Por Jesús de las Heras
(Sacerdote y periodista, deán de la catedral de Sigüenza)
En la tarde del domingo 28 de agosto, falleció el sacerdote diocesano Salustiano Lorrio García. Tenía 88 años.
Horas después de su muerte, estaba viendo en la puerta de una de las parroquias de Sigüenza la esquela de don Salus. Detrás de mí, había un matrimonio de unos 65 años. Quizás ella fue alumna de don Salus. No lo sé. Apenas cruzamos más que un saludo cortés ya que nos conocemos tan solo de vista... Cuando se marcharon, escuché el comentario de la esposa: “Era una buena persona”. El laconismo y la precisión de la frase me pareció verdaderamente definitoria de lo que fue Salustiano Lorrio García: una buena persona, un buen cura, sin alharacas de ningún género, pero valioso y bueno como una piedra preciosa. Sin miedo a exagerar, de él podemos decir que pasó haciendo el bien, sencillamente, humildemente, discretamente, sin que se notase demasiado, siempre con una sonrisa y una palabra de afecto para con los demás, para con todos.
La vida –la providencia, mejor- lo situó medio siglo en la ciudad de Sigüenza y lo situó en la formación sacerdotal, en la educación de jóvenes muchachas y en los servicios económicos a la diócesis. Y claro medio siglo dan para mucho y son, por lo tanto, muchas las generaciones que conservan, que conservamos, un magnífico recuerdo de él. Don Salus, sí, sembró sencillez, bondad y afecto y la recogió, con la misma discreción y sencillez que caracterizaron su vida, su sonrisa, su sentido del hombre, su memoria enciclopédica, sus saberes singulares como su afición a la meteorología.
Una biografía que habla por sí sola
Nació en Mochales el 6 de febrero de 1928 y fue ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1952. Estudió en el seminario de Sigüenza y en la Universidad Pontificia de Comillas, donde se licenció en Teología. Posteriormente, en la Universidad Complutense de Madrid logró la licenciatura en Filosofía y Letras, especialidad Geografía.
Hasta 2006, año en que junto a sus hermanas se trasladó a la Casa Sacerdotal de Guadalajara, vivió y sirvió en Sigüenza. Fue profesor, formador, administrador (en dos periodos, ambos de largos años, en total casi cuatro décadas) y rector (1968-1970) del seminario mayor. Fue también administrador general o ecónomo de la diócesis (1966-1968 y 1973-1994). Fue creado canónigo de la catedral en 1985 y antes fue beneficiado los quince años previos. Durante años fue también capellán de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y de su colegio de San José, del que también fue profesor. Atendió asimismo algunas pequeñas parroquias rurales. También fue profesor de Geografía en la Escuela Universitaria de Magisterio En el seminario y en el colegio San José fue profesor, sobre todo, de Latín, Geografía y Religión. Igualmente, sirvió la capellanía de las Clarisas y fue consiliario de la Adoración Nocturna.
Siempre sobresalió por su sencillez, alegría, humildad, afabilidad, buen humor, bondad, laboriosidad, piedad y generosidad. En los últimos años de su vida, sobrellevó la ancianidad y las enfermedades con la virtud y la bonhomía que caracterizaron su vida.
Su sepelio fue en Sigüenza, a las 6 de la tarde del lunes 29 de agosto, en la catedral (iglesia parroquial de San Pedro). Presidió el obispo, acompañado del arzobispo de Sevilla y de seis decenas de sacerdotes. Fue inhumado en el panteón de su familia en el cementerio interparroquial de Sigüenza. Tuvo un hermano sacerdote (Francisco), fallecido en 1991 y otras tres hermanas (una vive todavía). Todos ellos destacaron por su sencillez y bondad.
Entre 2000 y 2006 fue colaborador fiel de Cope Sigüenza, ofreciendo todos los días la información meteorológica, amén de otros comentarios sobre el santoral y distintos aspectos históricos y costumbristas.