Por Alfonso Olmos
(director de la Oficina de Información)
Es difícil expresar los sentimientos que cada cristiano vive en los días del triduo pascual, puesto que cada uno experimenta, seguro, cosas diferentes. Pero hay un nexo común, que se expresa en la liturgia de los días de la Semana Santa. Vivir con profundidad esas celebraciones nos une a todos los seguidores de Cristo.
A veces el número elevado de comunidades que se deben atender en esos días, hace que se tenga que simplificar, en la forma, que no en la profundidad, cada acto celebrado en las pequeñas parroquias rurales de la diócesis. Pero eso no es motivo para perder el hilo conductor de los acontecimientos a conmemorar.
Jesús se entrega, padece, muere y resucita, y todos somos testigos privilegiados del acontecimiento, incluso en la pobreza de las pequeñas parroquias dispersas por nuestra geografía diocesana, que en estos días se hacen grandes, y dan ejemplo de fe viva y de compromiso cristiano.
Los que estos días llenan nuestra iglesias son los que acuden a nuestros pueblos a descansar de las fatigas de la rutina diaria, o los que vuelven a sus orígenes agradecidos a esa tierra por todo lo que les ha dado, o los que han llegado a esos lugares espontáneamente y se han afincado en ellos porque han encontrado el arropo de los lugareños.
Sea como sea es de agradecer, que al toque de campana todavía sean muchos los que acuden a las frías iglesias, a calentar un poco su corazón con la celebración de la fe. Muchos niños, padres y abuelos que, en los pueblos, reviven su fe desde la sencillez y así, además, ayudan al sacerdote a sentirse más útil, a dar sentido a su ministerio entregado.