Por José Ramón Díaz-Torremocha
(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)
Comenzar una colaboración en un medio de comunicación, digital en este caso, provoca siempre una sensación de vértigo, de inseguridad y de preocupación al dudar de tener algo que decir que verdaderamente interese al posible lector. De temer, incluso, sobre la capacidad misma para hacerlo bien, aún cuando la base que sustentara lo escrito pudiera ser interesante para algunos.
Especialmente cuando se hace en nombre de una institución como son las Conferencias de San Vicente de Paúl y en un medio donde han de "codearse", tus artículos, con personalidades tan destacadas en todos los órdenes, con tanto prestigio, como son todos los colaboradores de esta web de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara.
Sin embargo, me lanzaré a ello con la tranquilidad cierta que gracias al medio que me acoge, a sus lectores, nadie me comparará con el resto de sus colaboradores, si no es juzgándome con caridad y especialmente en este año dedicado a la exaltación de la Misericordia. Con esa tranquilidad y con el agradecimiento a la Diócesis que me permite figurar entre ellos, por el solo mérito de pertenecer a las Conferencias de San Vicente de Paúl.
En esta primera colaboración, no parecería lógico que dejara de referirme a las Conferencias de San Vicente de Paúl, a las que pertenezco hace más años de los que quisiera (pues ellos dan fe de mi edad que ya no es la de un chaval), y que no intentara dar una visión por general que esta sea, de lo que persiguen desde su fundación en 1833.
Habrá sin duda, quien piense que se trata de un esfuerzo inútil pues, las Conferencias, son sobradamente conocidas. Déjenme que discrepe de quien así lo crea. En la mayoría de los casos, son unas absolutas desconocidas y en más de una ocasión, incluso en ambientes eclesiales cuando me he referido a ellas, alguno me ha preguntado: ¿Que qué era "eso" o si todavía existían?. Les sonaba a algo de la época del medievo. No solo existen hoy, sino que además tienen cifras de pertenencia, extensión y servicio, verdaderamente sorprendentes para una Institución católica fundada y dirigida siempre por laicos desde hace más de 180 años.
Estamos en ciento cincuenta y un países con más de 53.000 grupos de trabajo y a pesar de las dificultades para mantener estadísticas fiables en este tipo de instituciones, estamos alrededor de los 950.000 miembros y una cifra superior a 1.600.000 voluntarios que nos ayudan en nuestras obras.
Pero ¿Qué somos o que queremos ser las Conferencias de San Vicente de Paúl?.
He indicado antes que somos laicos católicos. Así fuimos fundados y así hemos continuado hasta hoy. Con una absoluta vinculación espiritual con la Santa Iglesia a través de los tiempos.
Intentamos ser, unas comunidades cristianas de oración y acción que a través del contacto personal, nos ocupemos de compartir el sufrimiento de los pobres, cualesquiera que este sea. Nacimos, de una respuesta de unos fieles laicos en el primer tercio del siglo XIX, que se sintieron responsables de dar respuesta a sus promesas bautismales. Aquellas siete personas, la mayoría muy jóvenes, se adelantaron casi siglo y medio a lo que después el Concilio Vaticano II, nos iba a señalar como camino a los creyentes laicos.
Compartir el sufrimiento personalmente, acercarnos al lugar de los pobres, de los que sufren, hacer nuestros en lo posible sus problemas, constituir una verdadera comunidad de oración y de reflexión entre los miembros de la Conferencia. Unir a la oración individual, por tanto, la oración comunitaria y de esa vida de oración, imposible sin ella, sacar las fuerzas necesarias para poder entregarnos a nuestro trabajo.
Si a ello unimos estar pendientes de las necesidades de las Parroquias en las que intentamos servir y seguir con atención las directrices pastorales de la Diócesis en la que estemos sirviendo, seremos, realmente, una Conferencia de San Vicente de Paúl.
Todo ello, sin abandonar nuestras responsabilidades en el mundo. Al contrario actuando más responsablemente como padres, esposos, profesionales………
Siempre hay motivos para dar una vez más gracias al Buen Dios. Para mi hoy, además de agradecer la caridad que como he dicho más arriba espero de los posibles lectores de este artículo, me alegra especialmente que el mismo se publique el día 21 de octubre en el que la Santa Iglesia, celebra la festividad de una santa colombiana, una santa de Medellín, de Antioquía: Santa Laura Montoya. Celebro ésta feliz coincidencia para unirme a la alegría de tantos buenos amigos, tantos vicentinos de Colombia, que me sorprenden siempre por su entrega al servicio de los que sufren y que en este día celebraran a su santa compatriota.