Agustín Bugeda Sanz
(vicario general)
Cuando ya han pasado unas horas del terrible atentado de Barcelona, y la gran mayoría de españoles, yo diría que todos, nos hemos unidos en silencio y oración por las víctimas y sus familias, creo que es el momento de algunas reflexiones, que al menos yo mismo me hago.
En primer lugar, creo que todos deberíamos sentir una llamada intensa a favor del diálogo y de la paz. Muchas veces experimentamos en ambientes más domésticos o públicos, actitudes y expresiones de desencuentros, enfrentamientos e incluso violencia que no llevan a ninguna parte. Cada uno hemos de poner nuestro pequeño grano de arena para ser constructores de la paz haya donde nos corresponda vivir y estar, también lo más pequeño e insignificante.
Este atentado nos ha de llevar también a una apuesta constante por el hombre, por cada persona por la que Jesús se ha encarnado y ha redimido. Parece mentira contemplar como unos terroristas pueden tener sembrado en el corazón tanto odio, violencia… eso es extraño a la persona humana, alguien lo ha hecho en ellos, el mal se ha metido en el corazón de esos hombres por caminos insospechados. Trabajemos para que el mal no entre en el corazón de ningún hombre, sea quien sea. Oremos y luchemos para que la persona humana tenga y recobre toda su dignidad, siempre capaz de hacer el bien, de amar, de perdonar y nunca de ser un terrorista. Eduquemos a las personas para el bien y no para el mal.
Sirva también este doloroso y triste acontecimiento para unirnos más en la búsqueda del bien. Parece mentira que perdamos tiempo y energías en lo que nos divide, en lo que nos separa y no en lo que nos une. Respetando absolutamente la diferencia y diversidad de cada persona, pues todos somos distintos, trabajemos por aquello que nos une que siempre es mucho más.
En momentos así, elevamos la mirada a Dios con el corazón y la cabeza llena de preguntas. Que esa mirada, esas manos, esas súplicas nos hagan descubrir la esencia más profunda del amor de Dios por cada persona, que quiere el bien, que nos convirtamos continuamente, que sepamos vivir en esta vida como peregrinos. Es momento de confiar como el niño pequeño, de escuchar su Palabra y ponerla por obra, de pedir perdón tremendamente avergonzados en nombre de quien utiliza a Dios para la violencia y el odio.
Y, por último, que el bosque no nos impida contemplar el árbol. De una forma u otra, cada uno desde nuestra responsabilidad, estemos cerca de las víctimas, de sus familias, de sus preocupaciones. A ellos les ha cambiado la vida en un segundo y sin saber por qué. Ayudémosles a encontrase consigo mismo, a descubrir la luz de la fe que ilumina cada circunstancia, a que sientan la mano hermana y amiga. Ayudémosles desde el primer a superar todo odio y rencor.
Que este atentado tan cercano a todos nosotros, en el que hemos contemplado el mal que puede anidar en el corazón del hombre, nos haga a todos nosotros, con la ayuda de Dios, a sacar lo mejor de nosotros mismos y a ayudar a que todos también así lo hagan, sean de la condición, raza, lengua o religión que sea. Velemos y oremos para que el mal nunca entre en nuestro corazón.