La clausura del sínodo: un camino abierto
Por Luciano Matilla y María Esperanza Torres
Delegación de Familia y Vida
“Nada es por casualidad”, esta frase es típica y tópica de un amigo, y viene pintiparada para describir lo sucedido el pasado domingo 19 de Octubre en Roma. Jornada repleta de simbolismo, elegida para la beatificación de Pablo VI. Queremos reflexionar sobre lo ocurrido este día.
En una mañana soleada y brillante, se clausuró el Sínodo Extraordinario de Obispos sobre la Familia, en la plaza de San Pedro rebosante de cristianos. Una ceremonia enmarcada con la presencia de tres Papas: Francisco, Benedicto y Pablo. El número tres en la Biblia significa la “totalidad”.
El Papa Francisco presidiendo directamente y repitiendo machaconamente, para que nos entre tanto en la cabeza como en el corazón: "La Iglesia católica debe tener siempre la puerta abierta, recibiendo a todos sin excluir a nadie".
Este Papa, que nos habla claro y mirando a los ojos desde esos zapatos desgastados de recorrer la ciudad de Buenos Aires, nos quiere traer nuevos buenos aires a la Iglesia con una mirada nueva y reflexiva sobre la familia, tal y como es ahora y puede ser en el futuro.
El Papa Benedicto compartió un cálido abrazo con el Papa Francisco. Es éste un gesto cariñoso y familiar. Acompañando con su presencia, refrenda el paso dado por la Iglesia en este Sínodo para iniciar un camino y reconocer las nuevas realidades vivientes en la Iglesia que generan controversia y debate.
Pablo VI, desde el balcón presidiendo la plaza de San Pedro en el momento de su beatificación, supone el puente entre el siglo XX y el siglo XXI, entre el gran Papa que hizo reflexionar en el Concilio Vaticano II y el Papa que nos habla con naturalidad de las nuevas realidades humanas y de la Iglesia en el momento actual.
En momentos importantes los miembros de las familias nos reunimos para compartir, acompañar, reflexionar, buscar soluciones; cada uno desde su posición, pero todos presentes. Así se ha hecho en la familia eclesial buscando la ACOGIDA de todos.
La clausura del Sínodo no es más que el comienzo de un período de reflexión. Las divisiones de opinión requieren un discernimiento a la luz de Evangelio que siempre es acogedor de las personas heridas que buscan en su interior a Cristo. Desde la diversidad se ha de buscar la escucha humilde de la voz del Señor y la comunión de todos los cristianos.
Tal y como nos dice Jesús en Mateo 22, 34-40: 37El le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente.38Este mandamiento es el principal y primero. 39 El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40
En el texto aparece una "novedad", Cristo pone al mismo nivel el amor a Dios con el amor a los demás y, además, ámalos como a ti mismo. Amando a los demás es como amamos a Dios.
¡Qué sobreabundancia de amor! Dejémonos llevar por ese amor del Padre y recemos para que el Espíritu Santo guíe y renueve a la Iglesia para responder con valentía a los nuevos retos y devolver la esperanza a los que la han perdido.
Acabamos con un fragmento de la oración que nos ha regalado el sínodo:
“Padre, danos la alegría de ver florecer una Iglesia cada vez más fiel y creíble, una ciudad justa y humana, un mundo que ame la verdad, la justicia y la misericordia”.