Francisco y Benedicto XVI: todo en su punto, cada uno prestando su servicio

Por Jesús de las Heras Muela

(Sacerdote y periodista)

 

 

La siempre imponente Sala Clementina de los Palacios Apostólicos del Vaticano acogió en el mediodía del martes 28 de junio un acto conmemorativo a los 65 años de la ordenación sacerdotal de Benedicto XVI.  Fue precisamente esta sala el penúltimo lugar donde el ahora emérito se despidió en la mañana del jueves 28 de febrero de 2013, horas antes de que ya, en el Palacio Apostólico de Castelgandolfo, a las ocho de la tarde de aquel día para la historia, se hiciera efectiva su renuncia al ministerio apostólico petrino, anunciada por él mismo el lunes 11 de febrero de 2013.

Tres años y tres meses después, quiso su flamante sucesor, el Papa Francisco presidir el acto citado, en el que se presentó un libro con escritos sacerdotales de Joseph Ratzinger. En el acto, tomaron la palabra  además de los cardenales Sodano, decano del Colegio Cardenalicio, y Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Por su elocuencia, transcribo a continuación los discursos del Papa emérito y del actual Romano Pontífice.

Esta celebración en sí misma, sus gestos y desarrollo y los discursos allí pronunciados nos permiten entender la extraordinaria lección de eclesialidad que Francisco y Benedicto XVI nos han brindado una vez más. En la Iglesia, solo hay un Papa (ahora Francisco). Benedicto XVI lo fue y ahora sirve a la Iglesia desde su jubilación, oración y ofrenda de su ancianidad, sabiduría y discreción.

A los tres días de hacer pública su renuncia, en un encuentro, el jueves 14 de febrero de 2013, con los sacerdotes de Roma, Benedicto XVI realizó una significativa declaración de intenciones al respecto: “Aunque ahora me retiro, estoy siempre cerca de todos vosotros en la oración, y estoy seguro de que también vosotros estaréis cercanos a mí, aunque para el mundo estaré oculto”. Nunca dudé que así sería. Y aunque hemos tenido noticias e imágenes de él y se han seguido editando libros suyos, Benedicto XVI ha sido fiel a su palabra, como tantos y tantos estábamos seguros que iba a ocurrir. Es más, hasta estoy convencido de que él mismo hubiera preferido incluso una menor notoriedad de la que, en mayor o en menor medida, se ha producido sobre su persona en estos cuarenta meses, aun cuando, por otro lado, es también lógico el que la Iglesia vaya teniendo informaciones sobre él cada cierto tiempo, máxime por el afecto que suscitó, por la importancia de su legado y por su más que avanzada edad (cumplió 89 años el pasado 16 de abril).

La renuncia de Benedicto XVI abrió en la historia y en la vida de la Iglesia una nueva etapa en muchos sentidos. Uno de ellos fue y sigue siendo el inédito hecho de que junto a un Papa en ejercicio viva, y además muy próximo físicamente (en el monasterio Mater Ecclesiae, dentro del Estado de la Ciudad de Vaticano), su antecesor.  Son, además, evidentes de todo punto las diferencias notables entre las personalidades  y los acentos y subrayados ministeriales de ambos. Pero de ahí a albergar cualquier sombra de duda sobre quién es efectivamente el Papa actual y sobre la posible capacidad de influencia o de condicionamiento del ya emérito dista un abismo.

Ha sido el mismo Papa Francisco quien en numerosas ocasiones ha explicado esta “cohabitación”.  Lo hizo sin ir más lejos en su rueda de prensa en el avión de regreso de su reciente viaje a Armenia: “El Papa emérito no es el segundo papa…. Es el abuelo sabio, el hombre que me cuida las espaldas y los hombros con su oración”. Como en otras ocasiones, Francisco recordó que hasta hace medio siglo no existía en las diócesis la figura del obispo emérito (los obispos no se jubilaban) y que ahora nadie duda del acierto de la medida conciliar y de Pablo VI de establecer el límite de edad al ministerio episcopal activo. Y la experiencia demuestra –añadimos nosotros- que en las tantísimas y tantísimas diócesis que han contado y cuentan con obispos eméritos no hay tampoco dudas acerca de quién es el único y efectivo obispo.

A lo largo de este tiempo,  se ha hablado también de posibles o no visitas recibidas por Benedicto XVI de personas que supuestamente le pedían alguna reacción ante el estilo y las decisiones de Francisco. No nos constan ni estas visitas ni su contrario, pero lo cierto es que tal pretensión demuestra o demostraría un escaso conocimiento de la persona y del talante de Benedicto XVI.

Ya el apóstol san Pablo advirtió del error de las “banderías” (I Cor 1, 12) y señaló tajantemente que  ni de Pablo, ni de Apolo, ni de Cefas, que el verdadero cristiano es seguidor de Jesucristo, cuyo único Vicario en la tierra es el Sucesor de Pedro, es el Papa. Es –desde el 13 de marzo de 2013, felizmente y por la gracia de Dios- Francisco. Y que todos, también y el primero el Papa,  estamos al servicio de la misión encomendada: cada una la suya y todos la de edificar, con palabras, gestos y acciones e incluso sin ellos –ofrendando lo que buena y humildemente podamos hacer o dejar de hacer- la Iglesia, Cuerpo de Cristo, la Familia de Dios.

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