Querido familiar, amigo, conocido de quien de manera inesperada, dramática, ilógica ha perecido en el accidente aéreo del día 24 de marzo.
No te conozco, y sin embargo no dejas de estar en mi memoria y pensamiento, cuando desde mi lugar recóndito rezo por ti, por tu padre o madre, por tu hijo o hija, esposo o esposa, amigo, conocido, que sin justicia ha desaparecido de tu vista.
No quiero añadir más dolor a tu sufrimiento, que presiento insoportable. En esta intensa noche, me atrevo a decirte, en voz baja, que somos muchos los que estos días os tenemos presentes y pedimos porque no os falte la mano tendida, el apoyo humano, el consuelo amigo, la respuesta necesaria.
Aunque nunca te enteres, aunque estas letras no lleguen nunca a ti, estos días se ha producido una corriente de amor, al tiempo que de dolor compartido, de tristeza y de intensa oración por ti y por los tuyos.
Es posible que sientas, de manera inexplicable, que tienes fuerza para soportar este trance, que te acontecen hechos de humanidad desbordante, en medio de tanta oscuridad. Estoy seguro que te ha llegado una brizna, al menos, de consuelo, te lo deseo.
Acoge mi sentimiento, mi cercanía invisible, mi plegaria por ti y por los tuyos, y ello la de tantos que de manera anónima y silenciosa hemos quedado en retaguardia, intercediendo porque os llegue un sorbo de esperanza.
No puede ser inútil tanto dolor. No podemos estar destinados al azar de la locura. Es inimaginable que perezcamos víctimas de nosotros mismos. Los que han muerto nos exigen humanidad y hasta cabe que sólo sea posible asumir los hechos desde el perdón.
La rabia, la venganza, el grito, expresiones lógicas de una naturaleza herida, nos hacen mucho daño. Un Crucificado injustamente gritó: “Perdónales, porque no saben lo que hacen”.