Por Comunidad de la Madre de Dios
(Monasterio de Buenafuente del Sistal)
Queridos amigos en Jesucristo: Estábamos pensando que desde nuestra última carta no habían ocurrido acontecimientos importantes, y claro que los hay. Todo suceso que implica a una persona y en consecuencia a las de su entorno, siempre es significativo para ellas. Decía san Josemaría Escrivá: “Cada alma vale toda la Sangre de Cristo”, como no atender, respetar y dedicarles todo el tiempo que podamos, con generosidad a cada una de las personas con las que nos relacionamos cada día.
Realmente, el evento más importante es el comienzo de la Cuaresma. La Comunidad, nos preparamos con el retiro del día 28 de febrero, acompañadas por un sacerdote diocesano de Madrid. Fundamentalmente dedicamos el día a rezar con el Magnificat, la alabanza de María en el encuentro con su prima Isabel. Nos presentó a María como icono de la Alegría, alegría para la que todos hemos sido creados. Y nos invitó a aprovechar este tiempo cuaresmal, para volver a nuestro ser original, a vivir en la Alegría que brota de un corazón enamorado, anclado en Jesucristo. A la conversión que siempre nos ha predicado la Iglesia: “Polvo eres y en polvo te has de convertir”, a descubrirnos profundamente “NADA” y a vivir en la bendición y la alegría porque Dios es Todo.
El Papa Francisco, titula su mensaje para esta Cuaresma: “La Palabra es un don. El otro es un don”. Esta sencilla exhortación nos ayuda a descubrir por qué nos alejamos de Dios; ¿qué nos pasa? ¿Por qué parecemos un vehículo que pierde combustible? Así nos ocurre, que nos quedamos parados en la cuneta de la vida. Que esta Cuaresma sea un tiempo de revisión y reparación en el taller de la Iglesia, nuestra Madre, donde el estándar de calidad es Cristo. A través de la Palabra de Dios contrastamos nuestra vida con la Verdad, gracias a la mediación del Espíritu Santo.
En este tiempo todavía invernal, aquí, en Buenafuente del Sistal, la nieve ha brillado por su ausencia. Por eso, aunque con un poco de nostalgia, porque nos gustaría ver nuestro paisaje blanco, como tantas veces, nos hemos iniciado en tareas exteriores, sobre todo de poda, en un intento de obediencia a la climatología actual. La realidad es que sin la obediencia no es posible la vida. Y mucho menos la nuestra, pues hemos hecho voto de obediencia a la Madre Abadesa y de conversión de costumbres. Esto, que profesamos con gozo y solemnidad, se ha de ir encarnando en nuestra vida diaria. La Cuaresma es un tiempo ideal para dejarnos modelar, hasta llegar a ser algún día otros cristos para el mundo, Dios lo quiera. “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Lv 19, 1s).
Unidos en la oración, el ayuno y la limosna, vuestras hermanas del Sistal