Por José Ramón Díaz-Torremocha
(Conferencias de San Vicente de Guadalajara)
Pasaba a la Casa Paterna, hace solo unos días a la hora de escribir estas líneas, Sor Concepción Viviente, Hija de la Caridad y verdadero ejemplo de vida para tantos. Desde luego para mí. Conservé su amistad largos años en los que pude gozar cuando que lo necesité en mis diferentes servicios en las Conferencias, de su consejo siempre oportuno y siempre presidido por la Caridad. Caridad sin ñoñerías y siempre, en cualquiera de nuestros encuentros, con la sonrisa y la conversación fácil. Cercana. Fraterna.
Coincidimos físicamente la última vez, en la Eucaristía que presidió nuestro señor Obispo, para despedir a las Hermanas que abandonaban la Diócesis por falta de fuerzas para poder mantener la Comunidad en Guadalajara. Charlé con ella los pocos minutos que lo permitían las muchas personas que deseaban saludarle y agradecer a través de ella a la Compañía, los servicios prestados a la Diócesis. Percibí, el dolor que estaba viviendo en aquella despedida.
La escribí entonces, cuando abandonaba su servicio como Visitadora: "Querida amiga y Hermana: en estas últimas horas del servicio que has venido desempeñando, quiero hacerte llegar mi admiración por tu entrega en los años que te conozco y el ejemplo que he recibido de ti, como seguramente muchos más, de tu capacidad para no abandonar la lucha del día a día contra la enfermedad y a la vez: seguir sirviendo a los que sufren con tu entrega a la Compañía de las Hijas de la Caridad".
Me recordaba a lo largo de tantos años de conocimiento mutuo, a una nueva Sor Rosalie Rendu por el profundo respeto con el que se acercaba a cualquier problema para el que se le pidiera consejo o ayuda, en una obra de los laicos. Me decía que había que potenciar todo lo relacionado con responsabilizar a los laicos en todos los terrenos en los que el Pueblo de Dios necesitara estar. Como Sor Rosalie, sabía permanecer cuando se la necesitaba y ella no necesitaba quedarse para dirigir. Su objetivo era servir: siempre servir. Pero si se quedaba a disposición de lo que se necesitara de ella. Como Visitadora, una de sus últimas propuestas al Consejo, afectó a las Conferencias de Guadalajara de manera muy positiva.
Me emocionaba oírla exigirnos a las Conferencias, potenciar en todo lo posible la vida de oración y acción. Sin ella, decía convencida, sin la oración, no era posible estar a la altura de lo que el siglo exigía a toda la Iglesia y muy en particular a los seglares. Conocía bien la historia de las Conferencias de San Vicente de Paúl y siempre añadía, con aquella sonrisa que no la abandona, que traicionaríamos nuestro espíritu fundacional, si dejábamos la oración fraterna.
Ya no volví a verla desde aquella fecha. Si teníamos algún contacto epistolar a través del correo electrónico, que la enfermedad, fue espaciando. Le faltaban las fuerzas.
En uno de sus correos, quizás el último, me escribía: "Gracias, ya hablaremos más despacio. Experimento al Señor muy cerca".
Ya está con Él. ¿Cómo dudar de esa cercanía con el Padre, para quién le dedicó toda su vida viéndole en los que sufren. En los pobres.
No he pretendido con estas torpes y emocionadas líneas, rendirle un homenaje que bien seguro habría rechazado de poder hacerlo. No. Solo he querido recordarme a mí mismo, el ejemplo de una verdadera hija de San Vicente de Paúl. También al querido lector. Debemos todos mucho a la Compañía de las Hijas de la Caridad y es bueno, seguir su ejemplo de vida.