Jornada de Medios de Comunicación Social 2017

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA LI JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES 

«NO TEMAS, QUE YO ESTOY CONTIGO» (Is 43,5)COMUNICAR ESPERANZA Y CONFIANZA EN NUESTROS TIEMPOS

 

Gracias al desarrollo tecnológico, el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos individuos tienen la posibilidad de compartir inmediatamente noticias y de difundirlas de manera capilar. Estas noticias pueden ser bonitas o feas, verdaderas o falsas. Nuestros padres en la fe ya hablaban de la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua, no se puede detener. Sin embargo, quien se encarga del molino tiene la posibilidad de decidir si moler trigo o cizaña. La mente del hombre está siempre en acción y no puede dejar de «moler» lo que recibe, pero está en nosotros decidir qué material le ofrecemos[1].

Me gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que, tanto en el ámbito profesional como en el de las relaciones personales, «muelen» cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y bueno a todos los que se alimentan de los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza.

Creo que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación.

Por lo tanto, quisiera contribuir a la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia. Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia».

 

La buena noticia

La vida del hombre no es solo una crónica aséptica de acontecimientos, sino que es historia, una historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más importantes. La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos mirarla: cambiando las lentes, también la realidad se nos presenta distinta. Entonces, ¿qué hacer para leer la realidad con «las lentes» adecuadas?

Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que las de la buena noticia, partiendo de la «Buena Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1, 1). Con estas palabras comienza el evangelista Marcos su narración, anunciando la «buena noticia» que se refiere a Jesús, pero más que una información sobre Jesús se trata de la buena noticia que es Jesús mismo. En efecto, leyendo las páginas del Evangelio se descubre que el título de la obra corresponde a su contenido y, sobre todo, que ese contenido es la persona misma de Jesús.

Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43, 5): es la palabra consoladora de un Dios que se implica desde siempre en la historia de su pueblo. Con esta promesa, «estoy contigo», Dios asume, en su Hijo amado, toda nuestra debilidad hasta morir como nosotros. En Él también las tinieblas y la muerte se hacen lugar de comunión con la Luz y la Vida. Precisamente aquí, en el lugar donde la vida experimenta la amargura del fracaso, nace una esperanza al alcance de todos. Se trata de una esperanza que no defrauda -porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5, 5)- y que hace que la vida nueva brote como la planta que crece de la semilla enterrada. Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.

 

La confianza en la semilla del Reino

Para iniciar a sus discípulos y a la multitud en esta mentalidad evangélica, y entregarles «las gafas» adecuadas con las que acercarse a la lógica del amor que muere y resucita, Jesús recurría a las parábolas, en las que el Reino de Dios se compara, a menudo, con la semilla que desata su fuerza vital justo cuando muere en la tierra (cf. Mc 4, 1-34). Recurrir a imágenes y metáforas para comunicar la humilde potencia del Reino, no es un manera de restarle importancia y urgencia, sino una forma misericordiosa para dejar a quien escucha el «espacio» de libertad para acogerla y referirla incluso a sí mismo. Además, es el camino privilegiado para expresar la inmensa dignidad del misterio pascual, dejando que sean las imágenes -más que los conceptos- las que comuniquen la paradójica belleza de la vida nueva en Cristo, donde las hostilidades y la cruz no impiden, sino que cumplen la salvación de Dios, donde la debilidad es más fuerte que toda potencia humana, donde el fracaso puede ser el preludio del cumplimiento más grande de todas las cosas en el amor. En efecto, así es como madura y se profundiza la esperanza del Reino de Dios: «Como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece» (Mc 4, 26-27).

El reino de Dios está ya entre nosotros, como una semilla oculta a una mirada superficial y cuyo crecimiento tiene lugar en el silencio. Quien tiene los ojos límpidos por la gracia del Espíritu Santo lo ve brotar y no deja que la cizaña, que siempre está presente, le robe la alegría del Reino.

 

Los horizontes del Espíritu

La esperanza fundada sobre la buena noticia que es Jesús nos hace elevar la mirada y nos impulsa a contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la Ascensión. Aunque parece que el Señor se aleja de nosotros, en realidad se ensanchan los horizontes de la esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva nuestra humanidad hasta el Cielo, cada hombre y cada mujer puede tener la plena libertad de «entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne» (Heb 10, 19-20). Por medio de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra» (cf. Heb 1, 7-8).

La confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la Pascua configura también nuestra manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar -en las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación- con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona.

