Jesús Francisco Andrés Andrés
(Delegación Pastoral de la Salud)
Hace unos días –del 16 al 18 de septiembre-, los delegados de Pastoral de la Salud de toda España éramos convocados en Madrid para celebrar nuestras 44 jornadas nacionales.
Allí se nos ha hablado de una realidad que, aunque vivamos en un mundo tan globalizado y “comunicado” como el presente, afecta a millones de personas, de todos los países y de todas las edades: LA SOLEDAD.
No es lo mismo estar solo que sentirse solo, y hoy, muchas personas están solas y se sienten solas, olvidadas, marginadas, “invisibles”.
Esta soledad la podemos encontrar en el mundo rural y en el mundo urbano. En nuestros pueblos pequeños y en un cuarto piso sin ascensor en la ciudad.
La podemos encontrar en el metro abarrotado, en los hogares, en los colegios, en los barrios, en los hospitales, en las residencias de ancianos.
El “sentirnos solos” nos hace vulnerables, nos debilita, nos deprime.
El rostro de la soledad no es único, puede tener el rostro de un niño, de un adolescente, de un joven, de alguien entrado en años o el rostro arrugado de un anciano… cada soledad “es un mundo”
Ahora que estamos dando los primeros pasos en nuestro camino sinodal miremos a nuestro alrededor porque, si el camino sinodal es un camino de comunidad -que lo es-, podemos olvidarnos de muchos hermanos nuestros que se sienten solos y abandonados.
Santa Teresa de Calcuta decía: “la más terrible pobreza es la soledad y el sentimiento de no ser amado.