Por José Luis Perucha
(Delegación de Ecumenismo)
Del 18 al 25 de enero hemos celebrado la semana por la Unidad de los Cristianos. Una iniciativa que nació en 1908 y en la que participan la mayor parte de Iglesias y confesiones cristianas. Esta semana de oración nos sirve para recordarnos cada año la necesidad de orar por la unidad, siguiendo el deseo del Señor: “Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti… para que el mundo crea que tú me has enviado.” (Jn 17,21)
En una época como la que vivimos, en la que somos conscientes de la necesidad de evangelizar para despertar la fe en nuestro mundo, es más necesario que nunca que los que nos llamamos cristianos hagamos visible los signos del amor y la unidad, para que puedan ser reconocidos por aquellos que nos contemplan desde fuera.
Y es que la desunión es una consecuencia del pecado. Por eso, el camino para reconstruir la unidad ha de comenzar por nuestra propia conversión, reconociendo la división interna en la que tantas veces vivimos, la debilidad de nuestra fe, expuesta a la mundanidad que nos invita a adorar tantos falsos dioses o incluso a convertirnos nosotros en dioses y señores de nosotros mismos.
En un segundo momento hemos de pedir el don de la unidad entre las familias, entre los grupos y comunidades de fe, entre las parroquias, etc., sabiendo reconocer la obra que el Espíritu Santo realiza en cada uno de ellos desde la diversidad de ministerios y carismas. El Espíritu “sopla donde quiere y cuando quiere”, nosotros, en cambio, tenemos la tentación de decirle al Espíritu dónde y cómo tiene que soplar.
El siguiente paso será orar para que el Señor siga abriendo caminos de unidad entre todos los cristianos, reconociendo y valorando también la riqueza existente en otras Iglesias y comunidades cristianas. Pero esta unidad tan deseada no puede nunca significar caer en un relativismo en el que todo valga, ni tampoco querer imponer nuestra forma de ser cristianos a los demás sino más bien poner los dones y carismas recibidos al servicio de todos.
Por eso, el verdadero ecumenismo ha de comenzar por el deseo de ser cada día más fieles a la vocación y al carisma recibido. Si los católicos escucháramos y acogiéramos cada día con docilidad la Palabra de Dios, cuidáramos la liturgia para que expresara verdaderamente el paso del Señor por nuestras vidas, y nos amáramos de verdad, con obras y sin sentimentalimos baratos, estaríamos, sin duda, haciendo el mejor ecumenismo.
Nadie puede poseer en plenitud la verdad, porque la Verdad es Dios mismo. Él nos la ha manifestado en su Hijo Jesucristo que ha dado la vida en la cruz por nosotros. El cristiano ha de estar al servicio de la Verdad, es decir, al servicio del amor y de la misericordia de Dios, manifestado en Cristo Jesús para nuestra salvación. Cada vez que miramos a Cristo crucificado descubrimos que es Él quien nos invita a hacer el verdadero ecumenismo, pues nos dice: “Amaos, como yo os he amado.” (Jn 13,34).