Quien se deja guiar con fe por el Espíritu Santo es capaz de discernir en cada acontecimiento lo que ocurre entre Dios y la humanidad, reconociendo cómo él mismo, en el escenario dramático de este mundo, está tejiendo la trama de una historia de salvación. El hilo con el que se teje esta historia sacra es la esperanza y su tejedor no es otro que el Espíritu Consolador. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque permanece escondida en los pliegues de la vida, pero es similar a la levadura que hace fermentar toda la masa. Nosotros la alimentamos leyendo de nuevo la Buena Nueva, ese Evangelio que ha sido muchas veces «reeditado» en las vidas de los santos, hombres y mujeres convertidos en iconos del amor de Dios. También hoy el Espíritu siembra en nosotros el deseo del Reino, a través de muchos «canales» vivientes, a través de las personas que se dejan conducir por la Buena Nueva en medio del drama de la historia, y son como faros en la oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren nuevos senderos de confianza y esperanza.

Vaticano, 24 de enero de 2017

FRANCISCUS

[1] Cf. Casiano el Romano, Carta a Leoncio Igumeno.

 

MENSAJE DE LOS OBISPOS DE LA CEMCS 

«CONFIANZA Y ESPERANZA EN LA VERDAD, EN LA ERA DE LA POSTVERDAD»

La celebración de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales en la solemnidad de la Ascensión del Señor pone ante nuestros ojos un momento especialmente significativo de la historia de Jesús entre nosotros. A los cuarenta días de su Resurrección, el Señor se reúne con los apóstoles en lo alto de un monte para despedirse de ellos antes de volver al Padre. También allí, después de su Pasión, muerte y Resurrección, les encomienda ser partícipes de su misión que se prolonga hasta nuestros días: «Id por todo el mundo y anunciad la Buena Noticia» (Mc 16, 15). De este modo, a lo largo de los siglos, la Iglesia prolonga la presencia de Jesucristo y continúa anunciando, celebrando y compartiendo la salvación que Dios ha ofrecido a su pueblo en la persona de su Hijo.

Promover confianza y esperanza con la verdad

Para esta Jornada de las Comunicaciones Sociales, el papa Francisco vuelve a ofrecernos su Mensaje, animando a los comunicadores a promover esperanza y confianza en nuestro tiempo. En un contexto global en el que crece la desconfianza de unos y otros por la situación política, social y económica en muchos países, por los conflictos lejanos que el terrorismo hace cercanos, por la llegada a nuestras fronteras de inmigrantes y refugiados, el Papa propone comunicar confianza y esperanza. Nos invita «a todos a ofrecer, a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo, narraciones marcadas por la lógica de la “buena noticia”»[1], y pide a los comunicadores el esfuerzo de ofrecer «buen trigo» para la formación de las personas, que les permita enriquecerse con su reflexión y crecer en su humanidad[2].

El Papa actualiza así la experiencia de la Iglesia en su misión de anunciar el Evangelio, recordando precisamente que solo la verdad produce confianza y esperanza verdaderas. Por difícil que sea de entender y aceptar en ocasiones, la verdad ilumina la realidad, señala al hombre el camino del auténtico progreso y permite la realización de su humanidad. Por eso, en el centro del mensaje de la Iglesia está Jesucristo, quien a sí mismo se presenta como «camino, verdad y vida» (cf. Jn 14, 6). Es Jesús, el Resucitado, quien ofrece al mundo la esperanza definitiva sobre el pecado y sobre la muerte al proclamar con su vida que el pecado es perdonado, que la muerte ha sido vencida. Como dice el papa Francisco, «continuamente vemos, y veremos, problemas cerca de nosotros y dentro de nosotros. Siempre los habrá, pero en esta noche hay que iluminar esos problemas con la luz del Resucitado, en cierto modo hay que “evangelizarlos”. Evangelizar los problemas. No permitamos que la oscuridad y los miedos atraigan la mirada del alma y se apoderen del corazón, sino escuchemos las palabras del Ángel: el Señor “no está aquí. Ha resucitado” (v. 6); Él es nuestra mayor alegría, siempre está a nuestro lado y nunca nos defraudará»[3].

En buena lógica, del mismo modo que la presencia de Jesucristo es causa de esperanza, de confianza y de vida, se puede decir que su ausencia es causa de temor, de error y de muerte. Donde Jesús desaparece o es ocultado el hombre queda desconcertado, desorientado: queda sin camino, sin verdad y sin vida. La desconfianza y la desesperanza son el fruto de la mentira o de la ocultación de la verdad.

Por eso, el sucesor de san Pedro, alerta en su Mensaje de este año a los comunicadores de la necesidad de ofrecer buena materia de reflexión al corazón humano y no ofrecer la cizaña que ahoga la esperanza y arruina la cosecha del trigo: «Nuestros padres en la fe –dice el papa Francisco– ya hablaban de la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua, no se puede detener. Sin embargo, quien se encarga del molino tiene la posibilidad de decidir si moler trigo o cizaña. La mente del hombre está siempre en acción y no puede dejar de “moler” lo que recibe, pero está en nosotros decidir qué material le ofrecemos. (cf. Casiano el Romano, Carta a Leoncio Igumeno)».

