Por José Ramón Díaz-Torremocha
(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)
“……os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, mi Padre del cielo se la concederá. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Mateo 18: 19-20
Todos nosotros, los cristianos, sabemos e incluso repetimos con cierta frecuencia, esta promesa del Buen Dios que recoge Mateo de acuerdo al texto citado al comienzo de estas líneas. Lo sabemos, lo citamos pero…… ¿lo hacemos nuestro? ¿influye en nuestra vidas como debiera tan clara y prometedora promesa del Salvador?
En las nuevas Conferencias de Guadalajara, han tomado una costumbre que personalmente me encanta: antes o después de las preces reglamentarias que recitamos al comienzo de nuestras reuniones desde hace casi doscientos años, antes o después de invocar la presencia del Espíritu de Verdad, de invocar al Espíritu Santo en demanda de ayuda para su trabajo por los que sufren, saludan la presencia entre ellos del mismo Jesucristo con las frases que dan título a este pequeño artículo: “Buenos días Señor” si se reúnen por la mañana”, “buenas tardes Señor” si lo hacen por la tarde.
Argumentan que lo hacen así pues, sería una descortesía, no saludarle de la manera coloquial con la que saludamos siempre la presencia de un amigo con el que en cualquier circunstancia, nos encontremos. Pero, ante todo, es que creen firmemente que el Señor está con ellos. Que el Señor, ese Buen Dios que se entregó por nosotros y nos regaló la Salvación, está allí, entre los consocios que se reúnen en su nombre. Creen firmemente en la promesa reflejada en el Evangelio de Mateo. Incluso en una de estas Conferencias, asistí hace muy pocos días a una de sus reuniones en las que, por pura casualidad, había un asiento sobrante. Con absoluta seriedad, alguien señaló: “es la silla del Maestro. No lo vemos, pero está aquí”.
Después de este saludo, empiezan a recargar las baterías del amor de cada consocio, las del propio grupo, con la oración y la meditación y pequeño coloquio que sigue. Algunas de estas meditaciones, cortas, nunca más allá de diez o doce minutos, son realmente deliciosas de participar en ellas aunque sea sólo de simple oyente.
Hace sólo unas semanas, un consocio de otra provincia, me preguntaba un tanto desconcertado, ¿cómo era posible que las Conferencias de Guadalajara, estuvieran creciendo tanto mientras en su provincia desaparecían a pesar de todo lo que intentaban?
Como respuesta, sólo se me ocurrió contarle cómo se reúnen aquí los consocios y me pregunté en voz alta, como para mí ¿si no estaría el pequeño éxito que se atribuía a nuestras modestas Conferencias en Guadalajara, en esta vida de oración compartida antes de comenzar el trabajo por los que sufren? ¿Si no estaría precisamente en la oración previa, en la oración comunitaria, la explicación del “fenómeno” como lo calificaba el querido consocio?
Quedó el consocio pensativo y terminó contándome que en su Conferencia, se rezaban las oraciones reglamentarias a toda velocidad, para pasar a dialogar sobre las necesidades a las que querían atender esa semana. Me dio la impresión, que el amable consocio pertenecía a una de esas Conferencias que han olvidado el cómo y para qué fueron fundadas las Conferencias de San Vicente de Paúl.
Me pareció que había olvidado que la fundación de las Conferencias, parte de un grupo de muchachos muy jóvenes que se reunía para orar y posteriormente: entregarse a los pobres, a los que sufrían. No fue a la inversa y mucho menos con la sola intención de sólo ayudar humanamente a otros.
Me alegra ver como se mantiene la oración en este pequeño grupo de Conferencias que existimos en la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara. La seriedad con la que la practican. ¿Todas? Pues no. ¿La mayoría? Pues sí. Para todo hay un proceso de adaptación. Alguna está viviendo ese proceso y a la vez que lo viven, a la vez que van saludando y creyendo con mayor fuerza en esa presencia entre ellos del Buen Dios, del Maestro, la ayuda que prestan crece en calidad y en cantidad. También crecen espiritualmente cada uno de ellos individualmente. El Maestro siempre nos devuelve el “ciento por uno”.
No quedó muy convencido el buen consocio de tener las fuerzas suficientes para cambiar el modo de reunirse en su Conferencia: “¡llevaban tantos años haciendo lo mismo!”. Me preguntó, con cierto temor si podría acercarme un día a su Conferencia a “dar una charla”, decía. (temor por la lejanía de Guadalajara de su provincia) Le respondí que iría encantado pero no a dar una charla: sí a charlar con ellos, con los consocios, que es mucho más rico.
Esa conjunción de oración y acción a la que me vengo refiriendo, nos llevará a todos a prestarnos un inmenso servicio primero a nosotros mismos y más tarde a todo ser humano al que nos acerquemos para intentar paliar su sufrimiento.
Sabiendo que Aquel que todo lo puede, prometió estar con nosotros cuando dos o más de dos, nos reuniéramos en Su nombre.
Creámonoslo, creámonos que Él está en medio de nosotros y saludémosle como al buen amigo que se nos acerca: Buenos días, Señor o Buenas tardes Señor.