Por la Comunidad de la Madre de Dios
(Monasterio de Buenfuente)
Muy queridos en el Señor: ¡Cristo ha Resucitado! ¡Aleluya, Aleluya! ¡Verdaderamente ha Resucitado! ¡Aleluya, Aleluya! Aunque ya estamos próximos a la fiesta de la Ascensión del Señor, este saludo pascual de la octava de Pascua, para nosotras está lleno de sentido y actualidad. Transcurridas algo más de cinco semanas de la cincuentena pascual, esperamos al Espíritu Santo con la garantía, en nuestra vida, de que la muerte está vencida. Y cada vez deseamos con más entusiasmo compartir este Tesoro con toda la humanidad.
No pensamos abandonar el Monasterio, ¡no! Al contrario, si cabe, porque “El amor de Cristo nos apremia” (2Co 5, 14) a vivir nuestra entrega con mayor radicalidad, es decir, ir a la raíz de nuestra vocación. Esta es, nuestra mejor forma de evangelizar; y también la de todo cristiano: una madre sirviendo a su familia, un hijo perdiendo la vida cuidando a sus padres… En esencia, es la misma llamada que nos hace, a todos, el Papa Francisco en su reciente exhortación apostólica “Alegraos y regocijaos”, sobre la llamada a la santidad en el mundo actual. A todos nos ayuda este mensaje, que nos conviene leer y releer, hasta integrarlo en nuestra vida diaria (si alguien no tiene este documento en su móvil, que nos lo pida).
Vivimos un momento de la historia en que, gracias a los medios de comunicación y a las nuevas tecnologías, la mayoría de nosotros tenemos acceso a mucha información, a leer nuevas publicaciones, a compartir testimonios, participar en foros, congresos y no sólo en nuestro entorno, sino con cualquier parte del mundo. Ante esta situación, nos preguntamos: ¿verdaderamente nos ayuda a amar más a Dios y a los hermanos? Porque Cristo ha entregado su vida a la muerte, por Amor a Dios Padre, para salvarnos. Esta es también nuestra misión: “Que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Tal vez esta pregunta nos ayude a discernir: Esta lectura, compañía, pasatiempo, etc., ¿me ayuda a la misión-vocación a la que estoy llamado?
Jesús mismo nos dijo: “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 55). Y un poco después: “Las palabras que os he dicho son espíritu y vida” (Jn 6, 63b). Este ha de ser nuestro alimento: el pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía para permanecer en su Amor. “Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí solo, si no permanece en la vid, tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Jn 15, 4). Queridos hermanos, corramos y practiquemos las enseñanzas de Jesús, para que nuestra vida llegue a plenitud y seamos felices.
Con nuestro cariño y oración
vuestras hermanas de Buenafuente del Sistal