La nueva era de la postverdad

Esta insistencia del Papa para animar a los comunicadores a ofrecer la verdad está relacionada con el surgimiento en nuestro tiempo de una nueva era que se denomina de la postverdad. Si los clásicos definieron la verdad como la adecuación de la realidad y el intelecto de la persona, la postverdad se puede definir como la adecuación del intelecto y la opinión mayoritaria o lo socialmente correcto, que es mudable, efímero y fugaz, y, por definición, independiente de la realidad. La postverdad es la consecuencia lógica por un lado del relativismo moral, y por otro lado de la modernidad líquida, y en ambos tiene su fundamento.

Del relativismo moral hablaron con insistencia san Juan Pablo II y Benedicto XVI. El primero afirmaba en Centessimus annus: «Si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder» y provocar lo que se conoce como la dictadura de la mayoría. «Una democracia sin valores –continuaba- se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia»[4]. Profundizando en esta idea, Benedicto XVI señalaba que «en la raíz de esta tendencia se encuentra el relativismo ético, en el que algunos ven incluso una de las condiciones principales de la democracia, pues el relativismo garantizaría la tolerancia y el respeto recíproco de las personas. Pero si fuera así, la mayoría de un momento se convertiría en la última fuente del derecho. La historia demuestra con gran claridad que las mayorías pueden equivocarse»[5] y, en muchas ocasiones, esa equivocación ha resultado trágica.

Además del relativismo moral el otro antecedente de la postverdad es lo que desde la perspectiva de la sociología se llamó modernidad líquida. Como apunta Zygmunt Bauman, la modernidad líquida trajo consigo un mundo sin seguridad moral, un mundo precario sin nada estable, ni tierra firme, cuyas consecuencias se pueden ver ya en la concepción de la familia, en las relaciones personales, en el compromiso social y en la vida pública: la fidelidad ha sido sustituida por la flexibilidad. Se establece una sociedad en la que no hay compromisos definitivos, ni siquiera duraderos. Se promueve el no estar comprometido con nada para siempre, sino estar preparado para cambiar la sintonía, la mente, las ideas, la vida, en cualquier momento en el que sea requerido. Se crea así una situación líquida, un tiempo provisional, sin principios sólidos, sobre el que no se puede construir el futuro.

Además, en una consecuencia todavía no desarrollada, el tiempo de la postverdad lleva consigo, inevitablemente, el tiempo de la postbondad y el tiempo de la postbelleza. Cuando se pierde la referencia objetiva de la verdad desaparece también la bondad como guía de la acción humana orientada por la verdad y la belleza como expresión artística del bien y la verdad, valiosa por sí misma y agradable para los demás. La postverdad nos aboca a un mundo sin bondad ni belleza, un mundo sin amor ni alegría, un mundo en el que no cabe ni el progreso, ni la confianza ni la esperanza.

Permanecer en la verdad

El llamamiento que nos corresponde es el de permanecer en el terreno firme de la verdad. Un terreno en el que cada avance de la sociedad se suma a los anteriores y conduce a los siguientes. Vivir al tiempo en que las aportaciones de los antepasados mejoran a los contemporáneos y juntos ayudan a preparar un futuro mejor para los que vienen detrás. El horizonte esperanzador no se relaciona solo con un bienestar personal económico sino con un horizonte de crecimiento en humanidad, de la humanidad, y éste solo se puede dar cuando el ser humano busca ser humano. En el terreno de la verdad brotan y florecen todas las grandes realidades necesarias para el desarrollo de la humanidad: el amor, el conocimiento, el progreso, la alegría, la esperanza, la confianza. Nada de ello hay en la mentira o en el ocultamiento de la verdad. Estamos a tiempo de permanecer en la verdad como motor imprescindible de la humanidad.

Quienes nos dedicamos de un modo u otro a la comunicación somos los primeros implicados e interesados en mantener la primacía de la verdad, pues sin acceso a la verdad no hay posibilidad de una auténtica comunicación. El Papa lo pide con su habitual tono alentador: «Me gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que, tanto en el ámbito profesional como en el de las relaciones personales, “muelen” cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y bueno a todos los que se alimentan de los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza»[6].

En este servicio a la verdad, muchas personas han entregado su vida. A ellos agradecemos su generosidad y su entrega, y pedimos que sean recompensados con la Vida, por el Señor de la Verdad. A todos nosotros, colaboradores de la verdad, que la encontramos en Jesucristo, camino, verdad y vida, nos corresponde ofrecerla a nuestro tiempo. Es el servicio que el Señor nos pidió en el día de su Ascensión al Cielo: la buena noticia que anunciamos siembra esperanza y confianza en nuestros tiempos.

Que la Virgen María, Señora de la Esperanza y modelo de confianza en el Señor nos aliente en nuestras vidas.

