Jesús Francisco Andrés Andrés
Delegado de Pastoral de la Salud
Hace unos días celebrábamos junto al Papa Francisco y a toda la comunidad de la Iglesia la II jornada mundial de la pobreza.
En su lema leíamos “este pobre gritó y el Señor lo escuchó”. Pero hay muchos pobres, demasiados, que no tienen fuerza ni para gritar.
A nuestro alrededor, en nuestro bloque, en nuestro barrio, en nuestra ciudad... muy cerca de nosotros hay muchísimas personas que no gritan porque no pueden, pero, aún así, levantan sus manos hacia el Señor y hacia todos nosotros pidiéndonos ayuda, apoyo, acompañamiento, presencia.
Hay gritos que nos llegan por la radio, por la tele, por el periódico, por el wasap.... pero hay otros que -aun teniéndolos cerca- no nos llegan porque sus voces no tienen fuerza para gritar. Los podemos encontrar en una cama del hospital, en una casita baja del pueblo o en el tercer piso de un bloque -sin ascensor-.
En el Evangelio aparecen pobres y enfermos que se acercan a Jesús a gritos, pidiendo ayuda. Algunos incluso se atreven a decirles: “cállate, no molestes...” -como le dicen al ciego Bartimeo- pero ellos siguen y siguen pidiendo -faltaría más-.
Es hora de poner atención y aguzar el oído para escuchar esos “gritos susurrantes” que nos llegan. Miremos a nuestro lado y descubramos esos pobres que nos piden ayuda desde su silencio, desde su debilidad, de su imposibilidad de moverse, de manifestarse, de salir a gritar a los cuatro vientos: “NECESITO AYUDA”.