Por la Comunidad de la Madre de Dios
(Monasterio de Buenafuente)
Queridísimos amigos: Es una gran alegría encontrarnos, compartir nuestra fe. Este es hoy un gran regalo del Señor, en este mundo individualista que trata de relativizarlo todo; por eso nos ayuda escuchar al evangelista san Juan: “No sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo” (Jn 15, 19). Es decir, ya no debemos dejarnos arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas (cf. He 13, 9), o por lo que hace todo el mundo. Porque la elección que Dios ha hecho de nosotros es irrevocable (cf. Rm 11, 29).
Mientras escribimos estos pensamientos, hemos reiniciado el Tiempo Ordinario, y estamos gozosas por la celebración solemne de Pentecostés. La Vigilia, podríamos decir en sentido amplio, se inicia, ya por la mañana, con la romería a la ermita de la Virgen de los Santos. Porque reunidos los discípulos con la Virgen María en el Cenáculo, recibieron el Espíritu Santo. Este año, por las lluvias se suspendió la romería, y los pueblos de Huertahernando y de Buenafuente del Sistal con la Comunidad celebramos juntos la Eucaristía en honor a la Virgen de los Santos. Así, reunido el pueblo de Dios en torno a nuestra Madre, recibimos el Espíritu Santo, cada uno personalmente, pero estando todos juntos.
El domingo, después de la oración de Completas, terminado el Tiempo Pascual, a la hora en que ya comienza para nosotras el descanso nocturno, cuando las monjas llegamos a nuestra celda nos encontramos con el mejor cuadro que se puede contemplar: el cielo despejado, las sabinas reflejaban el intenso rojizo del terreno tras las tormentas de la tarde, el ambiente húmedo… Todos los días es el mismo paisaje y cada día es nuevo. En ese instante una de nosotras recordaba comentarios escuchados en el locutorio, expresiones sobre nuestra vida “encerrada”, y a la vez, un himno que cantamos, con un poema de sor Cristina de Arteaga, monja jerónima: “Desde que mi voluntad está a la vuestra rendida, conozco yo la medida de la mejor libertad (…), que es poco lo que me niego si yo soy vuestra y vos mío”. Y se alegraba, agradecida por la elección, siempre inmerecida, del Señor. Porque es cierto, es poquísimo lo que nos negamos y ¡es tanta la infinita generosidad del Amor de Dios con cada una de nosotras, todos los días! Cada día el Señor nos renueva su llamada y espera nuestro “SÏ”. Lo mismo que cantamos en la antífona del salmo 91: “Por la mañana proclamamos, Señor, tu misericordia y de noche tu fidelidad”.
Nos despedimos con el corazón ardiente por la llama del Espíritu recibido, y dispuestas a dejarnos guiar por Él, ahora que iniciamos el trabajo intenso del verano. Pedimos al Señor nos conceda amor al trabajo, virtud importante, pues según san Teodoro, el estudita, quien es fervoroso en los compromisos materiales, lo es también en los espirituales.
Unidos en la oración, vuestras hermanas de Buenafuente del Sistal