 

+Ginés Ramón García Beltrán, Obispo de Guadix y Presidente de la CEMCS

+Juan del Río Martín, Arzobispo Castrense

+Santiago García Aracil, Arzobispo Emérito de Mérida-Badajoz

+Joan Piris Frígola, Obispo Emérito de Lleida

+José Manuel Lorca Planes, Obispo de Cartagena

+Salvador Giménez Valls, Obispo de Lleida

+José Ignacio Munilla Aguirre, Obispo de San Sebastián

+Sebastià Taltavull Anglada, Obispo Auxiliar de Barcelona y Administrador apostólico de Mallorca

 

Miércoles, 12 de abril de 2017

 

[1] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24.I.2017).

[2] Ibíd.

[3] Francisco, Homilía en la Vigilia pascual (26.III.2016).

[4] Juan Pablo II, carta encíclica Centesimus annus, n. 46 (1.V.1991).

[5] Benedicto XVI, Discurso dirigido a los miembros de la Comisión Teológica Internacional (5.X.2007).

[6] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24.I.2017).

 

LI JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES 

DECÁLOGO DEL PERIODISTA

  1. Da gracias al ángel que clavó en tu frente el lucero de la verdad y lo bruñe a todas horas.
  2. Cada día alumbrarás tu mensaje con dolor, porque la verdad es un ascua que se arranca del cielo y quema las entrañas para iluminar, pero tú cuida de llevarla dulcemente hasta el corazón de tus hermanos.
  3. Cuando escribas lo has de hacer: de rodillas para amar; sentado para juzgar; erguido y poderoso para combatir y sembrar.
  4. Abre pasmosamente tus ojos a lo que veas y deja que se te llene de savia y frescura el cuenco de las manos, para que los otros puedan tocar ese milagro de la vida palpitante cuando te lean.
  5. El buen peregrino de la palabra pagará con moneda de franqueza la puerta que se le abre en la hospedería del corazón.
  6. Trabaja el pan de la limpia información con la sal del estilo y la levadura de lo eterno y sírvela troceada por el interés, pero no le usurpes al hombre el gozo de saborear, juzgar y asimilar.
  7. Árbol de Dios, pídele que te haga roble, duro e impenetrable al hacha de la adulación y el soborno, pero con tu frente en las ramas a la hora de la cosecha.
  8. Si a tu silencio se llama fracaso porque la luz falta a la cita, acepta y calla. Pobre del ídolo que tiene los pies del barro de la mentira. Pero ojo, a su vez, con la vanagloria del mártir cuando las palabras no suenan por cobardía.
  9. Siégate la mano que va a mancillar, porque las salpicaduras en los cerebros son como sus heridas, que nunca se curan.
  10. Recuerda que no has nacido para prensa de colores. Ni confitería, ni platos fuertes: sirve mejor el buen bocado de la vida limpia y esperanzadora, como es.

 

 

LI JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

ORACIÓN POR LOS PERIODISTAS

 

Señor:

Pon en la frente de todos los que escriben una proa que enfile al buen puerto que eres, y asegura a su nave un paisaje completo de obreros y operarios, estudiantes y madres, profesores y chicas.

Que a su vez, en el trato y al margen del oficio, sean semilla noble de ejemplo y de ternura.

Que también acaricien mirando a los semáforos o en el coche o en el metro.

Que su poso de ciencia tenga el espejo al fondo de tu sabiduría.

Que cuando las masas griten y suenen puñetazos en las cafeterías, él hable con un vaso en la palma y el agua esté serena como la faz de un lago.

Si un milagro hace falta sea en los teclados, se les vaya pintando la imagen de su hijo o la de los amigos.

Que si de pronto se hace en el mundo un silencio porque hacen falta normas, su corazón sea bravo para decir la palabra; que sea clara y rotunda, y, sobre todo, justa.

Le negarás el sueño, como también la sal y el pan de cada día, si solo él puede hablar y calla por cobarde.

Tendrá que poner «robo» o «compasión», o «hambre», y lo dirá sin tentarle la bolsa o el ascenso, el susto o la amenaza.

Que de sus labios broten consejos como fuente de pueblo, que mana día y noche.

Si alguna ración doble hay que dar de optimismo, de amor y de esperanza, escánciala sobre ellos. Mensajeros de fe y de alegría.

Que escriban de rodillas cuando un hogar naufraga. Que no los tiente la prensa de colores — «negra», «amarilla», «rosa»—.

Un periodismo al sol, claro y limpio como tu luz dorada, sea tu guía.

Y, por último, tantas gracias ocultas de quejas aceptadas y rodillas que sangran, a ver si ellos, a ver si en ellos pueden que estén siempre en la brecha del sudor y el esfuerzo para que un hombre vaya por la acera o aprisa y se dé con tu rostro, que le sonríe entre líneas.

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo.

 

 

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