Por Odete Almeida
(Pastoral del Sordo)
La vocación a la vida consagrada es un don de Dios. A Dios le importa la nuestra vida y nuestra felicidad. La alegría de Dios es amarnos, que nos sintamos amados y queridos desde siempre. Que nuestro eje de vida sea Su Amor de Misericordia que nos impulsa siempre a su mirada de ternura, y de predilección. Dios nos dice: “Tu eres mía” (Is.43), es decir, que nuestra vida tiene un sostén, tiene una garantía, está totalmente “cubierta” por su amor, estamos comprados a “fondo perdido” desde de la cruz. Me amó, me ama y me amará siempre porque siempre su amor fue y es donación total, entrega total desde de la eucaristía y desde la cruz. Un amor gratuito, el cual nos llama a vivir esperando de Él y no de nuestros méritos.
La vocación y sea cual sea la entrega es Él que nos la da por puro amor. Somos una gotita de agua en el océano del amor de Dios. Él nos ha pensado para Él, en suma, para hacernos felices.