Éramos conscientes de la pandemia que comenzaba a extenderse por todas partes. Aunque cerramos las puertas, antes de darnos cuenta, la teníamos metida en nuestra querida residencia.
Comenzaron los síntomas, los aislamientos, nos sentimos invadidas e indefensas ante algo tan dañino e invisible. ¡Qué impotencia!
En la casa reinaba un silencio desgarrador. Sentíamos la ausencia de nuestros ancianos por sus lugares habituales: capilla, comedor o salas de estar. También los paseos habituales por los patios. Todos, de alguna manera, luchábamos contra esta dura situación: ancianos, trabajadores y hermanitas. Hasta mediados de abril, a pesar de la insistencia, no llegaron los primeros test, algún grupito pequeño después y el resto no se han realizado hasta mitad de junio…
Lo más triste era ver como nuestros mayores se iban apagando. Ya no tenían fuerzas para seguir luchando. Nuestra casa era totalmente un hospital. Llegó el que “creyeron” era el primer caso de coronavirus. Nos quedamos sin enfermeras ni médicos, por haber estado en contacto con esta anciana. Decíamos a nuestro médico “¿qué vamos hacer sin ustedes?”. Luego resultó ser falsa alarma. Tuvimos la suerte de que dos médicos de Guadalajara, vinieron a ayudarnos en esta dura situación, prestándonos incondicionalmente sus servicios. Para ellos no había días de fiesta, lo único que contaba era la situación de la casa. Tarea que a día de hoy, continúan ejerciendo.
Nos sentíamos impotentes ante los acontecimientos, pero siempre cercanas a todos nuestros ancianos, muy especialmente a aquellos por los que, por desgracia, nada más podíamos hacer. Estar cerca, arroparles en esos últimos momentos con nuestra presencia, era nuestra última misión. Muchos ancianos fueron falleciendo, también dos hermanitas que tampoco pudieron superar el Covid-19.
En medio de tanto dolor, nunca nos ha faltado la CONFIANZA en Dios. Aunque no teníamos eucaristía, podíamos recibirle, escuchar todos los días su palabra de aliento tan necesaria para mantenernos en pie en estos momentos.
Hemos sentido el apoyo y la cercanía de mucha gente buena. Nuestro obispo nos llamaba casi a diario. Hemos sentido ese soporte y esa oración de la gente que nos quiere. También muchas personas, en su confinamiento, nos han hecho mascarillas, pantalla o batas. Todo eso nos ha reconfortado y alentado a seguir.
Muy grabado queda en nuestro corazón todo lo vivido, nuestra oración y recuerdo a todos nuestros queridos ancianos que tan silenciosamente se han ido en este tiempo y nuestra inmensa gratitud a todos por su cercanía. Damos las gracias, además, a todos esos trabajadores de Infocam que han desinfectado, todas las semanas, nuestra casa para intentar erradicar el virus que tanto dolor ha sembrado en nuestra tierra.
#10de10 #SomosIglesia24Siete #quedan2
Madre Paula Hernández Soria
Superiora de las Hermanitas de Ancianos Desamparados de Guadalajara