La familia, hogar que acoge, acompaña y sana. Jornada de la Sagrada Familia. 31 de diciembre de 2017.
El misterio de la Navidad nos sitúa ante el portal de Belén, contemplando a Dios hecho carne. Es un acontecimiento que nos invita a acoger a la Palabra que acampa entre nosotros, de abrir el corazón a Dios encarnado en la fragilidad y ternura de un niño. Es una invitación a la acogida llena de afecto y agradecimiento. En este contexto, la Subcomisión para la Familia y defensa de la vida, dentro de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, ha preparado los materiales para la Jornada de la Sagrada Familia que se celebra, este año, el 31 de diciembre. Entre ellos, este año también se ha editado el folleto para orar en familia en el que se proponen oraciones para rezar todos juntos durante los días de Navidad.
CELEBRACIONES EN LA DIÓCESIS
30 de diciembre.
19,30 h. Concierto a cargo del Coro del Carmen de Guadalajara.
Parroquia de San Pedro de Sigüenza.
31 de diciembre.
12,00 h. Eucaristía de las familiar y posterior fiesta familiar.
Sigüenza: parroquia de San Pedro.
Guadalajara: parroquia de San Antonio de Padua.
SUBSIDIO LITÚRGICO PARA LA JORNADA DE LA SAGRADA FAMILIA
31 diciembre 2017
MONICIÓN DE ENTRADA
La solemnidad de la Natividad del Señor tiene como su continuación en la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret que hoy celebramos. Dios se ha hecho carne en las entrañas de María siempre Virgen, y ha nacido en Belén para nuestra salvación. Contemplar cómo María lo envuelve en pañales y lo recuesta en el pesebre (Lc 2, 7) es un modo privilegiado de comprender cómo cada familia acoge la vida humana, la cuida y la acompaña desde su concepción. Como nos recuerda el papa Francisco, junto a María destaca la figura de san José. «Él cuidó y defendió a María y a Jesús con su trabajo y su presencia generosa, y los liberó de la violencia de los injustos llevándolos a Egipto» (Laudato si’, n. 242). De este modo queremos fijar hoy nuestra mirada en Jesús, María y José, y adorar el misterio de un Dios que quiso nacer de una mujer, la Virgen santísima, y entrar en este mundo por el camino común a todos los hombres. Demos gracias a Dios por este gran misterio de la Sagrada Familia, que ilumina todo hogar cristiano y llena a la humanidad entera de esperanza y alegría.
ORACIÓN DE LOS FIELES
- Oremos por el papa Francisco, por todos los obispos, sacerdotes y diáconos, para que su servicio promueva el bien de los matrimonios y las familias. - Oremos por los niños, singularmente los más débiles y vulnerables, aquellos que sufren el desamor de sus padres, el abandono, el aborto, para que sean amados y acogidos como Jesús en Belén. - Oremos por los novios, para que se preparen con mayor intensidad al don del sacramento del matrimonio y sean acompañados en su camino de maduración en el amor.
- Oremos por los cónyuges, para que aprendan a amarse cada día con un amor fiel, exclusivo, total, servicial, generoso, casto y abierto a la vida. - Oremos por todas las familias, para que sean cada día más fuente de esperanza para la sociedad, santuarios de la vida, testigos del amor, misioneras de la alegría y de la paz. - Oremos por todos los que celebramos esta eucaristía, para que aprendamos a edificar nuestras familias y promovamos su vocación y misión.
ACCIÓN DE GRACIAS
Jesús, María y José, en vosotros contemplamos el esplendor del amor verdadero, a vosotros nos dirigimos con confianza. Sagrada Familia de Nazaret, haz que también nuestras familias sean lugares de comunión y cenáculos de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas Iglesias domésticas. Sagrada Familia de Nazaret, que nunca más en las familias se vivan experiencias de violencia, cerrazón y división: que todo el que haya sido herido o escandalizado conozca pronto el consuelo y la sanación. Jesús, María y José, escuchad y atended nuestra súplica. Amén
MENSAJE DE LOS OBISPOS
1.- La acogida o la hospitalidad, virtud familiar
El misterio de la Navidad nos situ?a ante el portal de Bele?n, contemplando a Dios hecho carne. Es un acontecimiento que nos invita a acoger a la Palabra que acampa entre noso tros, de abrir el corazo?n a Dios encarnado en la fragilidad y ternura de un nin?o. Es una invitacio?n a la acogida llena de afecto y agradecimiento. Lo sen?ala el evangelista san Lucas de un modo sucinto pero transido de afecto y ternura maternas, refirie?ndose a su Madre: «lo envolvio? en pan?ales y lo recosto? en un pesebre, porque no habi?a sitio para ellos en la posada» (Lc 2,7).
