Por José Ramón Díaz-Torremocha
(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)
Nos bombardeaban hace sólo unas décadas, sobre las difíciles relaciones entre las distintas generaciones y cómo era complicado compaginarlas para que trabajasen juntas y se entendieran. También a veces en el seno de la propia Iglesia. Aún hoy en ocasiones, se siguen manteniendo estas opiniones incluso con vehemencia. Afortunadamente creo que mucho menos que antaño que, en ocasiones, hubo incluso virulencia en la defensa de posiciones encontradas.
Como en toda institución, en las Conferencias de San Vicente de Paúl, existen unas a las que defino siempre como "auténticas" y otras que no lo son tanto, pues han aflojado su compromiso espiritual y comunitario, manteniendo el simplemente material y de por sí benemérito de ayuda a los pobres en sus necesidades básicas. Las primeras, son Conferencias fuertemente comprometidas por los miembros que las componen, en la oración individual y comunitaria en el seno del grupo, dentro de la pequeña comunidad cristiana que conforman. Son aquellas que hablan por lo general, más de los que sufren que de los pobres, pues quieren ir más allá de la simple ayuda económica, material. Aquellas que quieren caminar con los que sufren, cualquiera que sea el sufrimiento, para prestarles la poca ayuda que en ocasiones tienen en su mano. A veces sólo la compañía que venza, durante algunos ratos, su soledad. En estas Conferencias no he visto nunca un conflicto entre los consocios más veteranos y los más noveles.
Decía uno de nuestros Presidentes Generales que a los jóvenes, había que recibirlos en el seno de las Conferencias con afecto y preocupación por acompañarles en el camino de Fe y de vida que iniciaban, durante el tiempo que permanecieran a nuestro lado. Que no debíamos aguardarlos, ni esperarlos entre nosotros, simplemente deseando que la pirámide de edad de la Conferencia bajara o asegurara el futuro de la misma. Vamos que no había que pensar en ellos como una "pieza de caza" necesaria para el "puchero" de las estadísticas.
He visto algunos casos hermosos de enseñanza como si no lo fuera, como si no se pretendiera enseñar, por parte de consocios veteranos y aquí, si el amable lector me permite seguir reteniendo su atención, déjenme escribirles sobre Don Miguel. Un miembro como tantos de las Conferencias.
Estamos aproximadamente a mitad de la década de los sesenta del siglo pasado. Don Miguel, un anciano de 84 años (de aquellos años no de los de hoy) profesionalmente Coronel retirado del Ejército y un gran lingüista, es el Presidente de una modesta Conferencia en un barrio muy deprimido de Madrid. En su Conferencia, ha entrado como aspirante, un muchacho de alrededor de 18 años, que lleva poco más de doce meses velando sus primera armas vicentinas. Pero también parece que ya no va a abandonarles y Don Miguel, quiere seguirle personalmente de cerca. Quiere ayudarle a ser mejor y a profundizar en su Fe y en la necesidad de demostrarla sirviendo cada día mejor a los que sufren como respuesta a sus Promesas Bautismales. Seguramente, quería ayudarle a encontrar su hueco de servicio en la Santa Iglesia. No tenía que ser necesariamente en las Conferencias de San Vicente de Paúl. Pero si en la Iglesia.
En las Conferencias, se trabaja siempre en parejas y el muchacho, se constituyó en la pareja de Don Miguel. Era curioso verlos por la calle: un viejecito y alguien en la plenitud física acompasando su paso poderoso, al premioso del primero.
Quien me contaba la historia, creo recordar que aseguraba que solo en una ocasión, se produjo entre ellos un desencuentro de alguna importancia. Será bueno contarlo. La culpa la tuvo el Párroco, como siempre, que para eso están: para echarles las culpas de lo que sale mal (aunque no es este el caso), pero pocas veces para reconocerles lo bueno. Lo muy bueno que nos regalan a diario con su entrega generosa de vida volcada en los otros. Déjenme que les siga contando.
El Párroco, había hablado a Don Miguel de una familia recién llegada al barrio, aquella misma mañana, que él sabía bien que no tenían nada para cenar. Don Miguel, con su joven consocio acompañante, se dirigieron al ultramarinos que surtía a aquel barrio y donde las Conferencias eran de sobra conocidas.
Pidió, bajo la atenta mirada del muchacho, lo que entendía que podrían necesitar para pasar los primeros días, antes que la Conferencia les visitara de manera oficial y se decidiera lo que necesitaban para el futuro y hasta donde podían llegar con sus exiguos medios. Cuando ya el más joven se dirigía al portal indicado por el Párroco, Don Miguel le contuvo y le indicó que antes había necesariamente que visitar a un Amigo para que los acompañara. Permanecieron un ratito ante el Santísimo.
