La celebración del final de un año y del comienzo de otro nuevo tiene resonancias no solo festivas, sino existenciales, y nos da ocasión para ser más conscientes de que el tiempo pasa inexorablemente. Hay quien vive con esperanza, sobre todo en los años jóvenes; otros se atreven a pedir solo un año más. “¡Que podamos celebrar estas fiestas al año que viene!”, se dicen entre sí los mayores.
En Buenafuente, vamos a celebrar el 775 aniversario de la aprobación por la Orden del Cister, en 1245, de la fundación del Sistal como abadía de monjas. Si lo que ha pasado en los últimos 50 años nos parece un sueño, ¿qué decir de la historia de tantas centenas de años?
La memoria agradecida eleva la acción de gracias a Dios por tantas generaciones de monjas que han hecho posible que llegara hasta nosotros habitado y habitable este lugar de La Buenafuente.
Cuando uno se asoma a los documentos que se conservan fielmente en el monasterio y lee las vicisitudes por las que ha pasado la abadía, le surgen motivos de bendición y de esperanza.
Un monje cisterciense me dijo una vez, cuando observaba que Buenafuente había superado la crisis y el riesgo de cerrarse hacia 1970: “Si a Dios no le hubiera costado nada dejar que el Sistal se hundiera de manera silenciosa, pues estaba en ruinas y en desamparo, no parece que haya sido para que su final sea más ruidoso”.
Estamos viviendo, de nuevo, la parábola de viuda de Sarepta, la situación de Abraham y Sara, ancianos y sin hijos, pero a la vez con la experiencia de que estamos en las manos providentes de Dios, que nos ha dejado sentir su misericordia en los últimos cincuenta años.
Es momento de confiar, de interpretar los hechos de manera creyente y de unirnos en oración para rogar al dueño de la mies que fortalezca a la Comunidad de monjas cistercienses de Buenafuente. Ana, la madre de Samuel, suplicó al Señor y supo que Él la escuchaba.
Soy testigo privilegiado de que cuando uno llega al límite de sus fuerzas, cabe derrumbarse desesperanzado o echarse en las manos de Dios. Y si en la encrucijada se apuesta por Él, doy fe de que aparece alguna señal por la que se percibe la bondad divina.
Sé que no estamos solos, que nada se le oculta a quien dirige los destinos de los hombres, y desde ahí os invito a todos los Amigos de Buenafuente a rogar a la Madre de Dios para que este lugar consagrado a su nombre siga siendo espacio de adoración, de alabanza, de acogida, donde el silencio, la naturaleza, la austeridad y la oración sigan siendo los dones puestos sobre la mesa para compartirlos de manera eclesial. Pidamos que este año jubilar de Buenafuente sea tiempo propicio para experimentar la misericordia divina y su Providencia.
Por Ángel Moreno de Buenafuente