para los cristianos no son una categoría sociológica, sino la misma carne de Cristo». Por eso propone situarlos en el centro de la Iglesia y en el corazón de cada fiel. Y también por eso señala que cada comunidad de la Iglesia debe ocuparse por incluir a todos, a riesgo de correr el riesgo de la mundanidad espiritual e incluso de la disolución.
El aspecto religioso es inseparable de la promoción integral. En ese sentido no es suficiente «rezar y enseñar la verdadera doctrina, como si la auténtica oración y la auténtica doctrina no implicaran la preocupación concreta por el bien integral de todos y cada uno».
La «Dilexi te» concluye con estas palabras: «Ya sea a través del trabajo que ustedes realizan, o de su compromiso por cambiar las estructuras sociales injustas, o por medio de esos gestos sencillos de ayuda, muy cercanos y personales (como la limosna), será posible para aquel pobre sentir que las palabras de Jesús son para él: “Yo te he amado” (Apocalipsis 3,9)».
□ Ocho frases principales de «Dilexi te» de León XIV
(1) Considero necesario insistir sobre este camino de santificación, porque en la llamada a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo
(2) Aún persiste —a veces bien disimulada— una cultura que excluye a los demás sin siquiera notarlo, y tolera con indiferencia que millones de personas mueran de hambre o vivan en condiciones indignas del ser humano.
(3) El hecho de que el ejercicio de la caridad resulte despreciado o ridiculizado, como si se tratase de la fijación de algunos y no del núcleo incandescente de la misión eclesial, me hace pensar que siempre es necesario volver a leer el Evangelio.
(4) Es innegable que el primado de Dios en la enseñanza de Jesús va acompañado de otro punto fijo: no se puede amar a Dios sin extender el propio amor a los pobres. El amor al prójimo representa la prueba tangible de la autenticidad del amor a Dios.
(5) Cuando la Iglesia se arrodilla para romper las nuevas cadenas que aprisionan a los pobres, se convierte en signo de la Pascua, en Iglesia peregrina, humilde y fraterna, que vive entre los pobres no por estrategia proselitista, sino por identidad.
(6) Para los cristianos, los pobres son una cuestión familiar, son de los nuestros. Nuestra relación con ellos no se puede reducir a una actividad o a una oficina de la Iglesia.
(7) Una Iglesia que no pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino solo hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy.
(8) Como cristianos, no renunciamos a la limosna. La limosna sigue siendo un momento necesario de contacto, de encuentro y de identificación con la situación de los demás.
Publicado en Nueva Alcarria el 31 de octubre de 2025



















