Por José Ramón Díaz-Torremocha
(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)
Me gusta recordar con alguna frecuencia con mis amigos y compañeros en las Conferencias, con mis consocios, los orígenes que explican nuestro nacimiento como Institución hace casi doscientos años. Conviene tenerlos siempre muy presentes. Aquellos siete amigos a los que calificamos como cofundadores de las Conferencias de San Vicente de Paúl, se reunieron para ayudarse unos a otros mutuamente, en la permanencia en la Fe y en la profundización en la santificación que deseaban alcanzar. Es importante, cada día más, recordar que estos fueron nuestros orígenes y no otros y que ellos son la base de nuestra filosofía institucional.
Déjeme el querido lector, recoger algunas verdades básicas alrededor de la fundación de las Conferencias, que expuse en su día en un modesto libro publicado en el año 2010 por el Consejo Superior de España de las Conferencias, pero que considero fundamentales para entendernos a nosotros mismos y lo que debemos buscar.
Decía en aquellas fechas recordando nuestra historia:
“Un día de abril de 1833, un grupo de jóvenes amigos en París, estudiantes universitarios todos ellos, a los que se unió una persona de más edad a la que recurren buscando su consejo y experiencia, se reúnen por primera vez para aunar sus pobres esfuerzos y ponerlos al servicio de los pobres. Sin otra solemnidad, se constituía sin ellos saberlo, el germen de lo que ha llegado a ser una de las más importantes instituciones católicas de todos los tiempos, (fundamentalmente por los servicios prestados) tanto por su extensión, como por el número de católicos que se agrupan en ella ya sea como miembros plenos, (los llamados consocios) o colaboradores comprometidos en alguna de las miles de obras sociales que esta Sociedad, la Sociedad de San Vicente de Paúl, mantiene a lo largo y ancho del mundo”.
¿Cómo se había producido este encuentro entre ellos? ¿Qué lo provocaba? ¿Qué buscaban?
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Con su llegada a las aulas, (se habían incorporado desde las provincias a la Universidad de la Sorbona en París) estos jóvenes que proceden de familias profundamente católicas, buscan entre sus compañeros, a personas que, como ellos mismos, mantengan intacta su fe para, juntos, preservarla y preservarse ellos mismos del ambiente pernicioso que les rodea y en el que van a vivir los próximos años destinados a su formación universitaria. Entre ellos nace una profunda amistad basada en los momentos de oración y de meditación que comparten con frecuencia.
Sin ellos saberlo aún, están ya edificando desde esos primeros instantes de conocerse, dos de los rasgos fundamentales que luego serán básicos en la propia Fundación y desarrollo de las Conferencias: preservar y profundizar en la fe y la forja de una profunda amistad entre sus miembros.
……
El grupo de jóvenes se va cohesionando y la amistad y el amor fraterno, sigue creciendo entre ellos. No son ya un grupo de compañeros que simpatizan: comienzan viviendo su Fe en comunidad, a crear el caldo de cultivo con el que, el Buen Dios, les preparaba para el nacimiento de las Conferencias de San Vicente de Paúl.
…………
Un día, uno de ellos, uno de los futuros cofundadores, Le Taillandier, propone a los otros ante el evidente fracaso que al menos a la vista de los resultados estaban obteniendo, (fracaso deseando convertir y que aceptaran la Fe sus compañeros de Universidad con los que lo intentaban), hace una propuesta que ha de cambiar radicalmente el comportamiento de aquellos jóvenes: ¿Por qué no ir a los pobres? ¿Por qué no hacer lo que hacía Jesucristo e ir a ayudar a los pobres como acción del grupo? Como la acción de un grupo que ya ora unido y en el que las piedades individuales, se ven reforzadas y enriquecidas por las del resto de los componentes del mismo.……………
Algunos meses más tarde, dos de aquellos jóvenes, Lallier y Ozanam, sopesan la antigua propuesta de Le Taillandier. Ahora sí, ahora están preparados y prestos a proponer y a convocar a los demás componentes del grupo, a la verdadera misión histórica que la Divina Providencia, sin ser en absoluto conscientes de ello, les ha encomendado colegiadamente. Buscan la ayuda de una persona mayor que ellos para que les ayude en el camino que van a emprender y la encuentran en Emmanuel Bailly, editor de una conocida publicación católica y futuro primer Presidente General de la Sociedad naciente.
Están puestas las bases para que una Conferencia de San Vicente de Paúl pueda realmente existir: deseo de preservarse puros en la fe, oración y meditación espiritual en común, comunidad profunda y fraterna entre ellos, aspiración mutua de perfeccionamiento, sentimiento de Iglesia y objetivo colegiado de servir personalmente a los pobres.
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A modo de resumen de lo dicho hasta este momento, podemos decir que se llama Conferencia de San Vicente de Paúl: al grupo constituido por laicos cristianos comprometidos que, conformando una verdadera comunidad fraterna de fe y oración, individual y colectiva, trabajan colegiadamente y se entregan a los pobres personalmente con vocación eclesial”.
De todo lo anterior, se deduce que la primera misión de los miembros de una Conferencia, está en el servicio espiritual y moral al resto de los miembros de la misma. A potenciar su crecimiento espiritual y a lograr entre todos y para todos, una mayor cercanía al Buen Dios.
