Por Ángel Moreno
(de Buenafuente)
¿Tendré que estar herido, para ser vulnerable?
¿Tendré que sentir dolor, para que ser sensible?
¿Será necesaria la experiencia de pobreza
y hasta de miseria, para agradecer la salvación
y gustar el beneficio del perdón?
Cuando uno se siente seguro,
quizá se vuelve refractario.
Cuando uno se siente perfecto,
le asalta la tentación de compararse.
Cuando uno se cree cumplidor,
le acompaña la conciencia de estar justificado.
Y hasta es tentado de verse mejor
que los vecinos de su entorno
El herido agradece la mano solidaria.
El pobre percibe el gesto magnánimo.
El pecador arrepentido crece en humildad.
Quien se sabe perdonado, se libera del juicio inmisericorde.
Es tiempo de sentirse pequeño,
de sentirse desnudo,
de saberse perdonado,
de ser agradecido.
Es tiempo de mirar al Niño Jesús en el pesebre,
al Dios hecho hombre,
al Poderoso desvalido,
al Creador necesitado de ayuda.
El precio es saberse frágil.
La posibilidad está en resquebrajar,
romper la corteza endurecida del corazón,
y dejar que entre hasta el hondón del ser la misericordia.