Cargados con lo necesario en varias bolsas, se dispusieron a subir los cinco pisos hasta la buhardilla en la que se había refugiado la familia. El joven consocio, intentaba que Don Miguel no subiera: era demasiado esfuerzo. Ya subiría él. Ni que decir tiene que el anciano no le hizo el menor caso y subió. Al llegar a aquel quinto piso agotado y llamar a la puerta tras la que se oían voces de niños, apareció un individuo de no muy buen gesto, preguntando que querían. Don Miguel, explicó que venían de la Parroquia en la que les habían advertido que no tenían víveres con los que poder cenar y que llevaban unas bolsas………... No dejó decir nada más el ocupante de aquel cuarto. Una frase: "no quiero nada de los curas" y un portazo, que casi derriba a aquel pobre anciano. El muchacho se encorajinó, pero siguiendo el ejemplo del consocio veterano, bajaron en silencio la escalera, despacio y mirando donde se pisaba pues la luz escaseaba y los escalones no eran los mejores salvo para romperse la crisma.
Al llegar a la calle, el joven mientras se mostraba bien irritado, tomó el camino del ultramarinos para devolver todo aquello que solo unos minutos antes, habían retirado. Don Miguel, le detuvo en seco. Había que intentarlo otra vez, a aquellos niños que se oían no se les podía dejar sin cena por la cerrazón del padre. ¿Qué estaba en su mano hacer cuando no lo quieren?, verbalizó el muchacho: "volver al Amigo cuya ayuda es necesaria", dijo muy bajito Don Miguel. Volvieron ante el Santísimo y ……volvieron a iniciar la subida de los cinco pisos.
En tres ocasiones más, en las que la calentura del consocio joven subía como la espuma en contra de aquel "desagradecido" y en el fondo también contra el pobre Don Miguel, aquella maravilla de persona que era Don Miguel, el querido y anciano consocio, sin rechistar, sin quejarse, sin un mal gesto, subió aquella escalera y otras tantas fue rechazado. En las dos últimas, ya no llamaba él pues el más joven, tenía miedo que lo maltratara aquel que abría la puerta y se adelantaba para ser el él que estuviera en la puerta cuando esta se abriera. En todas y cada una de las ocasiones en las que fueron rechazados, al bajar y antes de volver a subir, pasaron de nuevo a ver al Amigo que parecía no hacerles mucho caso en aquella ocasión. Suele parecer así con alguna frecuencia pues, nuestros tiempos, no siempre son los suyos.
En la última ocasión, un hombre rodeado de niños, abrió con suavidad aquella puerta y como perdido, sorprendido, pregunto: Pero ¿qué es lo que quieren ustedes de mi? La voz cascada y agotada de Don Miguel, surgió desde la espalda del joven consocio: ¡solo que esos niños cenen! ¡Que no se vayan a la cama con el estomago vacio! ¡Bueno….. y usted tampoco! No hubo más.
Descendieron, ya con las manos vacías, con las mismas precauciones aquellas escaleras, pero supongo que su corazón ya era otro. El veterano consocio, cuando el más joven pretendía ya despedirse de él, le cogió del brazo y le pregunto ¿no te parece que hay que ser agradecido?
Volvieron ante el Amigo y agradecieron la ayuda que en su nombre, habían prestado.
El consocio joven que me contaba toda esta experiencia algunos años después, decía que posiblemente entonces, se dio cuenta de que jamás abandonaría ya las Conferencias en base a la lección recibida y cómo y cuánto había comprendido en aquella sola visita de la entrega a los demás. Don Miguel, le diría más tarde, que en todo lo acaecido, no había solo Caridad para aquella familia necesitada. También había querido que hubiera experiencia para él, para el joven consocio.
El joven, que cuando me lo contaba ya era casi un veterano entre nosostros, me dijo que cuando le dio las gracias a Don Miguel años más tarde, Don Miguel solo le dijo con humildad: "No tuvo mérito, el mérito es siempre del Amigo que nos da las fuerzas ¡Verás cómo lo haces tú algún día, también con otro joven, igual que yo contigo!".
No había ningún conflicto generacional. Solo el deseo y la necesidad de transmitirse la más rica experiencia, de una a otra generación. Generosa la que daba, abierta y receptiva la que recibía.
¿Sentiremos todos en nuestros corazones esa capacidad de donación, de escucha, de humildad para aprender?
Digo siempre que nos hacemos viejos, cuando ya no somos capaces de aprender de otro o de enseñar a otro. Si sucede, si llegamos a aceptar que ya no tengamos nada que aprender o que enseñar, nos habrá llegado el invierno a nuestra vida. Al margen de la edad que nos indique el Registro Civil.