San Juan formula el tesoro de recibir a Jesu?s en estos te?rminos: «a los que le recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1, 12). El mismo Sen?or en el evangelio de san Mateo afirmara?: «el que os recibe a vosotros me recibe a mi?, y el que recibe, recibe al que me ha enviado» (Mt 10, 40). Acoger a otro, acoger a Jesu?s, acoger al Padre, todo ello apunta a una dimensio?n intri?nsecamente trascendente unida a la accio?n de acogida, de modo que siempre remite a algo mayor.
Podemos recordar que Betania es el lugar donde Cristo es recibido como un amigo por la familia de Marta, Mari?a y La?zaro. Alli? Jesu?s se encuentra como en casa. La liturgia benedictina celebra a los tres hermanos juntos, y les otorga el hermoso ti?tulo de «hospederos del Sen?or». Si cada uno de ellos tiene su propia y especi?fica relacio?n con Jesu?s es la familia como tal la que se hace sujeto de la hospitalidad, y es enriquecida por la presencia del Salvador. Esta presencia de Cristo provoca el encuentro con E?l y es invitacio?n a transformar todas las relaciones entre los miembros de la familias.
Los padres y las familias esta?n llamados a acoger generosamente a los hijos. Como afirma el papa: «la familia es el a?mbito no solo de la generacio?n, sino de la acogida de la vida que llega como re- galo de Dios»1. Tener un hijo es siempre un don, fuente de gozosa alegri?a. Los matrimonios y las familias esta?n invitados tambie?n a acogerse mutuamente. La hospitalidad es una virtud profun- damente familiar. ¡Cua?nto necesita el ser humano contempora?neo, dentro de un espacio social mutante, donde se siente tantas veces como un solitario interconectado, la experiencia ca?lida de ser querido y acogido por si? mismo!
En los albores del cristianismo san Pablo exhorta vivamente a los cristianos de Roma a practicar la hospitalidad (Rom 12, 13). Ella es capaz de generar un ambiente comunitario presidido por la humildad, el servicio mutuo, la caridad y la estima reci?proca. Al final de la carta menciona un caso concreto rogando a la comunidad cristiana de Roma que acoja a Febe en el Sen?or, en modo digno de los santos (Rom 16, 2). La hospitalidad esta? siempre unida a gestos concretos. En la antigu?edad el primer gesto hospitalario era lavar los pies al hue?sped (1 Tim 5, 10).
La Carta a los Hebreos exhorta de este modo a la hospitalidad: «conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles» (Heb 13, 1-2). La hospitalidad nos sitúa siempre ente el misterio del otro, de la diferencia. El versículo evoca la figura de Abrahán y su gesto de acoger a la entrada de su tienda a los tres misteriosos personajes que le visitaron en el encinar de Mambré (Gén 18, 2ss). Abrahán es alabado en la Carta a los Hebreos por su fe, que lo hizo salir de su tierra y lo puso en camino, «pues esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Heb 11, 10). No deja de ser significativo que el peregrino Abrahán se convierta en aquel que acoge y ofrece su tienda al extraño. La fe es, así, fundamento de la hospitalidad. Los ojos de la fe permiten reconocer en el otro la experiencia de muchas personas es que el primer lugar en el que somos acompañados es la familia. Aquí encuentra su raíz la vocación misionera de la familia. Las familias son invitadas por Dios a acompañar en la fe y en la vida a los que les rodean, ofreciendo cercanía y aliento de una vida familiar transida de la presencia viva de Jesús. Aunque son muchas las familias que ya han reconocido esta misión que Dios les encomienda, todavía hay muchas más que no han descubierto esta hermosa vocación y misión de acompañar a otras familias.