Después y producto de esa unión fraterna entre los consocios, entre los miembros de cada Conferencia, llegará la segunda gran misión de cada una de ellas, de cada Conferencia: la entrega colegiada y personal para con aquellos que sufren. Que, repito, sufren. Sin definir previamente qué sufrimiento priorizar: cualquiera que otro ser humano, cualquier hijo de Dios, sienta. Esa es nuestra segunda gran misión, después de la búsqueda y profundización en la santificación de cada miembro, que ha de ser siempre la primera para que la segunda pueda existir.
Hace unos días, me contaban de una intervención en determinada Institución que quiere atender a los pobres, como ejemplo de lo que no se debe hacer. De lo que en las Conferencias no debemos hacer nunca: definir qué necesidades atender primero y priorizar las materiales frente a las de compañía de los ancianos y los enfermos como allí se propuso. ¿Es posible saber qué sufrimiento es mayor que otro? ¿Es posible saber quién sufre más y merece más atención por nuestra parte? ¿No es más lógico y más caritativo tratar de atender cuanta pobreza, cuánto sufrimiento descubramos? Sin embargo, en el ambiente materialista en el que desgraciadamente nos movemos cada día con mayor implicación, son sólo las pobrezas económicas las que parece que debemos atender. Error nefasto y absoluto.
Me pregunto ¿Qué les parecería esa afirmación a cuantos se atienden por parte de las Conferencias en mi Diócesis de Guadalajara por problemas exclusivos de soledad, tan frecuentemente unidos a la ancianidad o también en cualquier otro lugar en el mundo? ¿No es una pobreza la soledad? Hay quien defiende que hay otras más importantes. ¿Les preguntamos a los que están solos, enfermos o abandonados? Descartados, como los denomina en afortunada síntesis nuestro Papa Francisco a todos los que sufren alguna pobreza y el mundo los olvida. ¿O no es una pobreza la soledad y el abandono? ¡Claro que lo es!
Déjeme el amable lector que me haya seguido hasta aquí, terminar este largo artículo recogiendo algunos párrafos de voces mucho más autorizadas que la mía:
Ante el Parlamento Europeo, el Papa Francisco el 25 de noviembre de 2014, señaló: “Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la ‘soledad’”, advirtió el Papa Francisco en su discurso en el que denunció la “cultura del descarte” que predomina en el continente y que “afecta a los enfermos terminales, a los ancianos abandonados” y a “los niños asesinados al nacer”.
Hay tres párrafos que creo que nos vienen muy bien a todos recordar del Papa Benedicto XVI, en su Carta-Encíclica “Deus Caritas Est” y que no me resisto a dejar de citar:
“Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. ………………. Este amor – se refiere al amor de la Santa Iglesia - no brinda sólo a los hombres ayuda material, sino también sosiego y cuidado del alma, una ayuda con frecuencia más necesaria que el sustento material”. (Benedicto XVI “Deus Caritas Est” 28.)
“La acción caritativa puede y debe abarcar hoy a todos los hombres y a todas sus necesidades” (BXVI DCE 30a)
“Según el modelo expuesto en la parábola del buen Samaritano la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación” (BXVI DCE 31a)
Gracias al Buen Dios, este desapego por los que únicamente tienen necesidades morales y espirituales, de soledad, este considerarlos como “pobres de segunda” no existe en las Conferencias. Por el contrario, siempre nos ha preocupado la asistencia a los que más la necesitaban dándoles nuestra cercanía y servicio desde los mismos orígenes de nuestra fundación. Sin ir más lejos, hoy, hasta tal punto nos preocupan estos ancianos abandonados y solos, esos enfermos igualmente solos, que bien puede aplicarse a ambos, aunque sólo se refiera a los primeros, la siguiente frase con la que se cerraba el Editorial de la Revista Ozanam correspondiente a los meses de enero/febrero de este año 2017: “No caigamos, desde nuestra Institución, en lo que tanto criticamos en la sociedad civil que, aparta a los más ancianos, condenándoles a una de las mayores pobrezas “la soledad”.
Es nuestra misión. La misión de los que nos hemos reunido en las comunidades fraternas de oración y acción, de entrega personal a aquellos que sufren, que deben ser cada una de nuestras Conferencias: servir a los más débiles y éstos, se encuentran hoy muy bien representados por aquellos que para algunos, parece que merecen una respuesta inferior por parte de la Caridad organizada frente a aquellos con necesidades materiales. Intentando crear una especie de “escala” de ayudas absolutamente contraria a la verdadera Caridad. Al verdadero servicio presidido por el amor.
Sin duda estos pobres solos y abandonados, están incluidos en las primeras Bienaventuranzas:
Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados.
Bienaventurados los humildes, los mansos, pues ellos heredarán la tierra.
Estoy seguro que si hoy el Maestro, estuviera de nuevo predicando entre nosotros, sueño que nos hubiera dicho también y específicamente en el Sermón de la Montaña “Bienaventurados los solos, los abandonados, porque ellos alcanzaran misericordiosa compañía”.
María, que sufrió la soledad cuando la apartaron de su Hijo, que comprenderá muy bien a todos los que hoy sientan esa soledad por el motivo que sea, nos ayudará a llevar un poco de alegría, un poco de compañía, incluso a aquellos que pueden no tener necesidades materiales, pero tienen el alma llena de tristeza por no tener una mano y una voz amiga a la que estrechar y oír.