Elegía por la muerte de V.D.H., en un desalentado día de noviembre

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

Hoy, desde esta espesura

del mundo y sus trabajos y fatigas

de eterna noche oscura,

la luz ya la persigas

y el viaje desde tu alma lo prosigas.

 

Dejaste las intrigas

del orbe y retornaste hasta la altura

de las altas cuadrigas,

donde vive la pura

y bella voz que vida la asegura.

 

Y todos cuantos vamos

aún en los misterios meditando,

contigo nos sintamos

que estás peregrinando

al lugar que estos versos miro y mando.

 

Ha llegado hoy tu cuándo,

y muchos lo sufrimos y sintamos

llorando llanto blando,

y en ti que aún pensamos

y en las cosas que ayer no más hablamos.

 

Amigo que falleces

pero aún con nosotros estás vivo,

en mente permaneces

en tanto que te escribo

y me dejas sin ti tan pensativo.

 

Ya viento fugitivo

a esta en recuerdo línea amaneces,

por tuya la concibo

pues sé que la mereces,

y en ella para siempre te estableces.

 

Oh, bosques y caminos

que veis a su alma queda ya ir llegando,

mostradle repentinos

los versos que le expando

de parte evocación que le estoy dando.

 

Mi corazón helando

memora sus comienzos campesinos,

y el hoy desalentando

se vuela hacia los pinos

del soriano campo en enfriados trinos.

 

Aún yo le llamara

como otras tardes, a eso de las siete,

y asiento me buscara

en silla que hoy se agriete

sin ti y tu diligencia, que se aquiete.

 

El dolor me asaete

al saber que ya nunca más llegara

tu alegría, que objete

lo malo que pasara

que nunca tu actitud lo reflejara.

 

No es justo ni parezca

que la herida que aquí dejas al irte

sentido alguno ofrezca.

Quisiera aun reunirte

y quedar como siempre y recibirte

 

La puerta entreabirte

y sentir de la calle el aire helado,

y luego despedirte

con un -ya no arribado-

“hasta mañana”, al pronto agonizado.

 

Adiós ya no escuchado

que nunca más podré hablar y decirte,

pero que aquí he dejado

y puedo repetirte

las líneas de arriba que escribirte.

 

Dormido ayer estabas

y nada sospechar aún tu viaje

hacía. Pero entrabas

ligero de equipaje

en distinto lugar y otro paraje.

 

Este verso agasaje

tu vida, tu trabajo; pues llevabas

entre dolor encaje

y no lo mostrabas.

No es justo te amortaje, si alegrabas.

 

Adiós, que la he sentido

cual si tu ausencia fuera igual partida

de algo tan muy unido

a mi existencia y vida

que estés siempre a ella misma entera unida.

 

Pero aún no despida

ni tu rostro, tu vista, ni tu oído,

pues siendo recorrida

cada calle y sonido,

creeré lo hago en ti. Sin que haya olvido.

 

Volverá tu sonrisa

a sonreírme, acento de tus tardes,

e incluso más precisa

señal en que resguardes

la memoria que, aun hoy, aquí la guardes.

 

Quisiera sobretardes

nuevas que anochecieran, por divisa

tuya, e igual tus alardes

de paciencia precisa

por sobrellevar vida que no avisa.

 

A las nuevas veladas

de otros días, como antaño lo hice,

te solicito. Ajadas

serán, sin tu matice.

Nada relevo tuyo realice.

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