Alfonso Olmos
(Director de la Oficina de Información)
El pasado día 24 de enero, fiesta de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, recibí un whatsapp que me animaba a comunicar todo lo verdadero, lo bueno y lo bello. Inmediatamente reenvié a varios amigos que se dedican a la comunicación el mismo mensaje, al que rápidamente contestaban aceptando agradecidos el reto de intentar comunicar buenas noticias.
El devenir diario nos aborda con noticias de todo tipo, algunas no muy buenas, siendo generoso en la apreciación. La gente comenta en sus conversaciones la angustia que se siente cuando, a la hora de la comida o de la cena, los informativos televisivos muestran un elenco de malas noticias de esas que te amargan la reunión en familia y hasta las viandas compartidas.
Estamos deseosos de buenas noticias. Pero, ¿por qué no ser nosotros mismos buena noticia para los demás? Ahí está la clave. Tenemos que esforzarnos cada día por hacerle la vida más fácil al de al lado con generosidad de corazón. Nuestras propias familias, que van cambiando con el tiempo, son el primer lugar en el que debemos ser buena noticia: siempre hay alguno que necesita un favor especial, o una ayuda extraordinaria; quizás haya llegado un nuevo miembro no esperado, puede que de fuera de nuestras fronteras; alguno de los nuestros se ha apartado de Dios, o de la Iglesia; algún otro puede vivir en situación de esas que se han dado en llamar irregulares; a veces cuesta la reconciliación...
Me he referido al ámbito familiar, pudiéndome haber referido a cualquier otro, porque en la víspera de la fiesta del patrón de los periodistas el papa Francisco hizo público su mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales titulado Comunicar la familia:
ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor, sin duda motivado por el convencimiento de que la familia es el primer lugar donde aprendemos a comunicar.
Sirvan como colofón a este breve comentario estas palabras del papa que nos pueden ayudar a vivir y a comunicar la familia: No existe la familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar.