'Espero en tu Palabra (SAL 119,74)'
Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
El tercer domingo del Tiempo Ordinario, se celebra el Domingo de la Palabra de Dios, que este año llega a su sexta edición. Se nos invita a profundizar en la escucha creyente, orante, activa y esperanzada de la Sagrada Escritura.
Como se explica en la presentación de los materiales publicados por el Dicasterio para la Evangelización, en el Jubileo de 2025 se nos comunica “la Esperanza” en singular. “No se trata de una idea abstracta o de un optimismo ingenuo, sino de una persona viva y presente en la vida de cada uno: Cristo crucificado y resucitado, el único que no nos abandona nunca”.
La Palabra de Dios tiene una clave, un código: Jesucristo. Él es el único digno de abrir el libro, soltar los sellos y explicarnos todo lo que se refiere a Él en las Escrituras, de modo que arda nuestro corazón.
Dios tiene una iniciativa gratuita y sorprendente: nos habla, se comunica a Sí mismo, nos abre las entrañas de su intimidad, nos hace participar de su naturaleza, nos exhorta a la comunión, pronuncia palabras de vida eterna que van unidas a acciones en la historia de la salvación y nos abre a la esperanza. Dios ve, oye, habla y actúa. Y desea que su palabra sea acogida, asimilada, comprendida, aceptada, hecha vida y anunciada.
La Palabra de Dios es un acontecimiento de gracia, de ternura y misericordia. También es llamada, vocación, exhortación, estímulo y aliento. Y es misión, envío, orientación y destino por los caminos de la vida. Es alianza, diálogo de amor, advertencia. Da fuerza para la rectificación de los senderos, el perdón de los enemigos, la fortaleza y la alegría de la fe, la seguridad y la certeza de la esperanza y la constancia en el amor. Convoca a formar una comunidad y el pueblo de la alianza.
El Domingo de la Palabra de Dios abre un proceso abierto a todo el año, porque cada día se nos regala la oportunidad de escuchar con atención, de responder y vivir con pasión y de participar en corresponsabilidad diferenciada en la misión. Dios pronuncia una promesa de salvación, descubre a cada persona la profundidad de su propio ser y la calidad de su destino. Abre a la propuesta de la fraternidad, invita a la unidad, convoca a la comunión.
En el torrente de gracia de los libros históricos y narrativos, proféticos, poéticos y sapienciales, Evangelios y Hechos de los Apóstoles, cartas y Apocalipsis, se derrama sobre nosotros la abundancia del amor. Descubrimos nuestra identidad, el amor que eternamente nos precede, la responsabilidad de nuestra acogida de la alianza y el compromiso de nuestra vida de testimonio fecundo y misionero.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, Obispo de Sigüenza-Guadalajara