2.- La familia, primer lugar del acompañamiento
Es Cristo quien nos enseña el arte del acompañamiento. Como aconteció en el camino de Emaús (Lc 24, 13-35), la Palabra de Dios y los sacramentos son dos referencias fundamentales para aprender a acompañar. En la cercanía y trato personal, en ese “cuerpo a cuerpo”, se ejercita la paciencia de escuchar a los demás. La persona del diálogo es quien sabe escuchar con atención y verdadero interés. A la escucha le sigue el anuncio gozoso del Evangelio, la experiencia de que la Palabra de Dios es capaz de transformar el corazón íntimamente unido a la acción sacramental.
El fundamento de todo acompañamiento es el deseo del amor verdadero. El cultivo de las relaciones interpersonales, viviendo, conversando, transmitiendo las claves del sentido de la vida. Capital importancia tiene hoy el acompañamiento de los novios en la preparación próxima3 y de los primeros años de matrimonio4. Junto a estos procesos, que son vitales para la madurez en el amor, es urgente también el acompañamiento de los matrimonios que sufren porque no vienen los hijos, de las familias que padecen situaciones dramáticas como la separación, el divorcio, el aborto, la soledad, la enfermedad, la muerte, la guerra…Tantas y diferentes situaciones en las que se agradece tanto la presencia y la compañía de los amigos, de las familias que no abandonan a las personas en las dificultades, sino que saben estar ahí y son fuente de consuelo y firme esperanza.
- La familia, sanada y sanadora
Jesús es invocado con el título de Salvador, que literalmente significa el que trae la buena salud. Cristo es el verdadero samaritano (Lc 10, 25-37) que cura al hombre que yace malherido al borde del camino. Él nos carga sobre sus hombros y nos conduce a la posada de la Iglesia. San Ireneo de Lyon identifica al hospedero (stabularius) con el Espíritu Santo5. La familia, como Iglesia en miniatura, está llamada hoy más que nunca a ser posada en el que las personas heridas puedan recuperar la salud. De este modo el poder curativo y sanador de Jesús ha de llegar a muchas personas heridas en sus vínculos y relaciones familiares.
La acción del Samaritano se compone de diferentes momentos: se acerca, venda las heridas, les echa aceite y vino, le levanta y monta en su cabalgadura, lo conduce a una posada y lo cuida (Lc 10, 34). La secuencia de los diferentes actos que realiza indica el singular valor de la temporalidad para la acción humana. Así también la familia ha de aprender a vivir la temporalidad de toda actividad terapéutica. Hay heridas que precisa de más cuidados y requieren paciencia para que puedan ser bien curadas.
El aceite y el vino de la parábola del Buen Samaritano se interpretan como los sacramentos que curan la debilidad humana. Los antiguos conocían el valor terapéutico de la mezcla de ambos líquidos. De este modo, la misericordia que brota del amor de Dios, encuentra su primera y principal manifestación en los sacramentos como acciones de Cristo en la Iglesia. Los sacramentos contienen una virtud medicinal, reparativa y sanante de los daños causados por el pecado. La familia ha de dejarse transformar y purificar por la lógica sacramental para vivir su adhesión a Cristo, pues, como afirma san Juan: «Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro» (1 Jn 3, 3).
Celebremos, por tanto, con gozo y agradecimiento el día de la Sagrada Familia. Demos gracias a Dios por el don grande que nos ha hecho en el sacramento del matrimonio y en la realidad familiar. Pidamos a la Sagrada Familia que ayude a todas las familias del mundo a ser lugar de encuentro, de acompañamiento, de sanación, en una palabra, a hacer presente el misterio del amor de Cristo en nuestra experiencia cotidiana. Con gran afecto.
? Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, Obispo de Bilbao, Presidente de la Subcomisión
? Mons. Francisco Gil Hellín, Arzobispo Emérito de Burgos
? Mons. Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares
? Mons. José Mazuelos Pérez, Obispo de Jerez de la Frontera
? Mons. Juan Antonio Aznárez Cobo, Obispo Auxiliar de Pamplona y Tudela