Por Comunidad de la Madre de Dios
(Monasterio de Buenafuente del Sistal)
Buenas tardes, queridos hermanos y amigos en el Señor: “El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran Luz” (Is 9,2); ese pueblo somos nosotros. Sí, “Hermanos, Dios ha nacido sobre un pesebre. Aleluya. Hermanos cantad conmigo: Gloria a Dios en las alturas” (Carmen Cañada). Resuena en nuestro corazón el eco agradecido de los villancicos, y así deseamos que resuene todos los días del año y en cada acontecimiento.
Esta tarde, solo podemos compartir con todos vosotros el gozo del nacimiento de nuestro Salvador, que ha inundado de alegría y luz nuestra casa y nuestro corazón. La sabiduría de la Iglesia nos concede expresar este regocijo en la liturgia de todos los días, en el cántico de Completas con las palabras de Simeón: “Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 32).
Esta gran satisfacción y júbilo es desbordante desde nuestra realidad de pobreza y debilidad, pues experimentamos sin cesar que frente a nuestra infidelidad, la respuesta de Dios Padre es la Misericordia que, como dice el Papa Francisco en la bula, es el actuar de Dios hacia nosotros.
Esta emoción, descrita con palabras del evangelista san Juan -“Dios es Luz sin tiniebla alguna” (1ª Jn 1,5)- y con las del Papa Francisco -“Jesús es el rostro de la misericordia del Padre” (MV 1)-, nos han producido un gran anhelo en el corazón; por una parte, el deseo de explorar la bula Misericordiae Vultus, y a la vez tener muy presentes estas palabras del Papa en la oración, pedir al Señor su gracia, ya que “también la misericordia es una meta por alcanzar que requiere compromiso y sacrificio” (MV 14). Con estas inquietudes, hemos escuchado las palabras del Abad General de la orden en su felicitación de Navidad: “La reconciliación es, en el fondo, la única exigencia de la misericordia de Dios, el único “precio” de la gracia infinita del Padre.” Que es lo mismo que decimos en la oración que Jesús nos ha enseñado: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
En esta tensión de vivir en la voluntad de Dios, nos consuelan las palabras del profeta: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.” (Is 55, 10-11). Nos consuelan y nos animan, al igual que esta expresión de la Regla de san Benito: “¡Jamás desesperar de la misericordia de Dios!”(RSB 4, 74).
Unidos en oración, que el Señor nos conceda ser instrumentos de su Misericordia
vuestras hermanas de Buenafuente del Sistal