Por Cáritas Diocesana Sigüenza-Guadalajara
“El agua es femenina” es un dicho muy repetido en la región de “Fouta Toro”, una zona fronteriza entre Mauritania y Senegal que sufre sequías crónicas y donde la mujer desempeña un importante rol en la gestión de este valioso y escaso recurso. Tan escaso es que, aunque el 22 de marzo celebramos el derecho humano al agua, casi una sexta parte de la población mundial no tiene garantizado el acceso al mismo, y las más afectadas son las mujeres. Ellas siguen siendo, incluso en las sociedades avanzadas, las responsables de las tareas domésticas que requieren el uso del agua. Y en algunos casos eso implica recorrer grandes distancias en busca del preciado liquido, cargar hasta 20 litros por viaje, ausentarse del colegio para realizar esta tarea varias veces al día -¡pero que importa si solo son niñas¡-, y exponerse al ataque de animales y personas en el camino.
Por eso, contar con fuentes de agua cerca del hogar reduce la carga de trabajo y los riesgos que sufren estas mujeres, y mejora la salud y nutrición de toda la comunidad. De hecho, muchas intervenciones de Cáritas en cooperación internacional van encaminadas a garantizar el acceso al agua potable, a través de la construcción de pozos, la distribución de pastillas potabilizadoras o la gestión eficaz de los recursos hídricos.
Hemos podido comprobar que, tras una mejora en la calidad del agua, por ejemplo en la región africana del Sahel o en Etiopía, se ha reducido la incidencia de enfermedades como la diarrea o el cólera, además de mejorar los niveles nutritivos, económicos y educativos, sobre todo, de las mujeres… y por extensión, del resto de la familia.
Esa misma relación entre mujer, agua y desarrollo podemos verla al otro lado del mundo. En Nicaragua, un grupo de campesinas de la Diócesis de Juigalpa participan en un proyecto de Cáritas de Nicaragua y España que busca impulsar la agricultura familiar y el empoderamiento de la mujer en una zona con altos índices de pobreza y desnutrición.
Y es que en Cáritas somos muy conscientes de que más de la mitad de las personas que trabajan en el sector agrícola son mujeres, y que muchas veces lo hacen en condiciones precarias y con difícil acceso a la tierra y al agua. Y también sabemos que si se facilitase el acceso de las mujeres a esos recursos, se podría reducir en 170 millones el número de personas que pasan hambre en el mundo. En eso estamos trabajando; y eso es lo que están demostrando estas mujeres de Nicaragua, Etiopía, Mauritania… Unos logros que ya hablan por sí solos.