20 DE AGOSTO, SAN BERNARDO
Queridas hermanas, amigos y quienes participáis en esta liturgia: la paz benedictina con vosotros.
Sorprende que la Orden, y en concreto este monasterio, celebre con mayor solemnidad la fiesta de san Bernardo que la de los fundadores del Císter: san Roberto, san Alberico y san Esteban. De hecho, durante mucho tiempo a las monjas cistercienses se las llamó “bernardas”.
No sé la razón por la que popularmente se llegó a esta identificación con el santo abad, pero interpreto que no puede ser casual esta referencia. Más bien encuentro en ello el sentido de lo que supuso históricamente la llegada del joven Bernardo, acompañado de sus treinta compañeros, a Citeaux. La Orden del Císter, que vivió momentos azarosos en sus comienzos, se consolidó con la llegada de san Bernardo, y quizá por ello se le considera padre de la Orden, aunque no sea su fundador. Si aplicamos esta interpretación a las circunstancias presentes del Sistal, sentimos unas concurrencias providenciales. Como en los orígenes del Císter, también hoy vivimos la precariedad, razón por la que invocamos de manera especial al santo abad, para que lo débil se convierta en fuerte y la fragilidad en fortaleza.
En este año santo de 2025, la consigna “Peregrinos de esperanza” remece a diario nuestra oración. La celebración litúrgica de este día nos invita a cada uno a la confianza y, desde el testimonio de san Bernardo, al amor. Tres llamadas especiales:
Espera: Hace muchos años, Buenafuente se identifica con el salmo 26: “Espera en el Señor, sé valiente, espera en el Señor” (Sal 26, 14). La profecía de la esperanza es propia de quienes lo dejan todo por seguir a Jesús de forma radical, como sucede en el monacato. A lo largo de los días y de las horas, nuestros labios pronuncian, en clima de oración, la opción de esperar siempre en el Señor: “Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa esperanzada” (Sal 15, 8-9).“Los que esperan en ti no quedan defraudados” (Sal 24, 3).
Confía: Gracias a la sensibilidad del presidente de la Diputación, se están restaurando los contrafuertes de esta iglesia románica, que ha cobijado la liturgia durante más de ochocientos años. La fortaleza de sus muros nos lleva a una concurrencia sálmica: “Los que temen al Señor confían en el Señor” (Sal 113b, 11). “Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no tiembla, está asentado para siempre” (Sal 124, 1). El Señor es mi roca, mi baluarte. “Refugio mío, alcázar mío, | Dios mío, confío en ti” (Sal 90, 2).
Ama: Si en algo destaca san Bernardo es precisamente por su opción radical y enamorada. La prueba que él mismo se da es la de amar por amor, ni siquiera por lo que se gusta del amor divino. La Iglesia, al elegir una lectura para celebrar este día, escoge el testimonio del santo, que confiesa: “El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar” (Sermón 83, 4-6: Opera omnia, edición cisterciense, 2 [1958], 300-302).
Desde la llamada de la Iglesia, la historia de los orígenes del Císter y la enseñanza de san Bernardo, la propuesta que se convierte en reto es: Espera, confía, ama.