Por Santiago Moranchel
(Delegación de Enseñanza)
En psicología se habla de la profecía autocumplida (o efecto Pigmalión). Consiste en que si tenemos una creencia firme sobre alguien, esa creencia termina por cumplirse. Es en lo primero que pensé cuando leí las declaraciones de la actual ministra de educación: “No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres”. Esta ministra nos va a dar muchos días de gloria como escribí en la anterior entrada de esta web.
Una de las primeras cosas es preguntarnos: Si los hijos no pertenecen a los padres, entonces ¿a quién? ¿a la escuela? ¿al Estado? ¿a la sociedad? ¿al viento? … ¿o a la madre que los pario? Cuando un padre o una madre dice: “mi hijo, mi hija” ¿Qué está queriendo decir? Esto que parece elemental y todos entendemos, ¿ahora no lo es? ¡Qué follón!
Podemos comenzar diciendo que los hijos no son cosas. Cuando decimos “mi hijo/a” no lo identificamos como la posesión de “mi” casa, “mi” coche”, “mi” móvil. No es lo mismo aunque utilicemos el determinante “mi”. Lo mismo que cuando decimos “mi” padre/madre. Cuando hablamos así todos entendemos que no estamos hablando de posesiones, sino de relaciones fundamentales. Hablamos de personas, no de cosas. Insisto en esto.
Hablamos también de responsabilidad. Los padres son los responsables de los hijos hasta que estos son responsables de sí mismos. Pero los hijos, nunca, nunca, son “cosas” para los padres, ni para la sociedad, ni para nadie. Ni los padres para los hijos.
En todo esto hay una confusión inventada del lenguaje. Las palabras no son neutrales. Todas tienen un alto contenido significativo. Si nos saltamos el significado de las palabras, entonces creamos la realidad, nos inventamos la verdad. El poder, el que sea, siempre intenta crear la verdad. Aunque el poder afirme que ésta no existe. Pilatos no tenía interés alguno en conocer la verdad, él la creaba desde su poder.
Tres ejemplos y un blog
Primero. Si utilizo el “mi” como posesión reduzco a los demás y a mí mismo a cosa. Y así oímos expresiones como: “con mi cuerpo” puedo hacer lo que quiera, para eso es mío…” Véase las razones que se dan para justificar el aborto. Perdón “para la interrupción voluntaria del embarazo”. ¡Ay las palabras!
- Segundo. Decía mi profesor de Antropología que “no tenemos cuerpo, sino que somos cuerpo”. Siendo esto así, en todas estas polémicas actuales y futuras tengamos presente la idea antropológica que subyace en estas cuestiones. Y así, ¿qué pasa por la cabeza de un maltratador? Pues entre otras ideas, que “esta mujer, como si fuera una cosa, es para mí o para nadie… luego puedo hacer con ella lo que quiera: pegarla, abusar, maltratarla…”.
- Tercero. Hemos hablado mucho de los hijos, pero hagámoslo también de los padres. Muchos hijos tienen que decidir sobre ellos, especialmente cuando se van haciendo mayores y aparecen enfermedades como el Alzheimer, la demencia senil… Hay que decidir por ellos y cuidarlos. “Son mis padres”. ¿A quién pertenecen los padres? ¿Quién se ocupa de ellos? ¿Quién les cuida, quién les dan las medicinas, o de comer, quien les limpia el culo, quien les administra la pensión…? Esto no es especulativo.
La referencia a un blog. Es del juez Calatayud, juez de menores de Granada, con un gran sentido común. Termina su entrada diciendo: “que los hijos son de Dios, ya está, ‘arreglao’.” Este es el enlace: https://www.granadablogs.com/juezcalatayud/2020/01/los-hijos-no-son-propiedad-de-los-padres-ni-del-estado-los-hijos-son-de-dios-ya-esta-arreglao/.
Todo esto tiene grandísimas consecuencias para la educación. Los hijos no son cosas para los padres, pero son los padres los primeros que tienen la responsabilidad de educar, cuidar, de los hijos. Es en la familia donde nace, crece, se desarrolla, muere y resucita el ser humano, la persona. Ya sé que no está de moda la naturaleza, pero eso no le quita su papel fundamental.