Por Alfonso Olmos
(director de la Oficina de Información)
La cuaresma no necesita explicación. Los signos y las palabras de este tiempo son suficientemente elocuentes. Desde el principio hasta el fin. La ceniza del miércoles que abre la puerta a este tiempo de gracia, signo de arrepentimiento y de perdón, se limpia con el agua bautismal de la noche de pascua, signo de vida y de inmortalidad.
La palabra de Dios nos invita a la reflexión, a la oración, a la conversión personal. Es la única forma de cambiar el mundo y las estructuras, la enmienda de cada uno. Lo demás es cuento. Si no hay transformación interior no hay cambio social o eclesial.
A lo largo de la cuaresma, después del programa que la liturgia nos ofrece el primer día de este tiempo penitencial, el que se nos propone el ayuno, la oración y la limosna como posibilidad de encuentro con Dios y con los demás, la palabra que cada domingo oiremos nos ayudará a recorrer el camino.
Contemplar las tentaciones de Jesús nos ayuda a darnos cuenta de que somos frágiles, pero con la ayuda de Dios todo se puede. El relato de la Transfiguración nos invita a escuchar a Jesús, que falta nos hace. La Samaritana junto al pozo, nos debe hacer descubrir que tenemos que tener sed de Cristo, que debemos saber dónde beber, para saciar esa sed, a lo largo de nuestra vida. La resurrección de Lázaro nos puede ayudar a abrir los oídos y el corazón, también a nosotros Jesús nos dice "sal afuera. Ven. Ven afuera", y despertar así de nuestros letargos.
La pasión nos llevará a la resurrección. Es cuestión de tiempo, y de aprovechar el tiempo. De recorrer el camino con ilusión y esperanza. Al final llegará la luz, Cristo vivo, dando sentido a todos los esfuerzos cotidianos. Confiemos.